lunes, 9 de noviembre de 2015

Breves notas a propósito de Los caciques de Carlos Arniches


De la rabiosa actualidad
a la Incolora campiña

Edgar A. G. Encina
Texto publicado el suplemento cultural La Gualdra, 222


 Hoy, en el metro, mientras me dirigía de la Universidad Complutense a Biblioteca Nacional, un par de chicos ataviados como los caballeros del dieciséis tomaron por asalto el vagón. No fue violento. No hubo armas de detonación, aunque sí muchas palabrotas. Uno detrás del otro, el par subió con talante mayoral; seguros de sí empezaron a dirigirse a uno u otro de nosotros provocando la atención, un poco temeraria y dubitativa, de los viajantes. Hicieron comentarios fortuitos, ya con una chica que llevaba una planta, ya con un joven que se escondía detrás de sus audífonos, ya con una mujer entrada en edad que iba de pie y mostraba su desenfado por ello. ¡Lástima! Esta historia hasta aquí llega. Mi parada llegó en el momento cuando uno de ellos, imperioso, gritó; ¿quién de vosotros ha votado al PP [pp.es]? Nadie levantó la mano. Éste volvió a piquetear; ¿cómo?, ¿de verdad nadie?, ¿cómo es esto posible, si es el partido más votado en las últimas elecciones? ¡Lástima!, de verdad que lo siento; apenas alcancé a ver las miradas burlonas de todos e intuía que el diálogo seguía más no pude adivinar si en contra o a favor de tal partido. ¡Lástima!, en un noviembre que recuerda la proximidad de las elecciones para renovar el Congreso Nacional Español y, con ello, la Presidencia, me hubiera gustado saber de qué iba esa rebatiña en esta ciudad que nadie pega cartelones de partidos políticos, ni nadie ofrece televisiones, despensas, cemento y dinero en efectivo a los pobres para que vendan su voto.
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La estrategia es el humor; del abusivo que saca ventaja, del gobernante sin escrúpulos, del gandalla que fastidia al endeble, del terrorista en el poder que no deja escapar oportunidad para hacer sentir temor, del dictador venido a menos en ideales y a más en ambición desmedida. La estrategia es el humor; aun en novedad a pesar de que la historia relate infinidad de nombres que lo hicieron y sus múltiples maneras de llevarlo a cabo, desde que la Poética aristotélica (s. iv a.C) sugería que cada expresión en lo individual termina por valerse de una misma base emocional o la Francia de (Francia; 1544-1590), Molière (París; 1622-1673) y Racine (La Ferté-Milon; 1639-1699) que le explotó hasta instaurarle como estilo y moda, siempre recapitulando en las reglas clásicas. La estrategia es el humor, en la España desde que Lope de Vega (Madrid; 1562-1635), «el fénix de los ingenios», empleara el drama y la sátira en una literatura que ha terminado por genetizarse en el adn popular y que sólo hace un retrato elocuente, no esperpéntico, de una realidad que parece atemporal, siempre vigente.
Los caciques (1920), que abrió la temporada otoñal en el Teatro María Guerrero, se inscriben en todo lo anterior. Los Caciques, junto a La Señorita de Trévelez (1916), es la mayor obra de denuncia social del costumbrista, afirma el director Ángel Fernández Montesinos (Murcia; 1930) en una entrevista con Isabel Valdés de El Pais. La versión de este año es una adaptación del premio Ceres 2012 Juanjo Seoane y Montesinos que, afirman los lectores más avisados del dramaturgo Carlo Arniches (Alicante; 1866-1943), va en toda la línea del guion original, del cual es posible ver la versión cinematográfica que Tve produjo con la actuación de Pablo Sanz (Segovia; 1932-2012), Maria Luisa Ponte (Valladolid; 1918-1996) y otros -versión disponible en Youtube.
La obra transcurre en noventa minutos, sin receso qué ni falta hace. Es una estupenda crítica de enredo que emplea cambios básicos en el escenario, utilizando mecanismos para aparecer o desaparecer objetos y actores, y adornada con recursos mediáticos y tecnológicos para revitalizar la narrativa. La línea es sencilla: un viejo alcalde que lleva en la silla tanto tiempo como para jubilarse al que, en medio de ese placentero ambiente, le avisan de una amenaza próxima: Madrid, el centro, ha de enviar un auditor. Temeroso, el alcalde, revestido por Juan Calot (España; 1964), reúne a su equipo próximo para armar una estrategia que evite la auditoria o, en su caso, corrompa al auditor. En el camino para lograr sus planes se corre el tiempo con relatos humorísticos y disertaciones leves que siempre van con un tono próximo.
         Los caciques, que combina las actuaciones de actores de disímiles generaciones, cobra vigencia día a día; falta ver el titular de cualquier diario. Esos actores, que en los de mayor experiencia encontramos las mejores representaciones, contagian de una «rabiosa actualidad», según anota el programa que lleva de careta el almidonado cuello negro de una camisa y una corbata a rayas. El humor es la trama de fondo que soporta toda la historia, mezcla de francos relatos que se cruzan y confunden sin perdida. El humor es la trama de fondo que presenta la vileza, la estulticia y la corrupción, como características humanas que desde el asiento toman gracia. El humor es la trama de fondo, sin risotadas, a veces elegante que parece estar aplicado a este o aquel personaje de la vida pública.
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¡Lo había dejado pasar! Aquellos chicos que asaltaran el vagón del metro con su comedia política que ignoro sus fines, continúan paseando en los subterráneos del metro. Les he visto en otras vías. ¡Lástima! De verdad que lo siento, quizá a partir del 9 de noviembre, día de «La Almudena», hayan integrado a su guion el grito soberanista catalán dado desde la cámara barcelonesa. ¡Lástima!, porque acá las campañas políticas son aburridísimas e incoloras, a pesar de que sus personajes bien pueden llevar roja la nariz.

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