La mirada que sostiene el mundo
Apuntes para una idea en Sitiar de Miguel Ángel
Cid
Edgar A. G. Encina
En
Las memorias de Adriano, biografía ficcionalizada por Marguerite
Yourcenar, el emperador escribe consejos, confesiones y reflexiones para Marco
Aurelio, su descendiente al trono. En medio de un oleaje de admoniciones
sensitivas profundamente reflexionadas, destacan los «tres medios» que éste
posee par evaluar la existencia humana: uno es el estudio de sí mismo, otro la
observación de los hombres y el último los libros.[1]De
cada cual destaca valores y contrariedades, gracias, concesiones, desamparos e
impugnaciones, aunque en el último se detiene para afirmar que:
Los escritores
mienten, aun los más sinceros. Los menos hábiles, carentes de palabras y frases
capaces de encerrarla, retienen una imagen pobre y chata de la vida…la cargan y
abruman con una dignidad que no posee…Los poetas nos transportan a un mundo más
vasto o más hermoso, más ardiente o dulce que el que nos ha sido dado… Para estudiarla
en toda su pureza, los filósofos hacen sufrir a la realidad casi las mismas
transformaciones del fuego o el mortero hacen sufrir los cuerpos… los
historiadores nos proponen sistemas demasiado complejos del pasado…[y] Los narradores, los autores de
fábulas milesias, hacienden como los carniceros, exponen en su tabanco
pedacitos de carne que las moscas aprecian. Mucho me costaría vivir en un mundo
sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.[2]
El emperador no
agregó pintores ni dibujantes, porque no le significaba igual la pintura o la
imagen que un libro. Empero, sí habría que sumar al inventario de mentirosos no
sinceros a los artistas visuales porque también estrujan, crujen y hacen
chillar a las imágenes sin alcanzar jamás la dignidad real de la vida. Encantadores de
ciegos que en sus líneas marcadas y en sus trazos difuminados esconcen un mundo
injusto, doloroso y plagado de traiciones.
Me atrevo a señalar a uno de estos embusteros o magos que
para conversar del dolor arrojan tinta verde o de la soledad abandonan toda
imagen tangible; que para narrar su día a día se esfuerzan por desnudar las
vistas y que para tomar fuerza en el trajín de las labores se alimentan de un
rayo cruzando el cielo. En este caso, nuestro personaje utiliza un perfil mayor;
se presenta como Atlas, salvo que acá no tiene que cargar el mundo sobre sus
hombros. Se ha impuesto una tarea mayor; separar el piso del cielo, hacer que
la distancia que mengua entre nuestra cabeza y las nubes sea sólo considerada
por su propia voluntad y poder. ¿Cómo es posible dar fe del acto? Sencillo, tiene
un arte fabuloso e infalible; se ha colocado todos los días a la misma hora en
el mismo lugar con silencioso ritual para detener el tiempo y adjudicarse la
vista de un escenario que sería impensable sin él.
Miguel Ángel Cid se encuentra allí, sin saberlo, poseedor
de una especial genética cultural, alimentada desde los poros por una extraña y
única sensibilidad que le permite apropiarse del mundo de forma impar. En su
prolífico ensayo fotográfico Sitiar, se esconde detrás el Atlas que
soporta la distancia del mundo habitable y lo registra como agenda para recomponer
los detalles. Es un ejercicio disciplinado convirtiéndose en, escribe Yolanda
Alonso en la presentación de la edición digital, «una manera de detenerse y
respirar, tomarse un instante del día y del paisaje para sí. Nosotros mismos
como espectadores podemos encontrar este momento de consuelo al recorrer las
páginas».
El ritual hace posible el mundo y la toma de sentido de la
vida. Si bien para Adriano emperador se trata de falaces lecciones que pretender
apoderarse de lo sígnico de la vida, lo que Sitiar exhibe es la mirada
contemplativa en la que, dice el autor, «Toda pasión tiene la posibilidad de no
tener algún fin», como el fuego o el viento frío o la sonrisa detrás del
cubrebocas. En este libro hay, luego, un tiempo detenido y sostenido; el flashazo
de la instantánea en la que vemos que es posible que el cielo no caiga sobre
nuestras cabezas. La mirada que sostiene el mundo.
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