Edgar A. G. Encina
Este artículo ha sido publicado en dos partes en la revista Crítica. Fondo y forma.
Una, el 6 dediciembre de 2017. Otra, el 17 de enero de 2018.
Uno
De cómo llegaron Los primeros editores de A. Marzo Magno
«Cada libro tiene su destino. Cada
lectura su historia». Así, más o menos, dice
el adagio con el que algún librero de viejo te va a pregonar. Infalible. Lo sé
de viva experiencia. Esa frase, palabras más-menos, es en sustancia la perorata
que he escuchado en más de diez distintos locales, en dos continentes
diferentes, en más de cuatro países. Aún, mi dealer la pronuncia de
vez en cuando y yo, refunfuñando el sermón, le sonrío como quien lo hace al
gritón de la biblioteca. Honestamente, eso lo sé. Que cada libro tiene su destino
y cada lectura su historia lo entiende y lo vive en piel viva todo lector; lo
que pareciera fastidiarme es que lo digan como si de esa boca emanara sabia
pura de la piedra filosofal. El libro que llega a ti, por descarte, no le
llegará a otro, como no han llegado cientos de títulos a tu biblioteca. Es
lógica. Es vida.
Pero, la vida me ha
dado un bofetón del que no me repongo del todo. La historia va:
Graziano Olia, sabedor
de mis intereses lectores, a finales de agosto me mandó el link de un libro que
se presentaba en la Biblioteca Nazionale Centrale di Roma.
Se trató de L’alba del libri: quando
Vnezia ha fatto leggere il mondo de Alessandro Marzo Magno (Venecia, 1962), publicado por
Garzanti Libri en su colección Elefanti Storia. El evento era un reconocimiento al autor que es una institución en ese país y una celebración por la extraordinaria aceptación
que la obra tuvo en 2016. El impreso me encantó de ya. Como agua de lluvia, dos
días después Mauricio Flores, más provocador, me mandó una foto por WhatsApp,
con la portada de Los primeros editores
traducido al castellano por Marilena de Chiara y publicado en Malpaso este año.
Sorprendido y algo envidioso, comencé el rastreo. No me fue fácil. Usted lo
sabe, aún con la hipermodernidad del siglo xxi,
todavía nos es posible sentir los límites y las fronteras de vivir en Tierra
adentro.
Nada. La librera local
no tenía idea de su existencia. Nada. Gandhi, El sótano, El péndulo y dos o
tres librerías más no lo tenían en stock.
Sólo Amazon lo ofertaba. Me resistí, por no más de cuatro días, a que el gran
conglomerado de las ventas tendiera sus redes sobre mi tarjeta de crédito.
Escribí a los amigos en Madrid y Barcelona; todos dijeron igual, «pídelo a
Amazon que te lo lleva rápido y serán menos pavos que si lo hago yo», sentenciaron
como vocecillas de coro. El domingo decidí y el 10 de septiembre sucumbí.
Entrado en gastos y sin Iraís controlando mis impulsos, también puse en el
carrito cuatro títulos más de los que luego escribiré.
Sin embargo, pasaron
los días y Los primeros editores y
compañía no llegaban a casa. Luego de diez días decidí entrar a mi cuenta para
hacer un seguimiento del pedido. Nada, que todavía tarda. Que está en camino. Que
para la primera semana de octubre están los de paquetería tocando a las puertas
de casa. Respiré hondo y le vi buena cara, pensé que era el entremés a la
navidad, a la Fil de Guadalajara. El
primero de octubre volví obsesivo y preocupado; me encontré con la novedad de
que las fechas cambiaron. Nada, que para el 15 ahora sí está en casa. Refunfuñé
y escribí un correo con serpientes y alacranes a Amazon, aún no responden.
Llegada la fecha, el paquete arribo antes del medio día, pero tuve que esperar
a la noche para verle. Y, ¡pum!, antes de abrirle, noto que el seguimiento
postal marcaba sellos de España, Alemania, Portugal, EeUu (New York) Perú y, al
final México. En ese orden, los libros que adquiridos, que todavía no eran míos,
habían hecho una envidiable travesía. No culpe al gran consorcio, tampoco al
servicio de paquetería. No culpe a nadie. Fue, simplemente, que los libros
tienen su destino y esta lectura su historia.
Dos
De algunas cosas que tratan en Los primeros editores
∙ Alios ∙Vidi
∙
∙ Ventos ∙Aliasqve
∙
∙ Porcellas ∙
Malpaso editores optó por Los
primeros editores pensando, quizá, en que salvaría temas de mercadotecnia,
posicionamiento, ventas y todos esos embrollos que rodean el contexto de la
exposición-comercio del libro, cualquiera que sea. Optó por ello y atinó sin
alejarse del espíritu de la obra que, en 2012, Alessandro Marzo Magno (Venecia, 1962) publicara en Garzanti Libri [www.garzanti.it] con el título de L’alba del libri: quando Venezia ha fatto leggere il mondo. De
haberse apegado al original, me atrevo a traducir, hoy podría leerse como «El
comercio de los libros: cuando Venecia leyó el mundo» o, con un algo de
libertades, hubiere apuntado «Al alba del libro: cuando Venecia trajo la letra
impresa al mundo» o, más almidonado aún, «…cuando Venecia creo la alegría para
el mundo». Voy un poco más allá e imagino el momento con los editores y la
traductora Marilena de Chiara, sentados a la mesa, debatiendo la decisión, con
éstas y otras posibilidades. Al final, quedó ese título que opta por lo simple,
breve y contundente, como un knock-out
directo a la barbilla.
Ahora puede leerse en portada dura, sobre
un fondo negro, con letras en blanco y las manos de La virgen leyendo (1505, aceite sobre lienzo) de Vittore Carpacco (Venecia, 1465-1520), el título de Los primeros editores. Al libro en físico, que cuenta con 251
páginas pintadas en naranja en su borde frontal, se le suma el plus que incluye
e-book, que puede obtenerse
escribiendo el «…nombre y apellido con bolígrafo o rotulador en la primera
página. Tome luego una foto de esa página y envíela a ebock@malmasoed.com>. [para luego] A
vuelta de correo…» recibirlo gratis, advierten en la faja o cintillo. El
epígrafe que abre el texto es de Groucho Marx (Eua,
1890-1977): «El libro es el
mejor amigo del hombre después del perro», una máxima que también reconoce que
«…dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer».
Si se atreve, lector, a abrir este
libro le advierto que no podrá cerrarlo. Es un documento de historia cultural
que le abrirá los ojos como plato, un mapa antiguo que ha movido sus fronteras
y lenguas confundiéndole en el tempo, una recreación Renacentista a través de
algunas biografías de seres comunes con mucha magia. Es la Venecia de los
siglos xv y xvi, la maestría mística de Aldo Manuzio
(Italia,
1449-1515), la audacia
epistolar de Pietro Aretino (Italia, 1492-1556), el primer Talmud impreso y un Corán perdido; es la edición musical con
sus afanes mercantiles, la representación del priapismo en el Polifilo de Francesco Colona, las
dieciséis posiciones sexuales de los Sonetos
lujuriosos (1527) de Pietro Arentino
y La feria de la Sensa que alimentó lectores ocasionales; es la feria de
Frankfort que estandarizó la compra-venta, Claude Garamond (Francia,
1480-1561) que en 1540 es una
especie de capo proveedor de todas las tipografías europeas y el Orlando furioso (1542-1560) de Ludovico Ariosto como el primer best seller en occidente.
Le advierto, además, que es un libro priotity pass. Si los alemanes de la
mano de Johannes Gutenbert (Alemania,
ca. 1400-1468) conciben la
imprenta, los italianos, en la Venecia de Manuzio, descubren cómo vender
libros, pues allí se dio «…alta concentración de intelectuales, amplia
disponibilidad de capitales y una alta capacidad comercial». Esos libros no
sólo eran biblias y si lo fueron eran bonitas físicamente hablando; papel
especial, letra distinta, ilustraciones únicas, tratamiento singular. Esos
libros, además de biblias, eran Talmudes y Coranes que el papa Julio iii (Italia, 1487-1555), con sus ejército de censores, prende en la
primera hoguera contra los libros escritos, el 9 de septiembre de 1553, al
tiempo que cerró imprentas y prohibió lenguas heréticas. Así que no, señor
lector; aunque usted tiene acceso, también tiene el desafío de los viejos
vientos.