miércoles, 27 de mayo de 2020

3 maneras de iniciar un tema

3 maneras de iniciar un tema

Notas a La tarde de un escritor de Peter Handke

 

Edgar A. G. Encina
 Artículo publicado en la revista digital Quehacer


 Peter Handke from Into the Woods Might Be Late (2016)

Peter Handke de Into the Woods podría llegar tarde (2016) 


Manera 1

He leído La tarde de un escritor de Peter Handke (Alfaguara, 2006) y me ha parecido el relato de un hombre afortunado que ha podido atender los deberes en casa, salir andando a pasear, atravesar calles concurridas, parar en la cafetería de siempre y volver sin haber pronunciado más de diez palabras ni forzarse por reconocer los delirios de las personas. Publicada originalmente en la Alemania de 1987 como Nachmitta Eines Schriftsellers por Residenz Verlag y traducida al castellano por Isabel García-Wetzler, la novela corta expone la cotidianeidad de una tarde con El autor —personaje central—. Envuelta en cálido abrigo libertario, la obra nos inmiscuye como segundo protagonista mudo en los pensamientos más íntimos y efímeros que un individuo puede concebir en un día cualquiera al andar por una larga avenida, asentir el saludo de un extraño o enfrentarse a las miradas enjuiciadoras de los otros. Es la comprobación de que no hay ser más mortal que un escritor que:

Desde que una vez vivió convencido, durante casi un año, de que había perdido el habla, cada frase que el escritor anotaba, y con la que incluso experimentaba el arranque de una posible continuación, se había convertido en un acontecimiento. Cada palabra no pronunciada pero hecha escritura traía las demás, y él respiraba sintiéndose de nuevo unido al mundo; únicamente con uno de esos apuntes logrados, empezaba el día para él, y entonces se encontraba a salvo, o así lo creía, hasta la mañana siguiente.

 

Manera 2

Alfaguara ha publicado la traducción al castellano de cinco obras escritas por Peter Handke para celebrar su nombramiento como Premio Nobel de Literatura 2019, resaltando La tarde de un escritor. Se trata de una novela corta en la que coexisten dos elementos esenciales: la valoración de lo cotidiano como única forma existencial viable para mantener la lucidez y el desconocimiento de la felicidad y su no búsqueda. El lector, envuelto en situaciones comunes, es necesariamente incluido en cada relato porque lo que descuella aon la duda y el olvido como validación de la realidad.

Cuando llegó al ensanche de la calle donde ya pasaban coches y volvió a darse la vuelta para ver el escenario de su malograda interpretación, pensó en aquel autor del que solía decirse, con cada libro nuevo, que corría de «victoria en victoria», entonces se imaginó que los lectores habían dejado de existir en todo el país, y se acordó de aquel sueño que tuvo de un libro que la principio, igual que en un barco que ha puesto velas, estaba lleno de signos, pero al despertar habían desaparecido todos.

 

Manera 3

Una declaración sobre la guerra civil en Yugoslavia mal interpretada e intencionadamente mediatizada le ha traído a Peter Handke los más desagradables acontecimientos de su vida que, por fortuna para sus lectores, poco afecta su trabajo. Prueba de ello están El miedo del portero al penalty (Alfaguara, 2019), Desgracia impeorable (Alianza editorial, 2018), Ensayo sobre el lugar silencioso (Alianza Editorial, 2012), Carta breve para un largo adiós (Edhasa, 1987) y La tarde de un escritor. Esta última, anota la cintilla, es su «novela más emblemática» porque —quiero creer— descarna la pelea por huir de los lugares comunes, destruir todo cliché posible y, al tiempo, mostrar una realidad fragmentada en múltiples posibilidades. Instalada en la escuela de la «Nueva subjetividad» que invita a pensar sobre lo insignificante e intentar extraer de allí la mayor cantidad de verdades esenciales, lo que leemos acá es un persistente drama solitario sobre el que la literatura se construye como puente, porque para el autor la literatura son los nuevos anteojos para atender simple la realidad, pero sin invitar a la sensibilidad, porque «Hay que seguir. Dejar que las cosas existan. Hacerlas plausibles. Exponerlas. Legarlas. Seguir elaborando la más fugaz de las materias, tu aliento; ser su artesano».


viernes, 15 de mayo de 2020

Nubarrones

Nubarrones

Breves comentarios al sector del libro en el contexto del covid-19

 

Edgar A. G. Encina

 

Artículo publicado en ElGuardatextos y Testigo ocular




 A pesar de que la discusión tenía por lo menos tres años en el escenario europeo, el confinamiento provocado por la pandemia del Covid-19 reavivó con furor el debate. Alemania se convirtió el epicentro cuando en marzo algunos determinados legisladores promovieron en la legislación continental al patrimonio y creación artístico-cultural-humanista como bien de primera necesidad. No hubo eco. Empero, al tiempo que Bruselas se ocupaba de las finanzas, la caída del consumo, el aumento del desempleo y cuidaba la estabilidad del euro, los alemanes sí dieron paso adelante al incluir a la cultura en los bienes de primera necesidad. Dispuesta la idea, el orbe entero se orientó a argumentar los pros —por lo menos en redes sociales—. Basta decir sin sorpresa que los más y los menos se sumaron, pero en México se dijo poco y se escribió aún menos. Justo cuando el debate empezaba a encenderse, la administración federal promovió cambios financieros-administrativos-organizacionales al fonca. Alarmados los creadores o por lo menos un sector con presencia pública, olvidó aquel tema y se dio a la tarea de controvertir —bien que mal— sobre los devenires en proceso. Variaciones al modus vendi. Así, todavía aparecen en las secciones de cultura, en los suplementos culturales, en revistas y publicaciones del tono la pregunta de si ¿la cultura es un bien de primera necesidad?

El debate y ponderación para integrar la cultura a la canasta básica en México ha gastado poca tinta —lo acuso a las características económicas e idiosincráticas—, aunque algunos creadores, editores e intelectuales han fijado su postura a favor de la promoción de este lema a punto de ley. Estamos frente a un tema superior que toca a todos. Afectados por la baja en el consumo de bienes, los empresarios han aflorado con solicitudes de ayudas al Estado, mientras que establecen al interior nuevas formas de laborar. Aunque la industria de servicios ha sido la más visible en punto del colapso, las todopoderosas armadoras de automóviles, las líneas aéreas y los espectáculos deportivos se han visto de frente al precipicio; se mantiene con préstamos, de rentabilidad maquillada, en cuadernos negros y quién sabe cuántas cosas más.  Conclusión: todo el mundo vive al día. Allí, justo allí, en el ombligo del tornado que se ha vuelto huracán, el sector cultural la vio venir.

Llegado el mes de marzo con la convocatoria para quedarnos en casa, el común de las opiniones estuvo agradecida con la producción de contenidos y sus creadores. Música, cine, danza, teatro, literatura… El gran pastel apareció en la sala. Si bien la rebanada parecía grande, dulce y apetitosa, pronto se cayó en la realidad; era esponjoso —sí—, pero inflado por una levadura que rompió corazones. Impedidos para acudir a conciertos, cines, teatros o presentaciones, la actividad cultural se volcó a la web. Empero, una realidad circula allí; que todo debe ser gratuito y los usuarios hondean la bandera sin importar los procesos para llevarlos a su pantalla. Si se opta por canales de pago se pondera privilegiado. Rey y vasallo. El pastel se convirtió en tremenda dona. ¿Quiere ver un concierto, una película, un documental o leer un libro? Sencillo; si ese canal no se lo da, vaya a otro y a otro; en algún caso accederá libremente, porque en la internet siempre hay manera. La engañosa levadura, el vacío en el pastel se tradujo en raquíticas percepciones; trabajar casi gratis, vivir de aplausos virtuales.

En ese panorama, el canal de la literatura ha sido de los más trastocados. El mercado no sólo se debilita, también se constriñe. Crisis. Además de lo ya anotado, los escritores al no encontrar un espacio digno se vuelcan a las redes sociales buscando solidaridad sin saber todavía bien a bien cómo monetizar sus tweets, posts o video-charlas. Las editoriales lo avistaron desde el inicio del confinamiento; serán menos las novedades para este año —casi seguro también para el próximo— lo que les llevará a apostar más por best sellers que a por un autor novel o con apenas dos o tres libros bajo el brazo. Las librerías, ¡oh, las pobres librerías!, han tenido que esperar la autorización estatal para abrir de nuevo. Las de barrio, las pequeñas, en países como España y Francia, luego de más de 45 días confinadas, apenas en estas fechas han vuelto, pero entre el 40 y 60% sólo lo hará para cerrar. Quiebra. En México el sector se ha resentido a mares porque (1) sus parroquianos están en casa, impedidos, (2) no han concebido las estrategias adecuadas para hacer las ventas en línea-entrega por paquetería y (3) cuando han podido mostrarse a la vanguardia han debido enfrentarse a las grandes cadenas y distribuidoras que las devoran. Gandhi y El Sótano advierten saturación de pedidos y retrasos en los envíos. Pero a las librerías independientes, de viejo y de reuso o doble vida; las de lance y de barrio, su empuje y determinismo las erige; son aquella hormiga que intenta ahorcar al elefante. Los números auguran el medioevo, el sector del comercio bibliográfico en el país adelgazará entre el entre un 60 y 70%, y así Hispanoamérica.

En artículo reciente Tomás Granados Salinas d-escribió a «Los libros [como las]: otras víctimas de la pandemia» (El País, 8/05/20) acusando de los malestares a la obscura idea de que «para el gobierno actual la política pública respecto de la producción y el comercio de libros es no tener una política pública». Súmese que el libro no está incluido en la canasta básica porque no es considerado bien de primera necesidad y el desestimo al llamado por la clase política. La fotografía aplica por igual —más o menos— a las demás expresiones. Cuando el confinamiento desaparezca paulatinamente, el sector del libro asomará con su cuerpucho de mediana edad, encorvado, huesudo como condenado; le han tirado migas sin rescatarle, trabaja a destajo y de vez en cuando le sonríen con pañoletas. Como aliento, la escena me recuerda al sr. Mifflin de La librería ambulante (Periférica, 2012) que predicaba que «A mi entender, un hombre que ama los libros no tiene por qué morirse de hambre». Seguro. Reactivará con vitalidad, hará más con menos, pero vaya que hay nubarrones.





lunes, 11 de mayo de 2020

Ferias de libros y parnasos

Ferias de libros y parnasos

 Edgar A. G. Encina


Artículo publicado en la revista digital Quehacer



La última ocasión que estuve en Sombrerete había instalada una pequeña feria de libro frente a la Presidencia Municipal, eran libreros pegados que formaban un corredor de ida y vuelta de no más 300 metros, regenteado por varias personas de la misma familia. Era una de sus paradas habituales camino a Durango. Como íbamos a comer hice el recorrido con premura, pero a la vuelta me detuve. En general no encontré títulos de interés, porque descubrí una oferta bibliográfica «básica» que conocía desde la secundaria; parte de ella la había leído entonces. Sin embargo, decidí traerme tres títulos pensando en obsequios para amigos y familia y —también, debo reconocer— picado en solidaridad con los libreros que se veían agotados. Al pagar, pregunté al que parecía el jefe ¿cómo había estado la venta? Bien, recuerdo, «usted no sabe, joven, pero en los pueblos les gusta comprar libros. No se llevan de a tres o de a cinco o de a diez. Vienen por uno y lo leen a lo largo del año entero, pero cuando regresamos regresan por otro. Si no saben qué elegir, preguntan. Les gusta García Márquez y Juan Rulfo y a veces poesía como la de Benedetti».

            El alegato no me tomó por sorpresa, sabía que las personas en los pueblos leen sin la premura del tiempo ni el correteo académico; que respiran las comas, encuentran el ritmo con el canto de las aves y rasguñan cautelosamente la billetera. Aquella experiencia la he revivido luego de leer Parnassus on Wheels publicada originalmente por Christopher Morley (eua, 1890-1957) en 1917 y traducida al castellano como La librería ambulante en Periférica por Juan Sebastián Cárdenas en 2012. Una cándida historia que al tocar los hilos del anecdotario familiar para reconstruir la historia del «Parnaso ambulante del señor Mifflin» reconoce el loable trabajo de pequeñas empresas, a veces individuales, por divulgar los valores de la lectura, como lo dice uno de los protagonistas:


Verá usted, creo que la gente común y corriente, la del campo, quiero decir, nunca ha tenido la oportunidad de comprar libros y mucho menos de que alguien les hable de lo que significan. Está bien que los decanos de las universidades exhiban sus estanterías de dos metros llenas de la mejor literatura y que los editores publiciten su colección de Clásicos de Linóleo, pero lo que la gente necesita es algo bueno, familiar, honesto. Algo que les llegue a las entrañas, que los haga reír y temblar y marearse y pensar en la pequeñez de esta bola de palomitas de maíz que gira en el espacio sin obtener nada a cambio. Algo que los estimule a mantener limpio el hogar y la leña bien partida para hacer el fuego y los platos bien lavados y secados y ordenados. Cualquiera que haga leer a la gente del campo cosas que valgan la pena le estará prestando un gran servicio a la nación. Y eso es lo que esta caravana de la cultura pretende hacer.

 

Los promotores de lectura aparecieron poco después que las personas tuvieron acceso a educación, mucho antes que las ferias de libros. En Europa y parte de América han sido rastreados, a lo menos, desde el último tercio del siglo xviii circulando diarios, folletines y novelas por entregas. Se trata de una profunda tradición arraigada en la promoción de las valías intelectuales y espirituales que acarrea la lectura, un oficio centenario que, además, deja claro que los libros siempre dan de comer a sus amantes.



De las Presentaciones de libros

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