Hay palabras que existen de siempre; que fueron concebidas en los momentos sin tiempo haciéndose grandes, poderosas o temerarias; que viven a costa de las manecillas del reloj o esperan el embrujo que las reviva del olvido. Prevalecen, también, palabras que nos son propias, de feudo significativo individual dado ya por la cultura, ya por la tradición, ya por la familia, ya por experiencia vivencial. De la misma forma que poseemos el lenguaje gozamos la vida; lo que el destino dio, provee y devendrá… Al recorrer ese puente el ayer es tan propio y ajeno como el hoy o el mañana. Somos, ergo, por la tradición y la novedad. [v/d] Así como existen palabras que deben cuidarse, también hay tiempos que deben velarse/develarse. Recuerdos, acciones, individuos que custodiarse, violando la ignorancia, el polvo o la estulticia. Guerras perdidas, lecturas somnolientas, amores conquistados que no presenciamos, no obstante nos conforman. Parafraseando a Octavio Paz, los ojos, los sentidos, la memoria al ver, al sentir, al recordar esto o aquello, confirman la realidad de lo que ven, de lo que sienten, de lo que recuerdan, tanto como su propia realidad. Reconocimiento mutuo: me reconozco en lo que reconozco, en lo que digo, en lo que veo, en lo que recuerdo. [v/d] En ese auto reconocimiento la memoria hace su trabajo. Por ejemplo, digamos «Fidencio Díaz de la Vega». Un hombre que ignoramos lugar, fecha de nacimiento y muerte; sin embargo sabemos fue un extraordinario maestro de pintura y director en lo que fuera entonces el Colegio San Luis Gonzaga, luego Instituto Literario de Zacatecas. Estamos, por así decirlo, al corriente de su formación en las ciudades de Veracruz y México y su llegada a esta entidad, además de su labor en la serigrafía, publicidad y más. Intuimos que sus alumnos le tuvieron gran aprecio y murió en la capital de nuestro estado, no sin dejar escuela y muestra de su purista trabajo.
Uno de los retratos de Santos Degollado y el de Ignacio Zaragoza, fueron ejecutados por don Fidencio Díaz de la Vega. Aunque su obra alcanza una excelente calidad, sólo existen actualmente en Zacatecas algunos de sus cuadros, precisamente en la universidad donde se conserva su memoria. [CP] Tras haber permanecido cerrado durante dos años, el 1868 reabrió sus puertas el Instituto Literario de Zacatecas, intitulado ya como Instituto Literario de García. Fue en ese año cuando probablemente Díaz de la Vega llegó a Zacatecas a hacerse cargo de la cátedra de dibujo. Se distinguió por su notable trayectoria educativa, pues fue prefecto del Instituto, vice-director en 1873 y posteriormente su [bis] director en 1874. La tradición universitaria le recuerda por su bonhomía y actitud paternal con los estudiantes; sabemos que fue autor de una considerable obra pictórica que sin embargo ha sido poco conocida. Un retrato de este personaje se conserva en la pinacoteca de la Universidad Autónoma de Zacatecas, al igual que una de sus dos mesas revueltas. [CP] Hasta ahora no se había consignado que Fidencio fue durante muchos años alumno de la Academia de San Carlos y trabajó directamente bajo la dirección de Pelegrín Clavé. No hemos averiguado la fecha ni el lugar de su nacimiento, pero es muy probable que haya muerto en esta ciudad de Zacatecas. [CP] Su obra fue prolífica y todavía a principios de la década de los 60 del siglo XX, se conservaban varias de sus piezas en las colecciones de la Escuela Nacional de Bellas Artes, heredera de la Academia de San Carlos, que fueron catalogadas por don Manuel Romero de Terreros. Las obras son de varios tipos, como correspondía a la que producían los estudiantes en el proceso de su formación. [CP] Por ejemplo se han enumerado sus óleos, copias de otras obras: una Virgen de Belén, copia de P. de Cortona; Piernas de un ángel, copia de Podesti; El divino Salvador, copia de Flores; [bis] [CP] Óleos originales del autor: El apóstol Santiago, el Menor; Santiago Apóstol; Media figura de Abraham; San Sebastián; Juan Guttenberg; Juan Sancio enseñando a pintar a su hijo Rafael –siendo éste quizá el más reconocido de sus trabajos-; San Miguel venciendo a Luzbel y, finalmente, Las tres Marías en el sepulcro del Salvador.
De cualquier manera, su presencia en la vieja escuela de San Carlos debe ser anterior, pues en la fecha que hemos anotado, sus destrezas no eran precisamente las de un novicio. En pintura y dibujo del natural obtuvo don Fidencio dos menciones honoríficas en 1854, y al año siguiente consiguió, por un par de cuadros premiados, la pensión de la academia y un tercer lugar en la clase de desnudo tomado del modelo vivo. Fueron varios los reconocimientos similares que recibió el pintor durante su estancia en la academia, la cual se extendió, por lo menos, hasta 1857.
No hay comentarios:
Publicar un comentario