[Uno. Todo cabe en este jarrito] Susan Sontang para elaborar «Un argumento sobre la belleza» redactó una anécdota en la que: «[..]en abril de 2002, el papa Juan Pablo II respondió al escándalo provocado por la revelación de innumerables encubrimientos de sacerdotes responsables de rapiña sexual, [donde] hizo el siguiente comentario ante los cardenales estadounidenses reunidos en el Vaticano: "Una gran obra de arte puede presentar melladuras pero su belleza permanece. Esta es una verdad que cualquier crítico intelectualmente honesto reconoce"».
[·] Este es un argumento yuxtapuesto. El sacerdote, es obvio, gustó de trasegar elementos incontradictorios a sus tesis para crear ideas venerables. La inocua comparación entre su Iglesia con una – gran, es decir hermosa- obra de arte atañe a los sentidos y a la razón: transformó los aberrantes delitos en símil de las raspaduras de la copia de una película muda o en las desportilladuras en la superficie de una obra maestra de la pintura antigua o en los hongos colgados a las esquinas de un viejo e inapreciable escrito. Los pecados son a las imperfecciones que, por instinto, ignoramos o pasamos por alto en todo arte.
[·] ¿Puede ofender la mera sospecha de que el arte es la salvación de todo error/delito humano? Para este caso sí. Un elemento político y jurídico, de ofensa pública universal, es salvado por/con el simple ajuste de subir/a
nteponer al arte a sus deslices y todo es aliviado. Luego, la belleza, que remite a una excelencia indiscutible (como la salud o la sabiduría) ha sido mallugada como término para recurrir en la formulación de ecuaciones incuestionables. Es ahí donde el pathos, del que Shakespeare aborda en infinidad de sonetos, funciona para entrever de la permanencia a la contemplación, de lo sensible a lo intangible, de lo fatuo al jactante.
[Dos. «Risa solar y mirada telúrica»: O.Paz] Wojtyla alivió espíritus que se sabían ya en el infierno metafísico y salvó las almas de algunos individuos abusados con un simple argumento que encima a un hecho desgarrador una divina palabra. El ejemplo evidencia un peligro corriente: toda impiedad es conmutada si el verbo invoca la palabra proba.
[:] El dilema para mí [para ti lector-oyente-] es saberme contemporáneo y decidir qué postura tomar: ¿actor contemporáneo que aniquila todo residuo idealista o ver en el arte todo lo que es nuestra condición actual? Es decir, ¿cómo entendemos la absolución papal? ¿Es reflejo de una sola esfera lejanísima que evidencia quién sabe cuántas decadencias o soy yo [es tu] en pro y contra de tal o cual hecho? Como afirma Félix de Azúa en «El espejo del arte», responderé después de que haya «[…] descuartizado nuestro cuerpo (que ya no puede resucitar, aunque puede ser clonado) para inspeccionar y explotar cada parte del mismo por separado, utilizando el arte cisoria con la finalidad de establecer el distinto valor de cada elemento».
[:] [La «Risa solar] Wojtyla le habló a un sector definido: parcializó su discurso. Ese es un elemento generalizado en nuestra cultura: todo mundo dialoga con la contraparte que desea y no, es más ni siquiera se da tiempo de comprender, con el que le niega o se opone. Se crean códigos dirigidos internos traducibles-entendibles sólo para los intérpretes que se codician [los que son] y se conforma como secretismo para los de fuera [los que no son]. Religiones, partidos políticos, sectores ideológicos, teorías político-sociales..: todo ámbito humanos está sectorizado y como parte de ello ha creado sus propios esquemas, reglas, formas, lenguajes y hasta ritos…
[:] [Mirada telúrica] Para el caso de estas líneas comentaré cuatro obras de José Correa: «El templo del rey Salomón», «El hijo pródigo», «Lex» (propiedad de de un coleccionista) y «Héroes zacatecanos» (ubicada en la sala de recepción de la Legislatura estatal). [:] En «Lex», acuarela al óleo, encontramos a la justicia elevándose, impulsada por una figura sin rostro. La primera, ataviada en un vestido blanco porta en su mano izquierda una espada y en la mano derecha un péndulo. La segunda, lleva también en la mano izquierda una espada y en la mano derecha una escuadra y un compás, símbolo universal de la masonería. La ascensión de ambas figuras se perfila a un cielo azul que se abre para revelar su abultada belleza. En el mismo plano, pero debajo, se encuentran los vestigios sincréticos de una cultura que fue, es. Exhibe, entre otras cosas, monumentos prehispánicos conviviendo con edificaciones modernas circundando un piso rectangular encuadrado en verde y blanco que al centro presume un estrado. Al fondo, en segundo plano, el mapa de la República Mexicana coloreado en singular combinación para evidenciar límites territoriales, sobre el cual parece que «Lex» detiene la punta de sus pies.
[:] En «El templo del Rey Salomón» el plano es único salvado en su prevención de fases, espacios y parajes. La escalinata, interrumpida en medio por una poza de la cual prorrumpe humo blanco, como el del incienso, continúa en su camino al templo en medio de un ambiente adornado naturalmente. El templo, edificación rectangular, muestra sobre su puerta al «Ojo que todo lo ve» y en su pináculo a la estrella de David centrada en la letra «G». A sus lados dos columnas que cargan la esfera planetaria y al tiempo cósmico. Todo en medio de un cielo tormentoso y una escarbada ruta montañosa.
[:] En «Héroes zacatecanos» aparecen In memoriam susum corda los rostros de Enrique Estrada, Luis de la Rosa Oteiza, Francisco García Salinas, Ramón López Velarde, Víctor Rosales y Tenamaxtle. Detrás el cerro de «La bufa» en tonos café y verde en cielo medio nublado.
[:] «El hijo pródigo» es portentoso e impresionante. Un hombre desnudo muestra una precaria, lastimosa, espalda; su rostro descuidado voltea arriba invocando a un triángulo dorado con un ojo: Horus, al tiempo que el paraje que le rodea es desgarrador. El hombre desnudo, en estado de profanidad, suplica la iniciación ritualist
a luego de verse rodeado por muertos, esqueletos, zombis y elementos inanimados. La naturaleza muerta acrecienta el sentido desgarrado del cuadro.
[Tres. Apuntes: pretextando el paisaje] Las cuatro obras hablan, pero sólo unos cuantos, los iniciados que disponen en su diccionario del conocimiento de estos signos, beben de su sentido. El paisaje es un pretexto; su funcionalidad es de tercer o cuarto plano y, al tiempo es de primero y segundo: montañas, cerros y espacios arrebolados, de un vede brillante y abundancia sui generis, aún cuando el tema sea el fin de los tiempos, alterna entre figuras míticas, héroes locales y seres cuasi divinos. El paisaje, alejado de los elementos actantes, discurre un más allá, un elemento típicamente liberal: la fe en el progreso. Luego, el paisaje es para la imaginería liberal un pretexto que invoca y convoca la fe en un futuro.
[:.] Sólo falta, apunta Conrado Tostado, «Voltear a ver: [en] la extrañeza
de ser milenarios y novísimos, de ser partes de un cuerpo y a la vez personas, [ser] voces de un barullo y al mismo tiempo, pozos de silencio, [que] se renueva, a cada instante, bajo estos cielos luminosos y rápidos. Voltear a ver, oír». El paisaje liberal es atemporal y se lo ha apropiado. Ya en los trazos antiguos el paisaje remoto se acercaba conforme la edad cronológica del que lo apreciaba se acerca al fin de la vida material. Entre más cerca la muerte más claro ese paisaje que en un tiempo se vio lejanísimo. La pintura liberal, la «libre pensadora», se ha hecho de ello para enconarse en fines a lograr. El paisaje liberal es, parafraseando a aquel gran jefe pastor de almas, una melladura que por su grandeza hace permanecer en su belleza.