miércoles, 22 de junio de 2022

Las marcas de la edición: Mario Muchnic

Edición de gran aliento: Mario Muchnick
Las marcas de la edición

 

Este artículo ha sido publicado en la revista Quehcer

  

Con la lectura Editar Guerra y paz (Gris Tormenta, 2022) del recién fallecido Marion Muchnic (Buenos Aires, 1931-2022) es imposible escapar a la imagen de un hombre encanecido, poco entrado en carnes, sentado frente a su ordenador con la joroba de quien se ha habituado a trabajar sentado y a levantar poco la mirada encima de la ventana. Por el relato es posible pensarlo acompañado de una libretilla de notas y dos voluminosos montones de hojas; impresiones de prueba que o habían pasado la revisión o eran guion para la lectura del día. El impreso se estructura con «Leer Guerra y paz» de Ida Vitale (Montevideo, 1923) y «Notas a la primera edición» junto al «Diario» del autor, fechado del 15 de febrero de 2002 al 22 de octubre de 2003.




            Esa imagen algo histérica la sugiere Muchnic de sí mismo manoteando constantemente al ordenador y volviendo a las hojas descartadas para cerciorarse de los apuntes, de las palabras, de la consistencia de las líneas. Es una combinación doble; por un lado, retrata el ir y venir frenético en el que se prospera con lentitud y, por el otro, presenta una escena de enamoramiento rudo donde la página se muestra dispuesta y el seductor enredado en sus propias artimañas. Escena de enamoramiento porque desde el prólogo, firmado por Vitale, se da un cierre que esparce mensajes íntimos de hondo sonoridad:

Pero pronto llegaría el tiempo en que el lenguaje discutiera el prestigio de las imágenes; el tiempo en que lo que no se entendía fácilmente, lo que estaba detrás de las palabras, supliera el atropello de los oros y los azules; en que nos conmoviera no la belleza visual, sino la profundidad de los sentimientos, o el interés de una historia no menos rica en misterios, cuyos personajes vivos en los libros, revivían al leerlos. El oro no estaba ya en las máscaras, sino en palabras que nos forzaban a la lectura reiterada. El tiempo, para mí, de Guerra y paz

            Este nervio que llevará a discutir «el prestigio de las imágenes» frente al poder de la palabra se describe con:

La edición de Guerra y paz publicada en estos días por [El Aleph editores y] este Taller, fruto de cuatro años y medio de trabajo, pero también de una vida marcada por lo que, según muchos, es la mejor novela jamás escrita, ha sido una sucesión de coincidencias, percances y sorpresas dignas de un sainete, obstáculos a duras penas superados, problemas con soluciones felices y, sobre todo, momentos de gracia probablemente suscitados por el mismo texto de Tolstoi.

Rodeado de amigos que han vivido esta aventura muy de cerca, influido y alentado por ellos, he decidido narrar los hechos para beneficio de generaciones futuras de jóvenes editores.

Si las hay.

El cierre puede desconcertar por el guiño a La edición sin ediciones (Era, 2001) de André Schriffin (París, 1935), pero en todo caso tiene una intención alegre y positiva frente a sus colegas que le leen. Editar Guerra y paz hace un recorrido ameno por las intenciones de traducir y editar la mejor versión al castellano de la novela. Uno de los motores será enfrentar los errores, malas intenciones y desencuentros en el trabajo de José Laín Entralgo y Francisco José Alcántar, editado por Planeta en 1998. Para realizar la titánica labor, Lydia Kúper (Lodz, 1914-2011) traduce y corrige del ruso y francés al castellano con determinación filológica y puntiaguda voz poética, Ricardo Di Fonzó realizó el seguimiento a las correcciones limpiando el documento, José Luis Casares corrigió «de primeras», Elsa Otero hizo de correctora y verificadora, y Mario se volcó sobre el documento general, con penúltimas lecturas, contemplando notas, ultimas revisiones e impresiones finales.




Las labores editoriales finalizaron en agosto de 2003, debido a la cantidad de «correcciones gordas» no previstas, dando paso al financiamiento, resuelto de manera fortuita con el apoyo de inversionistas amigos y aventureros. El tema no fue sencillo, pues era necesario asumir los costos de un proyecto largo aliento que, por suerte, contó con la solidaridad de personas como Eduardo, el ilustrador que elaboró las cubiertas sin cobrar. Aunado, estuvo presente el rumor de otra traducción, en ese caso a la «otra» versión original más breve, disminuida y de bolsillo elaborada por Zajarov, que le quitaba toda la «carnita» a la novela y modificaba el tema de la muerte del príncipe Andéi y Petia Rostov. Al final, aquella imagen histérica se apacigua con la puesta en venta de Guerra y paz, apostando no sólo a esos «editores jóvenes», sino también a los lectores jóvenes, «si los hay».

 


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