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Edgar. A. G. Encina
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Esta vez la avaricia
y la ignorancia llevó a unos ladrones, la noche del 30 de diciembre, a provocar
un incendio en la hermosa Biblioteca Iberoamericana «Octavio Paz»,
perteneciente a la Universidad de Guadalajara (México)
afectando directamente los murales que pintaron en 1925 José Parres Arias (Mazamitla, 1913-1973) y David Alfaro Siqueiros (Camargo, 1896-1974); y el Olimpus House
realizado en 1930 por Jesús Guerrero Galván (Tonalá, 1910-1973), José Parres Arias, Alfonso Michel (Colima, 1897-1957) y
Francisco Sánchez Flores(Tlajomulco, 1910-1989). Entre los
daños colaterales se vio afectado mobiliario y acervo bibliográfico por el
fuego, el humo y/o las labores de los bomberos por más de 750 mil pesos. Las
notas periodísticas relatan que los delincuentes se llevaron algunos
ordenadores portátiles y quizá tres pesos olvidados en algún cajón, y cuentan
que en los primeros días del 2018 una lista breve, pero poderosa, liderada por
personajes e instituciones públicas condenaron el acto, pidiendo que se descubran,
encuentren y castiguen a los culpables.
El evento me llevó a una infame reflexión.
Heinrich Heine (Dusseldorf, 1797-1856) escribió en su tragedia Almansor
(1823) algo así como que: «donde se queman libros, se acaba por quemar también
a hombres». En México las cifras no oficiales estiman que en 2017 murieron
26,389 personas a manos de la delincuencia, esto es que diariamente fueron
asesinadas 72.3.
Entonces, conjeturo que unos pocos libros quemados, humeados y mojados es poca
cosa en comparación con las lágrimas de esas madres que reclaman por la vida de
sus hijos. Así, retorciendo las palabras de Heine; cuando los hombres son
quemados a los libros les queda nada para salvarse.
A esto nos hemos
reducido.
Los historiadores de los desastres encontrarán lastimosidad en nuestra época, por decir lo menos.
Los historiadores de los desastres encontrarán lastimosidad en nuestra época, por decir lo menos.
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