El
cuerpo, el texto y el (des)encuentro
Tres notas a el texto encuentra un cuerpo de Margo Glantz
Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en el número 60 de la revista Quehaceruaz
El libro llegó en la primera semana del año como parte de un pedido realizado a Impronta Casa Editora [impronta.spincommerce.com], donde además de hacer de libreros también llevan el oficio de editores-impresores. Debió esperar un par de semanas a que pudiera abrirlo. El protocolo en casa es riguroso: nada entra sin cumplir con escrúpulo el proceso de desinfección o, como ahora se ha dado en mal llamar, «sanitización». Así que, en la bodega, compartiendo espacio con otros artículos y enceres, esperó a pasar la cuarentena de diez días y luego un proceso de asepsia para eliminar la posibilidad de que la Covid y cualquier otro bicho traspasen el umbral del hogar, ahora dispuesto con los protocolos de los quirófanos como si, paradójicamente, eso eliminara todo signo de peligro a la literatura.
El texto encuentra un cuerpo (Ampersand,
2019)
de Margo Glantz (cdm, 1930) pasó ese primer
filtro, que me trajo a la memoria el equipaje de mano que se lleva al viajar. Arrastrado
por las salas para evitar le tomen el peso y descubran que esconde kilos de
hojas y tinta que pondría en riesgo la tranquilidad del vuelo, pero que quizá
sólo en un párrafo o una línea o un capítulo en medio de esos 15 o 20 0 30
tomos se encuentre el gen de otra revolución. Acá no se corrió ese riesgo, el
liviano impreso llegó por la paquetería predispuesta por la librería-editorial de
Guadalajara. A simple vista parece una lectura palaciega, que no invita al peligro
ni las acechanzas.
Al iniciar estas líneas, que deberían ser
una reseña comentada, se me ha puesto en la cabeza que en casa debemos adquirir
una pesa para adjuntar en el protocolo el peso de salida de la desinfección. Nada
se debe desestimar, vista la experiencia con la volatilidad de los riesgos. Veo
peligrosos los 100 o 200 gramos que puede pesar este libro, como veo
comprometido el maquillaje de mi mujer que llegó ayer o las cajas con botellas
de alcohol que juntan la reserva para medio año o los medicamentos que la
farmacia por fin envió completos. Este librito de afable rostro, que combina el
fondo blanco con el decorado pastel de la Colección Lectores [www.edicionesampersand.com],
puede contener un peligro mayúsculo: el riesgo de transformación al Quijote en
pandemia, adhiriéndose a esa horda histórica y mítica que lo aguarda o decida
iniciar una revolución llevándole como biblia para predicar que la única
felicidad posible está en ese océano de palabras y no afuera ni en las promesas
de los políticos ni del amor eterno.
Y, es que todo esto no es un ejercicio
retórico. En El texto encuentra un cuerpo descubro tres virtudes o
peligros que me han llevado a la insistencia de su purificación. La primera, el
lector doliente. Incoherencia y absurdo de
la lectura que complace y arranca la vida.
De muy joven leí
varias novelas que me dejaron una honda ella, tan honda que no he podido volver
a lleras porque me hieren. Ni más ni menos, me hieren: producen en mí el efecto
que logró producir Stendhal en algunos de sus personajes en las Crónicas italianas.
Se trata de una venganza: el asesino a sueldo le dice a la mujer a punto de
ser asesinada, colocándole un puñal muy afilado en el pecho y hundiéndoselo con
delicadeza: “¿Duele?”. El rictus de sufrimiento de su cara es la respuesta más
correcta. El condottiero va hundiendo
el puñal poco a poco, con deleite, el sufrimiento va creciendo, la violencia es
lenta y perpetua y en el lugar donde el puñal deja la huella es indeleble.
No es cierto que las mujeres hayan accedido a la escritura hace muy poco tiempo. Las mujeres sabían escribir. Eso sí, tenían que escribir noticias encantadoras, cartas o libros de cuentas, no relatos. Pero su entrada a la escritura es quizá más perfecta que la de los hombres. Sobre todo cuando estos tenían que dedicarse por obligación a las labores propias de su sexo.
La tercera, las virtudes del ensayo literario. Ésta aporta al libro, que fue prefigurado como caña de pescar para una presa determinada, la superposición del espectador en intruso, como aquel que escucha conversaciones ajenas. La eficacia de exposición y la corredura de imágenes ejercen peso y presión sobre el cuerpo, el de Margo que comparte vistas de las cicatrices y las perfecciones de la piel que se deja herir y el mío que se deja arañar.
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