sábado, 11 de noviembre de 2023

En memoria de Armando González Quiñones

 


José Gutiérrez Solana, El bibliófilo, 1933



Los últimos guardianes

En memoria de Armando González Quiñones

 

Edgar A. G. Encina


 Una versión de este documento ha sido publicado 
en el número 9/2023 de Memoria Universitaria

  

Pasada la hora y media de Indiana Jones y la última cruzada (Paramount Picture, 1989) Harrison Ford, en el papel del afamado arqueólogo, se encuentra cara a cara con el último de los tres hermanos que perdidos durante Las Cruzadas (1096-1291) buscando el Santo Grial. Adentrado en la sala y por los túneles que dan al Tesoro de Petra, el aventurero debe enfrentarse al anciano guardián que, decaído por la edad, apenas puede sostenerse en sí y a su espada. El hombre debió esperar más de 700 años para su relevo, el cual ahora sólo debe atinar a beber de la copa original con la que Jesucristo departió en la última cena.

Esa escena, claro que con más detalles, se la comenté un par de ocasiones a Armado González Quiñones para decirle que el era uno de esos tres hermanos, aunque lo que el protegía no eran copas diamantinas ni exuberantes, sino libros viejos. La primera vez lo tomé por sorpresa y no pudo o supo responder. En el segundo momento estuvo un poco guasón y se prestó a decir, o en todo caso mascullar, los nombres de quienes podrían ser los otros hermanos. Empezó por fraguar su inventario, al que contribuí con un buen directorio, que superó con facilidad los tres nombres; guardo el ejercicio en la memoria sin afanes propagandísticos para evitar recelos.

Me he enterado de su partida un par de días tarde, por letra de Esaí Ramos Montoro que en un menaje me cuestionaba si conocía a «este señor». Particularmente, al momento que escribo estas líneas, he visto en Facebook notas de condolencias firmadas por Alma Ríos, Alejandro Félix Cherit, Bernardo del Hoyo, pero nada en ningún medio local. No sorprende. Es la trayectoria final de todo gran amante de la letra impresa; vida discreta y silencio fraterno. Quién lo extraña está en casa y no sólo es la familia. ¡Ah, los bibliófilos! Su partida estuvo iluminada por una interesante trayectoria de la que otros han comentado.

Conocí a Armando por su hermano Arturo. «Habla con él, me dijo. Sabe mucho de libros y las cosas que te interesan». Tuvo razón.  Un día me presenté en su casa y al abrir, detrás de él un chico, creo su sobrino, llegó cargadísimo de libros, la mayoría polvorosos y viejos. «Me dijo Arturo que estás investigando sobre libros mexicanos» y antes de que pudiera afinar el dictamen ya estaba abriendo uno y otro y otro libro, para explicarme qué encontraría y qué debía preguntarme. Así fue mi amistad con ese erudito; con un libro de por medio porque ¿de qué otra cosa podríamos hablar?

A Quiñones le interesaba particularmente el siglo XVI, los fondos privados, las bibliotecas históricas, las librerías y hablar. Fue un generoso dialogante del que siempre había por aprender. Me parece prudente dejar un par de comentarios finales. El primero destaca sus aportes como investigador y escritor en impresos como A 450 años de la circulación del libro en Zacatecas (IZC, 2000) e Historia de las bibliotecas en Zacatecas (CONACULTA, 1992). El segundo agradece los guiños bibliográficos y la guía para continuar las pesquisas; con sus recomendaciones terminé de escribir, por ejemplo, Las librerías de viejo en la Ciudad de México (UAZ, 2021) y proyectar la investigación sobre la extinta Librería del Prado.

Descansa en paz, maestro.




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