Los últimos guardianes
En memoria de Armando González Quiñones
Edgar
A. G. Encina
Una versión de este documento ha sido publicado en el número 9/2023 de Memoria Universitaria
Pasada
la hora y media de Indiana Jones y la última cruzada (Paramount
Picture, 1989)
Harrison Ford, en el papel del afamado arqueólogo, se encuentra cara a cara con
el último de los tres hermanos que perdidos durante Las Cruzadas (1096-1291) buscando el Santo
Grial. Adentrado en la sala y por los túneles que dan al Tesoro de Petra, el
aventurero debe enfrentarse al anciano guardián que, decaído por la edad,
apenas puede sostenerse en sí y a su espada. El hombre debió esperar más de 700
años para su relevo, el cual ahora sólo debe atinar a beber de la copa original
con la que Jesucristo departió en la última cena.
Esa
escena, claro que con más detalles, se la comenté un par de ocasiones a Armado
González Quiñones para decirle que el era uno de esos tres hermanos, aunque lo
que el protegía no eran copas diamantinas ni exuberantes, sino libros viejos. La
primera vez lo tomé por sorpresa y no pudo o supo responder. En el segundo
momento estuvo un poco guasón y se prestó a decir, o en todo caso mascullar,
los nombres de quienes podrían ser los otros hermanos. Empezó por fraguar su
inventario, al que contribuí con un buen directorio, que superó con facilidad
los tres nombres; guardo el ejercicio en la memoria sin afanes propagandísticos
para evitar recelos.
Me
he enterado de su partida un par de días tarde, por letra de Esaí Ramos Montoro
que en un menaje me cuestionaba si conocía a «este señor». Particularmente, al
momento que escribo estas líneas, he visto en Facebook notas de condolencias
firmadas por Alma Ríos, Alejandro Félix Cherit, Bernardo del Hoyo, pero nada en
ningún medio local. No sorprende. Es la trayectoria final de todo gran amante
de la letra impresa; vida discreta y silencio fraterno. Quién lo extraña está
en casa y no sólo es la familia. ¡Ah, los bibliófilos! Su partida estuvo iluminada
por una interesante trayectoria de la que otros han comentado.
Conocí
a Armando por su hermano Arturo. «Habla con él, me dijo. Sabe mucho de libros y
las cosas que te interesan». Tuvo razón. Un día me presenté en su casa y al abrir,
detrás de él un chico, creo su sobrino, llegó cargadísimo de libros, la mayoría
polvorosos y viejos. «Me dijo Arturo que estás investigando sobre libros
mexicanos» y antes de que pudiera afinar el dictamen ya estaba abriendo uno y
otro y otro libro, para explicarme qué encontraría y qué debía preguntarme. Así
fue mi amistad con ese erudito; con un libro de por medio porque ¿de qué otra
cosa podríamos hablar?
A
Quiñones le interesaba particularmente el siglo XVI, los fondos privados, las
bibliotecas históricas, las librerías y hablar. Fue un generoso dialogante del
que siempre había por aprender. Me parece prudente dejar un par de comentarios
finales. El primero destaca sus aportes como investigador y escritor en
impresos como A 450 años de la circulación del libro en Zacatecas (IZC,
2000) e Historia de las bibliotecas en Zacatecas (CONACULTA, 1992). El
segundo agradece los guiños bibliográficos y la guía para continuar las pesquisas;
con sus recomendaciones terminé de escribir, por ejemplo, Las librerías de
viejo en la Ciudad de México (UAZ, 2021) y proyectar la investigación sobre
la extinta Librería del Prado.
Descansa
en paz, maestro.
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