jueves, 30 de noviembre de 2023

Categorizar los Booktubers


Los otros autores
Categorizar los Booktubers

  

Edgar A. G. Encina

   

Se me ha ido el nombre del teórico de las redes sociales que fue el primero en advertir que las personas propensas a exhibirse no se percatan de cómo son percibidas y que en sus afanes por la búsqueda de notoriedad estas conductas se han agravado y masificando. Cuando leí esto, si la memoria no me falla, había poco más de una docena de plataformas e YouTube preparaba su gran despegue, así que, aunque se entendía, no tenía los ejemplos que a borbotones invaden ahora. Esta reflexión sin fuente ha venido bien para simplificar una eficiente y antidemocrática coartada de análisis de las personas que gustan mostrarse —¿será inmolarse?— en videos y disemina lugares comunes que niegan la decadencia visual que nos avasalla, afirma Loris Zanatta y Cecilia Denot en su Manual de autodefensa intelectual (Edhasa, 2023).

Con justicia para la realidad debe anotarse que en el ordenador y en el móvil no sólo reinan individuos ridiculizándose y/o caricaturizando a otros, están también quienes se toman enserio su imagen y lo que desean proyectar. El ejemplo lo pongo en los Booktubers. Estas figuras, con distancia del desdén que algunos intelectuales les miran, suelo entenderlos cada vez más como autores, aunque la categoría aún no la clarifico. Hacen labores de divulgación con algo de crítica desde el formato audiovisual y elaboran desde el conocimiento de campo y el empirismo, estrategias discursivas y narrativas más o menos ecualizadas a ciertos valores estéticos, con acento en los gustos e intenciones personales. Nada que no halla hecho un crítico o divulgador libresco desde/con las maneras tradicionales.

Para justificar y categorizar a estos Booktubers como autores hecho mano de, por ejemplo: Foucault, Barthes, Bouza, Raboni o Leal, que exploran los entornos de la pregunta ¿qué es un autor? El que ha venido bien para abrir la discusión, lo noto con los estudiantes de grado y posgrado, ha sido Gonzalo Lizardo que, en «Fábula de los autores que se bifurcan» en El grafópata o el mal de la escritura (Era, 2020), afirma que: «En la actualidad, apenas se espera de un autor algo mejor de lo que se espera de cualquier ser humano cuando mucho, que sea talentoso, inteligente o ingenioso, emotivo o emocionante, universal y único».

Lizardo suma a la categoría econiana —de/por Eco— de autor modelo, autor real y autor liminal la de autor apócrifo, en/por Borges, para afirmar que «la noción moderna de autor se ha bifurcado una y otra vez, multiplicándose por los senderos de una página, para compensar de algún modo el histórico menoscabo de su prestigio… o para reproducir mejor la factura del sujeto moderno: esos hombres y esas mujeres que viven y medran, vaciando a cada instante entre el alma y la piel, la vigilia y el sueño, el interdicto y la trasgresión, el saber y el placer, la libertad y la tranquilidad, lo real y sus ficciones, el Yo y el Otro». De allí parto para intentar categorizar a los Booktubers, autores bifurcados que avientan otra pala de arena al autor muerto que vuelve de su tumba para hacer escribir en video.

 

 

sábado, 11 de noviembre de 2023

En memoria de Armando González Quiñones

 


José Gutiérrez Solana, El bibliófilo, 1933



Los últimos guardianes

En memoria de Armando González Quiñones

 

Edgar A. G. Encina


 Una versión de este documento ha sido publicado 
en el número 9/2023 de Memoria Universitaria

  

Pasada la hora y media de Indiana Jones y la última cruzada (Paramount Picture, 1989) Harrison Ford, en el papel del afamado arqueólogo, se encuentra cara a cara con el último de los tres hermanos que perdidos durante Las Cruzadas (1096-1291) buscando el Santo Grial. Adentrado en la sala y por los túneles que dan al Tesoro de Petra, el aventurero debe enfrentarse al anciano guardián que, decaído por la edad, apenas puede sostenerse en sí y a su espada. El hombre debió esperar más de 700 años para su relevo, el cual ahora sólo debe atinar a beber de la copa original con la que Jesucristo departió en la última cena.

Esa escena, claro que con más detalles, se la comenté un par de ocasiones a Armado González Quiñones para decirle que el era uno de esos tres hermanos, aunque lo que el protegía no eran copas diamantinas ni exuberantes, sino libros viejos. La primera vez lo tomé por sorpresa y no pudo o supo responder. En el segundo momento estuvo un poco guasón y se prestó a decir, o en todo caso mascullar, los nombres de quienes podrían ser los otros hermanos. Empezó por fraguar su inventario, al que contribuí con un buen directorio, que superó con facilidad los tres nombres; guardo el ejercicio en la memoria sin afanes propagandísticos para evitar recelos.

Me he enterado de su partida un par de días tarde, por letra de Esaí Ramos Montoro que en un menaje me cuestionaba si conocía a «este señor». Particularmente, al momento que escribo estas líneas, he visto en Facebook notas de condolencias firmadas por Alma Ríos, Alejandro Félix Cherit, Bernardo del Hoyo, pero nada en ningún medio local. No sorprende. Es la trayectoria final de todo gran amante de la letra impresa; vida discreta y silencio fraterno. Quién lo extraña está en casa y no sólo es la familia. ¡Ah, los bibliófilos! Su partida estuvo iluminada por una interesante trayectoria de la que otros han comentado.

Conocí a Armando por su hermano Arturo. «Habla con él, me dijo. Sabe mucho de libros y las cosas que te interesan». Tuvo razón.  Un día me presenté en su casa y al abrir, detrás de él un chico, creo su sobrino, llegó cargadísimo de libros, la mayoría polvorosos y viejos. «Me dijo Arturo que estás investigando sobre libros mexicanos» y antes de que pudiera afinar el dictamen ya estaba abriendo uno y otro y otro libro, para explicarme qué encontraría y qué debía preguntarme. Así fue mi amistad con ese erudito; con un libro de por medio porque ¿de qué otra cosa podríamos hablar?

A Quiñones le interesaba particularmente el siglo XVI, los fondos privados, las bibliotecas históricas, las librerías y hablar. Fue un generoso dialogante del que siempre había por aprender. Me parece prudente dejar un par de comentarios finales. El primero destaca sus aportes como investigador y escritor en impresos como A 450 años de la circulación del libro en Zacatecas (IZC, 2000) e Historia de las bibliotecas en Zacatecas (CONACULTA, 1992). El segundo agradece los guiños bibliográficos y la guía para continuar las pesquisas; con sus recomendaciones terminé de escribir, por ejemplo, Las librerías de viejo en la Ciudad de México (UAZ, 2021) y proyectar la investigación sobre la extinta Librería del Prado.

Descansa en paz, maestro.




De las Presentaciones de libros

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