viernes, 8 de agosto de 2008

«Mi destino es cruel. Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí» [Julio Torri]

[Z.1. Pretextando: la introducción] Leo y escribo. Vivo para después de leer y escribir; escribir hasta el cansancio, escribir hasta que las yemas de los dedos pidan clemencia, escribir hasta que la espalda tenga la rigidez de toda viga, igual a la espiritualidad jesuita en el estudio de la teogonía, y duelan las articulaciones enfriadas por el calor del vicio intelectual-creativo. Vivo para penetrar en los secretos de aquello que Octavio Paz descifrara como el «poder de la palabra». En los libros que poseo y las líneas que redacto encuentro el mayor placer: hacer el amor a cada lectura en busca de la amante perfecta para eyacular en el propio ser: fenomenología del amor. Mi vida son las letras: universo paralelo a la mundanidad. Sin embargo, en sus faltas encuentro la existencia. Vivo de las letras; sempiterno, he caído en un lecho taciturno donde las espero en escena de abandono. Logro de ellas un salario, posición académica y estrato social. Por ellas, obtengo beneficios financieros, culturales y sociales. Luego, en un dilema filosófico-existencial, digo que las letras son mi vida y sin embargo abuso de ellas para vivir. [Z.2. Chantaje: el contexto] En el siglo XIX francés, que universal al tiempo, Émile Zola escribió Yo acuso…, libro de cabecera para el pensador. Desde ese momento, el intelectual se convirtió en un ser mitológico, un ente sincrético que, a lo largo de sus diversas denominaciones y transfiguraciones, logró desde el espíritu en la tierra una vocación ascética, conocimiento experto, sensibilidad e inteligencia superior y una facultad visionaria. Con el tiempo, ese lugar «olímpico» -que vive en el Olimpo- se cimbró en caídas constantes que le llevaron al tercer infierno dantesco hasta que, escribe Armando González Torres en su ensayo «Del crepúsculo de los clérigos», «[…]como ocurre en otras latitudes, el hombre de letras, prototipo del intelectual de antaño, ha disminuido paulatinamente su protagonismo […] la desacralización del intelectual, sus antiguos gestos parecen paródicos[…]» [Z.3. Trabajo, propiedad y riqueza] Camino. Con el pie izquierdo encuentro que trabajar, es ir arduamente y no ser; sobrevivir en la añoranza estilizada en fe del anhelo que será. Camino. Con el pie derecho encuentro que poseer es estar en la eterna deuda del deber y pagar; propietario de lo que viene cuando ya está y se fue cuando no valía la vida en su costo. Camino. Anciano y no la hayo ni le conocí. La riqueza en propiedades y dinero y alhajas me fue presentada, la vi pasar; su coqueteo delirante fue nauseabundo al aroma que respiré de tulipanes marchitos. Me sedujo la riqueza del conocimiento pues vestía un breve vestido ajustado zurcido con encajes de sabiduría, su perfume me aprehendió y sus labios, besos inmanentes, fueron paseo de lo intangible. Tengo lo que poseo; no se puede ver, pero vale; no se pesa con ningún billete ni es cuantificable por algún metal o joya o artefacto exótico, pero está ahí para dar vida a mi espíritu, gordo, rechoncho de glotón que no se ve. Valgo más ceros que los que la economía clasifica para mi labor y tengo más provechos en esos movimientos que otra empresa que te absorbe las pocas monedas para luego hincharse las venas con la ayuda al pobre hombre que de todas formas no come, no bebe, no viste, no vive... Soy productivo, igual porque, como afirma Gabriel Zaid, la productividad es «finalmente creatividad: de la vida en el planeta y de la vida personal. La medida última de la productividad es la vida misma: su calidad, la clase de personas que produce, el nivel de la conversación social». [Z.4. Como para cerrar, por las limitaciones de tiempo y espacio] Digo que vivo de las Letras, por la Literatura, con mis libros y sobre llevo la existencia en las líneas inconcinas que redacto. Digo que es una yuxtapuesta dolorosa saber que se está debido a la prostitución de lo mejor que poseo y, sin embargo, bella dama no se queja, ni pide, ni llora; bella dama me da más y es feliz con mi impaciencia. Digo que Émile Zola escribió un libro en el que argumentaba cómo ser desde el pensamiento pero no ordenó cómo vivir con él. Zola predijo que sería un prototipo bastardo del reino mercantilista y sin embargo señalaría los errores, marcaría los desencuentros, anhelaría la perfección y perecería sin encontrar nada por lo que hubo de luchas. Émile Zola no lo escribió, pero sin embargo dijo que vivir de este taller es pobreza y muerte triste. He dicho que trabajo, con ahínco y amor; que no me interesa la consolidación capitalista del tema de las líneas y que el poder y el conocimiento son las conclusiones de esas tres palabras.

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