lunes, 31 de octubre de 2011

Mirada neófita

O de cómo aún la tecnología le adeuda al arte

1.
Es la primera vez que escucho el nombre de Rafael Coronel (Zacatecas, 1931). Me han dicho que es pintor mexicano, que es oriundo de una provincia cuyo nombre remite al sonido del zacate y los aztecas, que debería conocerlo; quizá me agrade. No querido guardarme la duda; curioseo en la web. Descubro su página electrónica; han posteado algo así de 84 imágenes entre «obra reciente», «obra gráfica», «colecciones» y «dibujos», además de anexar el «currículum» y «críticas» [http://rafaelcoronel.com/index.html]. Sigo navegando. Hallo que un museo lleva su nombre y la calificación profesional lo ubica como el «representante del nuevo expresionismo mexicano», porque antes estuvieron los de la etapa primera con David Alfaro Siqueiros (Ciudad de México; 1896-1949), José Clemente Orozco (Jalisco; 1883-1994) y Diego Rivera (Guanajuato1886-1957). Continúo leyendo; siento que un paso en falso me destrozará en la caída. Dicen que su trabajo es «personal» e «intuitivo»; una «deformación de la realidad» en «colores violentos» de «reflejo amargo»; sus cuadros irradian de «forma subjetiva» la «temática de soledad y miseria». Para ser honesto, me parece una burla tramposa. Que es «personal» e «intuitivo», «deformación» de «reflejo», «subjetivo», no es cliché ni pretencioso; es derroche grosero del lenguaje, abuso estulto; prefiero los puntos suspensivos del decir acallado.
. Determino abrir dos pestañas. En la primera, navego imagen por imagen, cliqueándolas por separado. En la segunda, me detengo en los escritos que ha provocado. La idea es contrastar lo uno con lo otro y lo uno; descubrir lo que ya de por sí en/para el arte es hasta grosero.
. Primero, al azar abro «Le arranqué la flor», de 2008; es un acrílico de 80x100cms., de fondo grisáceo. Es el retrato de un hombre viejo con barba pronunciada, curvada, canosa; viste en túnica oscura portando ese enorme sombrero de 180 grados. Tiene en la mano derecha, pegado al costillar, lo que parece el rostro de una mujer de mirada y rostro hierático. El cabello de esa cara femenina es coronado por flores rojas, quizá claveles. La mano derecha, elevada a la altura de la nariz, ha tomado una de ellas para encontrarse con la vista pulcra del anciano.
. Segundo, leo que Sergio Pitol (Puebla, 1933) ve cómo «[…]Coronel preparaba su obra, pude contemplar el proceso de la creación y el júbilo con que se entregaba a ella. En tales momentos el Universo se concentraba allí, entre aquellas cuatro paredes, y poco a poco los papeles se iban poblando de seres». No me dice nada; acaso del proceso creativo, es posible que sea el relato literario de un personaje omnipresente que, desde lejos, mira a otro actor preconcebido haciendo. Insatisfecho, me hago de la vista gorda. Otro escritor, Salvador Elizondo (Ciudad de México; 1932-2006) afirma que «[n]o todos tenemos el privilegio de una leyenda, Rafael Coronel inventó la suya y se inscribió en ella. Ha creado personajes cuya leyenda sólo él conoce y de la que solo comparte con sus admiradores su forma vista sobre un fondo abismal de la vida, bajo una luz que emana no solo del sol, sino de la paleta y de la mano del autor que los ha creado. A veces las figuras parecen emerger del fondo como si fueran parte de él, otras se destacan del fondo como estatuas policromadas discretamente. Una síntesis misteriosa entre la apariencia y la realidad».
. Más conforme, el teléfono ha sonado. Una llamada me recuerda que debo atender un compromiso. Cierro el navegador y apago la computadora; otro día seguiré. Apenas entiendo que el tal Coronel pinta, que sus cuadros son expresionistas e impresionistas, que es osado, disciplinado, pasional en su trabajo y mítico, hermético, secretista en su labor discursiva.

2.
Aún quedan a deber tecnologías como la internet o la fotografía, en lo tocante a la fidelidad y el respeto al arte. A años luz, la primera, y a una distancia considerable, la segunda, de siquiera acariciar el aroma de expresiones como la pintura, son infieles amantes que hablan mal y le crean una reputación dudosa. Para el navegante común, coleccionar imágenes y/o postearlas en sus perfiles, blog’s, tumblr’s o canales de identificación puede ser un juego sin riesgos en las que alcanzan viables definiciones, gustos y/o anexiones. Sin embargo, es un aspecto frío, distante; pues el ícono se traduce como el sello impuesto frente a un espejo que no alcanza a dimensionar la fuerza del tema, el manejo de las técnicas o la vida de las superficies, por nombrar algo de estos vacíos. Quizá alcancemos en vida a descubrir cómo del monitor se resaltan las texturas de los grabados; es probable que nuestro celular destelle un haz de luz sobre la nada con aquella escultura; es deseable que al leer un libro en la tableta también nos impregnemos del olor del papel. Pero, por el momento, son buenos deseos para soñarse.
. Y, es que es traidora la internet. Por ejemplo: cómo es posible hacer que un despreocupado ente que surfea por las olas de la web sienta el corte incisivo de plantarse frente a una obra de Coronel; cómo estimular el movimiento en detalles mínimos, en el caso del relato en la flor que se enfrenta a la mirada cavilante; cómo explicar que ante la tercera etapa expresionista actual, la del artista sigue vigente, sin trasmutación ofensiva del tiempo ni vacilaciones objetuales. Si bien, las plumas que enfrentan al arte son delicadas, solemnes y constructivas; si bien pueden paralizarse ante filosofismos wittgensteinianos de las posibilidades del cuerpo; si bien puede acariciarse simplemente los gustos, es una plataforma humanizadora-humanizante sin explotar. Qué será de nosotros si nos limitásemos a teclear, postear, subir y bajar lo que fuera en la red. Qué será cuando seamos tantos que la magia de trazos como los de Coronel sólo se limite el mundo viajante a ver, ver, pasar y dejar pasar…
. He querido exponer un ejercicio básico. Es verdad que los océanos electrónicos llevan y traen enormes cantidades de todo en sus mareas. Sin embargo, al menos al tiempo por la experiencia, parece funcionarles mejor a las bases de datos, porque en terrenos de la cultura y el arte es perceptible que estamos en edades paleolíticas. El caso de Coronel es representativo de otro innumerable cifrado de nombres, porque las expresiones artísticas siguen proponiendo y alimentándonos, mientras que la internet observa, con enormes ojos, casi asustada, preguntándose cómo reproducir con fidelidad aquella expresión. Por ello, aún azuzando lo que la literatura puede decir de la imagen pictórica, falta tanto que un original parece una ballena, bufando, cerca de nuestra balsa, lo trágico es que mis acompañantes no saben nadar y le temen al agua.

sábado, 29 de octubre de 2011

Del mal al que Carrasco aprendió a curar en el mítico Oriente

Un cura -sustancial- para la enfermedad -primordial-

Te has enfermado. Es inevitable. Si estás aquí o lees estas palabras la toxina ya vive en tu cuerpo. Debes escuchar o la muerte con una bolsa de sífilis, gonorrea, gripe venezolana y drogas de mala calidad te visitará en cuanto des la vuelta. Deberás tomar las indicaciones igual a las pastilla que te dio el médico para no embarazarte o para quitarte ese dolor que te impedía la movilidad. El comprimido es más grande de lo acostumbrado; tragarás fuerte. No garantizo jarabes con sabor a cereza u olores frutales; serán espesos, rasposos. Quizá las inyecciones te dejen dolorida la nalga y tengas que maldecir a la enfermera. No es culpa de ella. Los costos parecen bajos; no te confíes. Sobrevendrán rebotes, luego no habrá seguro médico que las costee. Cada recaída será mortal. Sólo caballitos de tequila, breves sorbos de mezcal, enormes cantidades heladas de cerveza o algún selecto whiskey por la tarde podrán engañarte, hacerte creer que la enfermedad cedió; es el placebo corroyendo tu hígado. Creerás que ya has tomado la medicina, que estás a salvo. No es así. Es un virus contagioso, crónico, insalvable, terminal; aparece una y otra vez, fuerte, tan duro que no habrá calor en las sábanas que alivien el pesar. Luego de infectado, el paso de regreso es irrealizable. La pandemia asedia. Todos, todos, han enfermado.
. Dicho lo anterior, la ciencia, las religiones, los investigadores, los brujos, tienen una fórmula, tan secreta, tan hermética, tan mística, que sólo los iniciados la reconocen. Así, acomete lo siguiente.
. Haz un alto. Apaga la televisión. No enciendas la computadora. No te dejes seducir por los ritmos de la música que palpitan dentro. Lucha. El esfuerzo deberá ser supremo. Manda al más recóndito lado de la razón o del subconsciente los ruidos que te acechan. El tono del mensaje o de la llamada entrante en el celular no importa, si fuese trascendente estarían aquí, ahora. Abandónate a tu íntima soledad. No permitas que la memoria te avasalle. Tus corridas infantiles, tus aventuras adolescentes, tus amoríos juveniles, tus tropiezos, no importan. Nada importa. Sólo tú. Ahora, obsérvate rodeado de ti mismo. Solo. Los muebles tienen tu toque. Las personas que te rodean son clones tuyos, imperfectos por una seductora falda o la cabella larga o un pantalón ajustado; por unas cejas pobladas, unos labios maltratados o una loción que te marea. Descúbrete en el mundo y desconfía. Desconfía con temeridad, del porqué es tú y te engaña queriendo ser tú.
. Ahora ve lo que el maestro Emilio Carrasco ha pintado. Una sigilosa y furtiva pócima te depara viendo la «Memoria de oriente». Es un ungüento a las cansadas almas, untado con la mirada del autor. Las indicaciones son tajantes. Intenta detenerte en algún detalle. Fíjate en las líneas danzarinas. Es una mujer que baila y se reproduce, como tú en los demás. Es un cuerpo femenino que se contonea en ritmos tenorios; lento, callado, para ti. Al tiempo, las impresiones te destantean; confundido ves rostros o empalmes. Dudas, pero no puedes suspender. Dudas y sigues. Su cadera se ensancha, se adelgaza; saboreas la sal de su sudor en los labios. Sus senos se levantan, son más robustos o pequeños. Su cintura se alarga, junto con esas piernas que parecen gritar tu cercanía, para luego cerrarse, piernas y cintura, hasta ser un trazo señero. Empótrate en los colores. Pretende descubrir su lenguaje. Escucha lo que se dicen entre ellos y los susurros que te pellizcan el lóbulo de las orejas. Son cachondos, juiciosos y respetuosos. Son lo que dicen; que un tono se lee en la tranquilidad, que otro para la sabiduría, que ese es para el amor y aquel para ocultarse en las noches. Son lo que dicen, pero a su vez no tienen límites en su haber. Son para eso; para animarte el espíritu, para darte un breve respiro en la cotidianeidad, y la cura de un virus que se traga en enormes sorbos tu sangre.
. Carrasco tiene una cura, por lo menos una más duradera. El medicamento que nos vierte penetra y suerte efecto con las mismas capacidades al mal que combate. Entra por los ojos y la piel. Se escabulle similar que amante temeroso de ser descubierto. Baña el cuerpo y su veracidad mora en las veces que te detienes a observarlo. Debes poseerlo. Si en algo estimas tu salud, pregunta cómo conservarlo. La boticaria, acá galerista, se hará de la vista gorda y no te pedirá la receta; al fin y al cabo estás desahuciado. Decídete por uno de sus cuadros, como con el antigripal al que recures para no dormitar por el día. Todos contienen la cura. Fueron pensados para aliviarte los más indescriptibles de los dolores conocidos. Es difícil que halles esto en otro lugar. Es pintura hermética-mágica-mística; aprendida-aprehendida en el oriente con los saludos, el reconocimiento y los ojos alargados; proviene de antiguas técnicas, del viejo manejo de los inventores del papel, de los iniciadores del antiquísimo secreto del traspaso de las ideas sustanciales. Esta obra contiene la velación del profundo respiro, de la insoldable memoria del tacto; de lo impronunciable y profundamente propio.
. Sin embargo, tengo una última cosa que decirte. Se conocen algo de los síntomas. Se sabe poco de cómo combatir ese sufrimiento. Aún se ignora una fórmula real de sanación. Ora, medita, paga tus cuentas y voltea a Oriente; quizá ese sol que nace tenga el secreto por las mañanas. Haz el amor, toma bebidas espirituosas y peca como nadie; ten en tus paredes obra de Carrasco; apréciala porque ya tiene tus secretos, la irreverente fuerza del creador hecho que sigue atreviéndose y la cura para sanarte en las afecciones, que no lo sientes pero ya han empezado por mordisquear tu corazón. Luego, seguirán tus ojos.

viernes, 14 de octubre de 2011

Primer Congreso Internacional sobre Literatura y Artes Visuales

Primer Congreso Internacional sobre Literatura y Artes Visuales
Guadalajara, 30 de noviembre y 1 de diciembre

Programa

Miércoles 30 de noviembre
9:00-11:45. Registro de los participantes
12:00-13:30: Conferencia inaugural.
. Franc Ducros, “Un libro, un poeta, un pintor: Mallarmé y Manet”.

Mesa 1. Adaptaciones y convergencias
. Lauro Zavala, “La representación de los escritores y los artistas visuales en el cine de ficción.
. Guadalupe Mercado Méndez, “De lo inefable en cine y literatura”
. Marta Beatriz Ferrari , “Literatura y cine en España..."
. Renata Armas Bermejo, “Del teatro shakespereano al pensamiento en el cine de Kurosawa”.

Mesa 2: Textos pásticos
. Hariet Quint, “El poder de la imagen en la conversión y alfabetización de los antiguos mexicanos”
. María Guadalupe Mejía Sánchez, “Bailadora de jarabe, texto pictórico de Saturnino Herrán”
. Ricardo Castillo Sevilla, “Un retrato, siete apuntes y un boceto para un estudio de Pintura y verdad: la palabra enmascarada”
. Silvia Quezada, “El Retrato de Rebeca Uribe con el ojo de Martha, de Juan Soriano”.

Mesa 3: Adaptaciones y convergencias II
. Carlos Zermeño ,”Los parentescos del diablo: estética y transposición en Alucarda”
. Clara Cisneros, “La obra de Nikos Kazantzakis llevada a la pantalla”
. Ma. Mercedes Galván Dávila, “Los de abajo: novela y película”Gabriela Torres, “La frontera literaria en la película Fuego de Guillermo Arriaga”.

Mesa 4: Concomitancias I
. Gonzalo Leiva Quijada, “Imaginarios melancólicos en Chile: visualidad y palabras a finales del siglo XX”.
. Dulce María Zúñiga, "El arte de la acuarela y el tedio como arte. La vida instrucciones de uso de Georges Perec".
. Luis Jorge Aguilera Gómez, “Venus: el arte y sus efectos en el espíritu”.
. María del Socorro Guzmán Muñoz, “La representación de la madre en la poesía y la pintura decimonónicas”.

Jueves 1 de diciembre
Mesa 5: Concomitancias II
. Marco Aurelio Larios, “El imaginario colectivo y su trasvase a los lenguajes artísticos y literarios de una época”.
. Carlos Ramírez Vuelvas, “Poética de lo inmediato: la apropiación crítica de la realidad de Marcos Ramírez Erre”.
. Alberto Rodríguez González, “La eternidad como artefacto: el café de nadie y el presentismo estridentista”.
. Manuel Romero Gómez, “La letra y su superficie. Acercamiento a la poesía visual”.

Mesa 6: Textos plásticos II
. Gabriel Gómez López, “El poder de la imagen en los relatos de la ficción sobre pintura”.
. Gerardo Gutíerrez Cham, “La pintura y el cuerpo reinventado en Palinuro de México, de Fernando del Paso”.
. Casandra Elizabeth Gómez Alvarado, “El manejo de la figura grotesca: El niño con orejas de Vicente Molina Foix y la estética fotográfica de Joel Peter Witkin”.
. Liliana Molina, “Poemas plásticos, Villaurrutia y la pintura”.

Mesa 7: Adaptaciones y convergencias III
. Jesús Eduardo García Castillo, “Ampliaciones del concepto ‘narración’: las adaptaciones teatral y cinematográfica de Los albañiles, de Vicente Leñero”.
. Víctor Hugo Amaro Gutiérrez, “Palabra e imagen surrealista en Penélope de Leonora Carrington y Alejandro Jodorowski”.
. Cristina Díaz Padilla, “La violencia en Rubem Fonseca y Paul Leduc: del texto literario al texto fílmico”.
. Luis Martín Ulloa, “El cine en Melodrama” de Luis Zapata.

Mesa 8: Transposiciones II
. Joanna Zeromska , “Reverberar / Resonar: El apuntalamiento visual en imágenes poéticas de carácter sinestésico”.
. Reyna Hernández Haro, “La novela-guión de Antonio Skármeta: una poética de la imagen”.
. Teresa González Arce, “Señoras y señores: el retrato literario en Juan Marsé”.
. Blanca Estela Ruiz, “Trespatines, un negrito de blanco humor. Boceto del retrato de un personaje tipo del teatro popular cubano”.

Mesa 9: Aproximaciones teóricas
. Herón Pérez Martínez, “Las formas mixtas en la textualidad literaria: el discurso emblemático”.
. Alberto J. L. Carrillo Canán, “¿Falla el criterio narrativo de la diferencia entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso?”.
. Marco Ramírez, “El espacio escénico en la comunidad del mundo ficcional del drama”
. Rodrigo García de la Sienra, “Figuras de archivo”.
. Andreas Kurz , “Walter Benjamin y Xavier Villaurrutia ante el cine”.

Mesa 10: Textos plásticos III
. Cecilia López Badano, “De Arcimboldo a De Kooning: la huella pictórica en la narrativa de Roberto Bolaño”.
. Helga L. Vega Carrillo, “El realismo, elemento mágico en la plástica de Jorge Martínez”.
. Edgar Adolfo García Encina, “Líneas que se pintan y escriben. Apuntes, notas y acercamientos al libro estético del XIX”.
. Humberto Ortega Villaseñor y Raúl Aceves Lozano, “Peces en tránsito hacia la luz: una experiencia de co-creación”.

Conferencia de clausura
. Arturo Camacho, “La Divina Comedia: de ilustración piadosa a Iconografía ancestral”.

martes, 6 de septiembre de 2011

Del antiguo oficio de las tejedoras

«Lugar visto y Escuchado», los telares de Patricia Dunn

Los tapices de Patricia Dunn [New York, 1944] son herederos de los secretos que alguna vez la mítica Penélope guardó en su telar, deslizándolos en cada hilo, mientras esperaba la llegada de Odiseo de la Guerra de Troya. Igual que la hija de Icario, rey de Esparta, cada uno de los hilos que recorren el telar fueron pensados, meditados, sometidos a intensos sueños, subyugados a las vacilaciones del carácter femenino. De la misma forma que la reina de Ítaca fraguaba los colores, la densidad, las necesidades y las combinaciones materiales; todas las imágenes fueron maduradas, catadas, fantaseadas y vueltas a divagar. Como la madre de Telémaco, la suerte de cada día habrá de caracterizar las formas del trabajo; con algo de fortuna podremos ver un rojo chispeante inspirado en la lengua canina.
. Los tapices de Patricia Dunn corren con mejor suerte que los de aquella Penélope, que tuvo que soportar a hombres consentidos, llenos de excesos. Sin esperar el paso del tiempo y el designio divino para caer en el mito, los hilos de la neoyorkina no desaparecen por las noches. Elaborados originalmente desde la esperanza de la vuelta, de la paz, del bienhacer; representan, a su vez, el secreto de la fidelidad al tiempo, al viento, a los colores, a la vida que corre en oleajes invisibles frente a las mareas que nos arrebatan. Igual a los tiempos de Odiseo, colgados ahora sobre las paredes, quizá descubramos algunas formas nostálgicas o charlas de amigos que vaciaron la cafetera; es probable que las materias nos remitan a los sueños que nos arrebatan o las pesadillas infantiles. Son colores, son texturas, que alguna vez nos fueron, sin reservas.
. Los tapices de Patricia Dunn poseen símbolos ocultos, voces que creímos olvidadas. Las siluetas son el tema que se repite constante, a la manera del eco subliminal dejado por el ding dong de las campanas. Destejido en el preámbulo de la creación, sus lenguajes aparecen de apoco, para cantar o gritar o susurrar momentos simples que recargan la existencia. Son retratos de paisajes. Son cuadros que juguetean con los elementos de la naturaleza; ya una rama, ya un aroma, ya una piedra original. El primer paso del ritual son los paseos por el Cerro del Grillo: el mundo que da licencia para su descubrimiento. Luego, en el taller de su casa, en el telar que recorrió los caminos de Norte América, prepara los materiales, tiñe a mano la seda, la lana y cerca la urdimbre con lino: la magia para dominar los mundos es el secreto de esta iniciada.
. La fuerza motora para tejer son sus paseos. El incentivo es vivir con las cosas más simples y cruzarlas en los hilos que quedan arriba, que se destellan abajo, que se ven marchando en varias dimensiones. Todas las mañanas, acompañada por su perra «Mina», deambula los caminos trazados por otros pies similares a los suyos; unos que vagabundean en busca de la tranquilidad. Sus pasos la transportan al umbral que ausenta la ciudad de los pensamientos, al caminar que ejercita el cuerpo dando respiración azul, profunda, al espíritu. Mientras esto sucede, los ojos buscan entre las ramas, las piedras, los árboles, las hiervas saltadoras. Para Dunn todo es breves siluetas que emanan, líneas que decoran el espectro de la obra, colores únicos elaborados ad hoc.
. En su «Declaración de artista» [www.patriciadunntapestries.com], Patricia Dunn dice que su inspiración viene del mundo. Afirma que la poesía, la música, la literatura, las charlas cotidianas, los paseos son su punto de creación. Le basta estar alerta con lo que le asedia para reproducir en sus tapices y esculturas cada una de esas experiencias vitales. Con un telar de sesenta pulgadas de ancho, el lino es la urdimbre; el secreto oculto que subyace para soportar el engranaje interno y externo de toda obra. Por su lado, la lana aporta la textura y la calidez a los tejidos; si algún elemento refiere al humano quizá lo sea este por su templanza y carácter. La seda brinda una superficie reflectante que contrasta; es la luna y el amanecer, los tiempos que en un momento parecen confundirse en el cielo. El alambre de cobre es el elemento recio y soportable; una aguja que cose los detalles para bordear la estructura.
. Los tapices de Patricia Dunn no sólo recogen el secreto mítico de Penélope, también son una fuente de pequeñas verdades que parecen solas. En la reflexión de su obra lo primero que gusta son los colores y los materiales; no hay duda que ese carácter primario, a veces demasiado palpable, puede dejarnos quietos, tal vez sobre impresionados. Sus temas y sus claves nos seducen al momento: encontrar las siluetas, traducir las líneas que se levantan, interpretar los tonos dominantes, dejarse abrazar por ese rojo chispeante que terminó por seducirnos. Si un material se vuelve opaco. Si una textura sale a iluminar la sala. Si una textura que provee calor. Si, siempre un sí que nos cuenta una historia, tan humana como la de cualquier otra, sólo que contada por Dunn.


El trabajo de Patricia Dunn se exhibe en este momento (agosto, 2011) en la sala principal de la galería de arte contemporáneo «Irma Valerio» [www.galeriasirmavalerio.com]. Se encuentra preparando la exposición «Lugar: Visto y Escuchado» para el Centro de las Artes de San Luis Potosí [centrodelasartesslp.gob.mx], en el mes de septiembre. Su biografía se resume a títulos universitarios, en Español, lengua y literatura, en SUNY Plattsburgh [www.plattsburgh.edu], un posgrado en la Universidad de Colorado [www.colorado.edu] e innumerables exposiciones públicas y privadas, además de aparecer en varios libros, catálogos y más publicaciones. Su vida se relata desde una granja lechera en el estado de New York, el tiempo en Colorado y la estancia en Zacatecas. Este abstrac es frío e infiel, pues la vida y el carácter intenso, desosó y cargado de ánimo de la artista rebaza por mucho la frialdad del currículo hecho resumen.

viernes, 15 de julio de 2011

Metástasis al trazo solitario

[esta obra pertenece a la serie "Estudios de figura", y aparece en el catálogo Una historia reciente. Emilio Carrasco. Pintura y grabado]

«Verdad o consecuencias.
Obra y colección de arte postal» de Emilio Carrasco

Una de las formas de escritura que se dio en la Edad media fue por medio de tablillas cubiertas de cera sobre las cuales se rotulaba con algún instrumento punzante, similar a la gubia, al cuchillo o al buril. La idea era que lo trazado tuviera una permanencia temporal significativa y, al tiempo, pudiera ser modificada, tapada, eliminada o utilizada de nuevo. Así, cuando lo plasmado ya no era útil se tomaba un tipo de espátula caliente para corrérsele por encima a la cera, como hoy hace el corrector sobre la tinta o la goma que borra la línea del lápiz, consiguiendo otra vez una área llana. Esa técnica de limpieza fue llamada tabula raza.
. La tabula raza es una superficie limpia en la cual fue borrada una leyenda, una historia, una cuenta o una imagen y se encuentra presta, como hoja en blanco, para el nuevo importe. Es la superficie limpia que se ofrece para otra anécdota, frase o llamado. Sin embargo, el borrón y cuenta nueva es falaz; no todo es anulado, quedan resquicios, bordes, algunas líneas sutiles que no desaparecen del todo y resurgen con las recientes estrías, para cambiar el sentido, darle otro significado. Nutrir de otras marcas. Luego del primer trazo y su seguida desvanecencia, todo lo que continúa es sólo vestigio sobre el ribete. Rastro que no olvida ni se inhibe. Huella que suma.
. La más reciente exposición de Emilio Carrasco (Ciudad de México, 1957), «Verdad o consecuencias. Obra y colección de arte postal», en el museo «Francisco Goitia», parece emerger de este antiguo acto. Escribe, en la presentación, Lourdes Fava -directora del museo- que la muestra «es una síntesis del enriquecimiento de la obra del autor por conducto de sus viajes, sus experimentos con distintas técnicas y su increíble comunicación a través del arte con la gente y artistas del mundo». Marcas de vida. Señas que se anteponen a otras pistas. Indicios. Tanto la obra como el abstract de la colección de arte postal son tabula rasa que a la mirada curiosa exhiben otros tatuajes superpuestos..
. La exhibición, armada por más de una treintena de grabados y material diverso, es la muestra del poder formal que el maestro Carrasco ha dibujado sobre su tabula rasa. Cada marco va más allá de celebrar la trayectoria de uno de los decanos en la enseñanza de la pintura zacatecana y compartir con Marcel Duchamp los peligros de complacer al público inmediato, «ese que está a tu alrededor y te acepta y te da éxito y todo». Es un borrón que contará para dar inicio a otros proyectos. Metástasis. Casi una obviedad es señalar que «Verdad o consecuencias» es la recuperación de la energía vital del artista: no sólo por una nueva forma de trazar las imágenes que le recurren u ostentar, con brevedad seductora, una enorme colección postal que es, a su vez, un proyecto de vida.
. Las obras son una visualización aparte. Aquellas mujeres bailarinas, juguetonas, seductoras y, hasta, sedientas han sido fragmentadas. Ahora, el cuadro es parte de un enorme rompecabezas. Se complica la lectura, más no se diluye la substancia temática; es metástasis de lo esencial. Ante lo puro del blanco y la arrogancia del negro no sólo descubrimos algunos secretos de la antigua maestría en la gráfica hallamos, a su vez, un baile sinfónico, melodioso, sin estruendos, de ritmos disconformes. Comité de heterogéneos discursos. Voz de distintas lenguas. No sólo es el cuerpo femenino que invita, corre y destruye, también es un discurso zen, una parábola a/de/con signos conocidos que se reinventan y se sobrealimentan de su alrededor. No hay soledad en la sala. Es un baile. Impetuoso. Si prestamos atención quizá alcancemos a escuchar los juegos, los secretos, los susurros que cada cuadro hace de ellos, de nosotros..
. «Verdad o consecuencias» es amenazante. Con ella despierta un viejo enemigo de la anticultura. Con esta exposición reaparecen las ideas de aquella editorial independiente, de la que Zacatecas está urgiendo; de una publicación específica para las artes gráficas, para las verdaderas artes alejadas del humo snob que la ciudad atesora. Como si hubiera trasminado el oriente por su piel, el maestro Carrasco devela sus verdades, arma una estrategia de sísmicas consecuencias. Del ruido enajenante de las grandes ciudades a la metástasis del silencio, pacífico, esclarecedor, relajante. De la bipolaridad colorida, del signo devorante, de las dimensiones que se nos amontonan; quizá en solitario tramen hacerse de nuestro espíritu.

viernes, 10 de junio de 2011

Apuntes cercados: la dolorosa humanización del arte



«An unexpected gift at an unexpected time»
William Forrester (Sean Connery) sentenció a Jamal Wallace (Rob Brown)
cuando éste le hablaba de la linda Claire Spence (Anna Paquin), en la cinta Finding Forrester, 2000. [1]

Existe una teoría, convertida en idea generalizada, de que el arte apareció luego de que el hombre pudo cubrir sus necesidades primarias. Cuando éste no tuvo más hambre, cuando poseyó un techo que le cubriera de las inclemencias del tiempo y abrigaba salvaguardo de peligros exteriores, entonces llevó elementos de fuera para emperifollar dentro, para «acomodarse», para recogerse en su choza. Ello apunta a que el arte fue creado-concebido premeditadamente, que su naturaleza es ornamental, su exposición prescindible, que es resultado de la ociosidad. Las siguientes líneas exploran otro lado, no menos ignoto, del gen del arte. Parto de la intuición; de la –otra- idea, de que éste surge espontáneamente, por la buena fortuna, a la par de todo. Pienso que el arte está desde siempre con nosotros, como el amor, el hambre, el frío, el miedo; que es elemental para la vida como la conocemos y para el entendimiento de estos conocimientos-sentimientos básicos han caminado juntos, hombro con hombro, por los tiempos. Así mismo, al momento que expongo los rasgos, que pienso notables, en torno a la especulación de la aparición del arte sirvo, a manera de conclusión, fijar una postura que descubro al momento de leer, criticar y escribir del arte. Además, haciendo uso de la imaginación y de ciertas libertades expresivas, propongo al lector que obvie elementos como el paso del tiempo y los grados evolutivos de abstracción de pensamiento a los que hemos llegado.
• •
Imaginemos al primer hombre en su caverna. Ya descubrió y controló el fuego; lo tiene, sabe producirlo y mantenerlo. Para efectos de impacto, es mejor pensar la escena rodeada por la oscuridad de la noche. De pronto, por algún impulso, ha tomado una de las maderas por su lado encendida. Ante el dolor en su palma, nuevo e indescriptible, lo único que se le ocurre es restregar la mano sobre la pared. Ahí aparece el arte; cuando este ser primigenio ve sobre el muro la huella de una parte de su cuerpo y, al tiempo, ve el suyo. Es una sensación doble: de dolor físico, por un lado, y de impresión visual, por el otro: una paradoja que acompañará todo viaje creativo. El vestigio ahí es él y no; puede ver su mano, la mueve, siente la palma, los dedos. Es el instante en el cual advierte la presencia de otra parte suya suspendida frente a sus ojos, ahora desbordados e interrogantes. No alcanza la distinción cognitiva. Confundido, vuelve a situar la mano sobre la pared; es el descubrimiento del quehacer lúdico. Los movimientos precedentes cambiaron el sentido del anterior, sus movimientos son manipulados. Ya no es sólo una palma sobre la pared, tampoco un par, también hay manchones, líneas borrosas y corridas. La caverna, miles de años después, la descubrimos, pintada con/de un espíritu propio, fascinante. / Cambiemos de escena. Imaginemos, ahora, la mujer y el hijo pequeño del primer hombre, que salió en busca de alimento. Aquella familia, en su soledad, ve pasar la luz del día esperando la vuelta del proveedor que se ha retrasado. La noche cae, con ella, en su paulatino reinado, crece la desesperación e impaciencia. Los sonidos imperantes suscitan un retrato frío; el aullido del perro salvaje, el canto del grillo, el choque de las ramas, el silbar del viento: todo es provocador y turbador en ese yermo opresor. Ella, a su vez, padece un avasallamiento de estremecimientos insólitos. Como en la anterior narración se da una paradoja, la salvedad de aquí son efectos cruzados, provocados no sólo desde su íntima realidad, esta vez la acompaña su hijo y la ausencia de la pareja. Recogimiento. Amparo. Zozobra. La parábola se desdobla. Siente agobio, alarma, desasosiego; efectos originales que ignora su esencia, su forma expresiva, aprisionándola aún más. Para calmar esa catarata que le hunde, ha tomado entre sus brazos a su hijo. Sin desearlo, sin pensarlo, aparece de pronto, de sí, un pequeño canto tarareado. Lo hace leve, leve, muito leve.[2] Quizá se mece o se recarga sobre la pared. Quizá está de pie o sentada o recostada sobre el piso bruto. No importa la posición de su morfología. Lo que afecta es que de su cuerpo salió una tonadilla, calmosa, serena, análoga a la de nuestra madre cuando nos llevaba, ayudaba, a dormir. El tarareo se vuelve armonía. La armonía se vuelve música. Todo alrededor se conjuga, le permite escucharse mejor, le da paz, le concede ritmo. El lugar, en esa ocasión, se llena de un irreconocible sentimiento de esperanza. La caverna, miles de años después, la descubrimos, aunque su música no está, a pesar de que su canto iniciático se fue, aún es posible fascinarnos porque, de alguna forma mágica o como se quiera, hayamos ese espíritu propio. / La primera descripción representa a un individuo que descubre la imagen; la pintura, según el argumento. A su vez, la segunda estampa encarna otro individuo en el que se revela el sonido armonioso-melódico; la música, a decir del argumento. En la primera, la yuxtapuesta es de dolor físico e impresión visual. En la segunda, la paradoja es de desasosiego, agobio, alarma. Al primero no le importa su derredor, se descubre a sí mismo, se desdobla; le fascina. Al segundo la cercanía física de otro cuerpo y la ausencia de uno más le dotan expresivamente de un estrambótico regurgitar que hierve de su interior; le embruja. La conjetura simple aduce a que una y otra experiencias son distantes por la elemental separación de la vista con el oído o del ojo con la voz. Quizá lo sean. Acaso el divorcio se funda en la apariencia. Sin embargo, acaece, por lo menos, una trinchera que les vincula tejiendo la urdimbre. Para los dos, luego de la experiencia iniciática-vital, asoma la exigencia de articular lo acaecido. La yuxtapuesta es una: dolor físico-impresión visual. La parábola es una: desasosiego-agobio-alarma. Ente. Verbo. Arte. Cada una, la música y/o la pintura, inviste/n su alma. Patrimonial. Impar. Hermética. Degustable. Sin embargo, muchas veces ahogada, ofuscada o corrompida. / Apunto, al menos en el detalle originario, que para ambas lecciones los caminos, antes bifurcados, se tejen en una sutil línea. Un trazo tenue, gallardo, que da paso a otro arte: el de la palabra. Sin importar cuál pudo ser anterior es obvio-necesario-fundamental que la tercera haya sido la literatura. El ardiente dolor en la mano, la huella marcada sobre la pared y la fascinación de encontrarse desdoblado por la imagen, pudo entenderle cuando narró el hecho a la tribu. El terror de notarse desamparada, de sorprenderse rodeada por un sinfín peligros, el tomar al hijo entre sus brazos y el balbuceo armonioso que trajo la calma, pudo comprenderle hasta que lo comunicó al que esperaba o a los otros del clan. Para ambos, el juicio razonado es ejecutado, dispensado, liberado, prodigado, transferido, cuando da sitio a la palabra. Con la narración no sólo expone su película; al tiempo comprende mejor la historia. Platica «que el dolor en la mano que se quedó allí, en frente» o «que de pronto salieron de su boca sonidos que le pusieron en paz». Lo hace una, mil veces. Quizá cambien los tonos. Quizá alargue el relato. Quizá respire distinto. Sin embargo, la ruta cardinal, el conducto elemental de la historia es perpetuamente el mismo. / Sólo la palabra; que magnifica, que dimensiona. Sólo la palabra, que en su uso recurrido, metódico, concibe el mito. Este ser inicial; hombre o mujer, que se abraza o se sobresalta, en soledad o acompañado, se hace, se rehace siempre que vuelve a la narración. Encubriendo-descubriendo, entiende y profundiza en los significados de su experiencia. Le nombra. Arte. Mito. Se nombra. Creador. Artista. Se sabe. Descubre posibilidades infinitas. Aquel acontecimiento le asiste, le sirve, le instrumenta para entenderse, para vivir con los demás, para buscar una plenitud que a diario se pregunta qué es, cómo es, dónde está. Cuenta la historia. Funda un mito. Ya la pintura. Ya la música. Ya la literatura en su confluencia. Sólo la palabra, que traduce, explica. Sólo la palabra, que hace posible la comprensión de las demás artes para todos. Sólo la palabra iniciadora.
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Las sensaciones, por una parte, de dolor físico e impresión visual y, por otra, de agobio, alarma, desasosiego, siguen constantes en el tema del arte. Para desarrollar la tesis, pongo un ejemplo. Entorno a la crítica de arte, en sus ciclos de escalpelo: ver, leer, interpretar y escribir, existe un importante corpus literario, cada vez más gradual, en el que se encuentran estos efectos. José Ortega y Gasset,[3] en 1925, apuntaba, bajo el título de La deshumanización del arte, estas pasiones escondidas por/con sinónimos afines. "Cuando a uno no le gusta una obra de arte, pero la ha comprendido, se siente superior a ella y no ha lugar a la irritación. Más cuando el disgusto que la obra causa nace de que la obra no se le ha entendido, queda el hombre como humillado, con una oscura conciencia de inferioridad que necesita compensar mediante la indignada afirmación de sí mismo frente a la obra".[4] / La crónica aduce, en apariencia, al neófito enfrentado a la obra con la que profesa maneras estimulantes. Ya de «superioridad», si «la ha comprendido». Ya de «disgusto», «humillación» e «inferioridad», si «no se le ha entendido». Digo que en apariencia porque la situación se refleja de igual forma al/en el experto, pues el camino iniciático que arranca en la contemplación, pasa a la hermenéutica y llega a la semántica, al final de cuentas se descubre en esa mixtura de conmociones. / En este asunto bicéfalo cabe apuntar la tesis de George Steiner,[5] en Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento,[6] bien propuesta en/para el ejercicio de la crítica y/o la creación. Afirma que el intelecto, su descubrimiento y ejercicio, nos ubica en un camino escindido. Por un lado, el colosal placer. Por el otro, un inmenso dolor. En su uso, al tiempo que nos regodeamos, tropezamos en la conciencia del Edén perdido. Juicio. Introspección. Abstracción. Moneda de cambio en la transacción de este mundo del libre albedrío por un jardín perfecto, atemporal, juvenil. Es el abarrotamiento de sentimientos que abrazamos sin descripción, salvo por la entropía que permite deducirle. Feliz-apesadumbrado es cada momento que lo remitimos. Aduce Schelling,[7] en Sobre la esencia de la libertad humana, es «[…] la tristeza que se adhiere a toda vida mortal […] que sólo sirve a la perdurable alegría de la superación […]de ahí la profunda e indestructible melancolía de toda la vida [… que] se apoya en un fundamento oscuro […] el fundamento del conocimiento».[8] / Ver, discernir, hablar/le de/al arte; el ejercicio de penetrarlo y poseerlo, es el que invoca la aglomeración de sentimientos, todos melancólicos, tristes, que machacan el alma, extraen el espíritu. Ver el objeto artístico no reclama; es el ejercicio del gusto subjetivo. Contemplarlo emplaza, obliga a saber, a imaginar, a componer un discursivo razonado, a partir de la observación y las ideas, sobre la azarosa deliberación del artista en su proceso creativo.[9] Pienso que, en general, es la Schwermut [pesadumbre] que somos y que es. Oscuro pensamiento. Creación entristecida. Es la elección de un dolor físico e íntimo. Dolencia empática. Hermandad con el primer hombre en su dolor de mano o en la aterradora angustia de encontrarse desolado. Calvario que une. Tormento presentado a/en todos. Pesar que al relatarlo aprendemos, lo aprehendemos. Congoja que asimilada provee de experiencia, conocimiento, empatía humana. Al ver una pintura, leer una novela, escuchar una canción, sentimos dolor, placer, agonía. Hermandad. Plenitud y distancia. El arte nos cobija, nos blinda de una realidad. Es envoltorio. Fuerza noqueadora. Como el pensamiento, el arte igual nos da tristeza y gozo; nos duele, impresiona, agobia, alarma, desasosiega y sólo descubrimos su secreto en la palabra, en «La poesía [que] es hoy el álgebra superior de las metáforas».[10]

[1]Gus Van Sant, director, Mike Rich, guionista, Finding Forrester, EUA, 2000. [2]Cfr. Alberto Caeiro [Fernando Pesoa], «XIII» en El guardador de rebaños. [3]José Ortega y Gasset, Madrid; 1833-1955. [4]José Ortega y Gasset, «Impopularidad del arte nuevo» en La deshumanización del arte y otros ensayos de estética, México, editorial Porrúa, colección «Sepan cuántos…», núm. 497, 2007, p.10. [5]Francis George Steiner, París; 1929. [6]Cfr. George Steiner, Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento, traducción de María Cóndor, México, editorial FCE-Centzontle-Siruela, 2007. [7]Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, Alemania; 1775-1854. [8]Friedrich Schelling, Sobre la esencia de la libertad humana (1809) citado como epígrafe las Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamiento de George Steiner. [9]Cfr. Sonia Viramontes Cabrera, «Prólogo» en Sofía Gamboa duarte, Travesía del arte contemporáneo en Zacatecas (2006-2010), México, editorial Conaculta-IZCRLV-Gob., del Edo., de Zac, 2010, p.9. [10]José Ortega y Gasset, «Sigue la deshumanización del arte» en La deshumanización del arte y otros ensayos de estética, México, editorial Austral, 2008, p.68.

miércoles, 20 de abril de 2011

[los] Juegos de artificio



[Presentación. Centro de la Gráfica Zacatecana. Zacatecas. Abril 2011]


A noventa años de que la Secretaría de Educación Pública, entonces dirigida por José Vasconcelos, editara por vez primera La Suave Patria, el Centro de la Gráfica de Zacatecas, en proposición homenajeada, extrae una frase de sus líneas para sazonar el cenáculo de más de diez artistas. Las líneas, que entonces Ramón López Velarde trazará, interpelaban a la oscuridad noctámbula de luna llena que aplasta, calladamente, la vida azarosa, la vida estruendosa, la vida oculta del devaneo; del vivir entre las copas, la música y la poesía. La imagen que precede a estos «juegos de artificio» son los de una rana asustada en la noche; colores apenas distinguibles por el detalle contrastante de la luz. Verde. Negro. Blanco. Rojo oculto. Las secuencias que colorean estarán fusionando la prosa y, ahora, las gráficas que nos rodean.

¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
no miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los juegos de artificio?

El poema sugiere dos líneas interpretativas reunidas en una semántica. En la primera dice: «Quién / no miró / del brazo de su novia». En la segunda: «[…] en la noche que se asusta la rana / antes de saber del vicio / la galana pólvora de los juegos de artificio». En la tercera se apiñan las asignaturas; la vida pública con la existencia privada y las hazañas íntimas. Es el resumen de la vista que nos seduce en cada propuesta. Los diálogos entre los distintos artistas que se platican con los de enfrente, con los del muro, con las miradas que los recorren al paso de los demás. Son el convencimiento de que contemplar es el esfuerzo mayor de la estética en la pintura, porque exige, sin lugar a dudas, el recurso dialéctico de la hermenéutica, evadiendo la simpleza de la predilección subjetiva. Las composiciones, rubricadas por una noble caterva de artistas que producen en Zacatecas, se distinguen por sus terminados, por la suficiencia en el manejo de las técnicas, por el cuidado de su museografía y por la catadura pensada para la armonía posible. Sin embargo, su fuerte está en el nivel discursivo que es radical en su centro, en sus proposiciones y en sus variaciones. La realización de esta comunidad tiene el conocimiento que producen las emociones cuando son impactadas con los colores y, además, de lo que estos generan en libertad, fuera de los estereotipos «normales» y «realistas». Es un juego autónomo. En un recreo tensiones. Un solaz sin contrastes. Una articulación sin disoluciones.

martes, 12 de abril de 2011

Carmen Alarcón, los mundos que se disputan





o la bella estancia de la ensoñación.


El sueño fue perturbador; la estancia de una vigilia donde conseguía prevenirse de la realidad y habitar los sensibles océanos que Morfeo vigila. Fuera, escuchaba los perros ladrar, las sirenas de las ambulancias, los rugidos de los motores de los autos; podía sentir el cuerpo tibio de al lado, la vaga temperatura del viento en el rostro, la profunda respiración del descanso que infla desde el estómago hasta el corazón. Dentro, veía un rojo holístico, a veces tan abrasado, umbroso, que aterraba tocarlo, que por momentos lo sucedía un teatral trastrocamiento que iba al amarillo, al azul o simplemente desaparecía toda tonalidad por mero capricho. Al frente, siempre miradas, caras atentas; ella sobre un toro o como un malabarista o frente al mar viendo un nostálgico barco gris o yo con la sorpresa de descubrirme enclaustro de corazones, rosas o peces, espinas, pétalos volátiles. Levitando, se halla entre una guerra de los mundos que se disputan y los enormes placeres del espíritu en la morada ensoñada, agorera. Inquieto, amenazador, sumiso en un mismo instante, el sueño reflejaba espejos perpetuos. Su cuerpo, ante las sensaciones yuxtapuestas, vivió con la turbulencia de la separación cuerpo-espíritu y la armonía del pescador que «[…] en un esquife, [escribe Nietzsche en El origen de la tragedia] tranquilo y lleno de confianza en su frágil embarcación, en medio de un mar desencadenado, que, sin límites y sin obstáculos, [se] eleva y [se] abate, mugiendo, montañas de olas espumosas, el hombre individual, en medio de un mundo de dolores, permanece impasible y sereno […]»(1). Su soledad acrecienta la aflicción. Extenuada en la pesadilla «[…] la lengua [dice Safo] se me hiela, y un sutil / fuego no tarda en recorrer mi piel, / mis ojos no ven nada, y el oído / me zumba, y un sudor // frío me cubre, y un temblor me agita / todo el cuerpo, y estoy, más que la hierba, / pálida, y siento que me falta poco / para quedarme muerta» (2). Atrás quedó el brillo solar del medio día. Con el abandono total de la inviolada luz ha renunciado, a su vez, a las posibilidades del cuerpo antes [pre]sentidas en el exterior. La frágil, deleznable, barca que Caronte manda ahora es conducida por alguien tan parecido a ella que teme un infierno de espejos, de fulgores embusteros. El aire se vuelve irrespirable, su espesor aumenta con el descubrimiento de líneas sutiles, de trazos elegantes, de colores radiantes, de estancadas aguas liosas. Sobre ella[s], una mujer que es dos, bajan otras apariencias, entes bermellones perdidos en limbo, purgando estigmas nunca mostrados, o hadas-musas lechosas al resguardo de la quimera que toma forma y se vuelve placentera: inspirada, pero aterradora: vidente. Ahí lo perturbador, la fantasía es/era el centro de todo; el umbral que abre, el limen que cierra. Más allá de la posibilidad de la vida-muerte es el tiempo que merece la calma total, por eso el conforte de la mano sobre la rodilla. El ojo da cuenta a la ocasión de la división entre lo terrenal-divino es delimitado con una línea de contrastes, de sombras, de matices que el artista luego habrá de leer poéticamente. Los mundos que Carmen Alarcón crea son umbrales. Ya de temas fantásticos, ya de realidades míticas, ya de soledades impronunciables, ya de sueños angustiosos; las puertas quedan entreabiertas para confundir la mirada intrincada de quien anima irrumpir. ¿La estancia es fuera? ¿La estancia es dentro? Los ojos se descubren en absorto embeleso afín. La voluntad del color que se anima en rojo o en amarillo o en cualquiera que sea su capricho puede ser pavoroso, puede ser confuso, puede ser hipnótico. Sus trazos, ligeros y elegantes, soportan una constante mágica, una fascinación esotérica de si al tocar el lienzo el entinte se apodere de cada poro de la piel terminando por ser no el que ve sino el que es visto; dentro, aprisionado, inconsciente, embrujado. Es un realismo que confunde, que como Apolo y Dionisios en el templo de Delfos, está en la asignatura apropiada, de un justo límite, para todos los seres.(3) Los que se es para uno, lo que se es para el otro; lo que se comparte, lo que es único: el creador frente a la traducción filosófica. Antitético, trágico e iniciático son otros rasgos de/en el universo Alarconeano. Antitético. Temperaturas, colores, líneas, intenciones, fondos; cada esquina, todo centro, cualquier lugar es un choque, un diálogo, una discrepancia y la otra parte del discurso en la obra. Sí los fondos con las superficies, sí el abordaje-coloquio de potencias-atribuciones pero, en todo caso, es más una especie de cuadro greimasiano porque al significarse la materialidad de las imágenes, con la construcción de espacios, la plástica rechaza la necesidad de la inmediatez, de la lexicalización, para ir al origen del reconocimiento, de la definición de los sistemas internos.(4) Iniciático. En los cuadros preexiste todo «[…] de cuanto hay de valioso para las almas [y] no queda resplandor alguno en las imitaciones […] Pero ver el fulgor de la belleza se pudo entonces, [escribe Platón en Fedro] cuando con el coro de bienaventurados teníamos a la vista la divina y dichosa unión […] como iniciados que éramos en esos misterios […]». Son gustos elegantes y especiales; los rostros se asemejan como retratos gemelos, aún así aparecen pequeños signos que los disparan unos de otros, como el cabello, los ojos, las manos, la vestimenta, las poses, para hacerlas una película que se cuenta en ciclos como historia interminable. Trágico, porque –como escribiera César a Lucio Mamilio Turrino- frente a la obra de Carmén Alarcón «No sólo me inclino ante lo inevitable; también me fortalezco en su contemplación […] ¡Oh! Muchas leyes obran en el universo, cuyo alcance apenas podemos calcular». (5)


1. Friedrich Wilhelm Nietzsche, El origen de la tragedia, i, 1872. 2. Juan Ferraté, traductor, Líricos griegos arcaicos. Barcelona, Seix Barral, 1967. 3. Cfr. Umberto Eco, «Apolíneo y Dionisíaco» en Historia de la Belleza¸ traducción de María Pons Irazazábal, Barcelona, DeBolsillo, 2004. 4. Cfr. A.J.Greimas / J.Courtés, Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, versión española de Enrique Balón Aguirre, Madrid, Gredos, 1991. Platón, Fedro, xxx. 5. XLIX. «Del diario epistolar de César para Lucio Mamilio Turrino, en la isla de Capri. (En la noche del 27 al 28 de octubre)» en Thorton Wilder, Los idus de marzo, México, Alainza Emeceé, 1989.

lunes, 7 de febrero de 2011

Con un mal prólogo...


Los Apuntes de los mundos y las ondas que andan, libro-plaquetta en edición de arte y corta reproducción, escrito por Óscar Édgar López y editado en colaboración con el taller de gráfica profesional "El topo" aparecerá este año. parecerá este año. Aquí la primera parte del prólogo:

Escribir-Leer un prólogo es trazar, apenas, 90 o a lo más 180 grados de un círculo que, eventualmente, nunca será. Su redacción-lectura suele estancarse en la indeterminación, como palabras salvadas o eufemismos evadiendo las potencias reales de la intención. O, por el contrario, son consejos necesarísimos de un mapa que guían por senderos, ríos y montañas, llevando a la búsqueda de tesoros reconocibles en cada indicio prescrito. Paradigmático. Bicéfalo. Yuxtapuesto. Escindido. Su estudio o pasada-de-largo se basa, en lo fundamental, en las pretensiones lectorales; los tiempos, las formas, los individuos, el contexto, las necesidades. Escribir-hojear un prólogo exige complicidad; es participar en la inmolación de un «buen hombre de dios» formando una hermética triada. Uno, el que prologa: ata la dinamita al cuerpo de otro al momento que dispone los efectos detonantes. Dos, el que escribe la obra: sacrifica su cuerpo -que no su alma-, expiándose. Tres, el que lee: verifica que uno y dos ejecuten su labor para luego, en voz de quién sabe qué dios, ande predicando la palabra y los porvenires a impíos. Sin embargo, el círculo o la tríada quizá no consigan trazarse por completo porque en el tercero se impone el capricho de/en cerrar la rueda o verificar la oblación. Ahí uno de los misterios de los libros, prologados o no.
Quien lee un prólogo espera las recetas, los comentarios médicos, las ilustradas admoniciones, que llevarán por una lectura suave, con los menores riesgos, sin raspaduras, salvándole de los mayores daños, de las graves caídas. Quien redacta un prólogo codicia llenar tales expectativas y, al tiempo, pasear las manos, igual que un mago, para tapizar los resquicios aguardando al infortunado caer en las trampas de las que no puede/debe ser prevenido. Quien escribe la obra sólo desea la presa con avidez. Sigiloso. Ansia ver caer a sus lectores, hincharles los ojos con imágenes, ahogarlos en situaciones inesperadas, desahuciarlos en momentos transitorios, sacudirlos con fórmulas retóricas hasta arrancarles la cabeza, exprimirles como naranja el espíritu y luego soltarlos, para, en su divertimento, verles caminar, sin rumbo, trastabillando por la paliza de sus palabras. Nadie gana. Nadie pierde. Todos esperan. La simbiosis es contranatura, de lo contrario al nacer lo haríamos con un libro, no una torta, bajo el brazo –primer principio-.
Otra de las impiedades de redactar un prólogo es escribir el prólogo de una obra literaria. Ya en las catástrofes mundanas está que leer-escribir es formar parte de un gueto, peor aún es hacerlo de/para la literatura. En la historia de la lectura, en las publicaciones censuradas la literatura es la reina, una creación demoniaca vista a los ojos de todos los sistemas. Ergo, redactar un prólogo de un arte censurado, formado por Shaitán mismo, conlleva una gris tragedia de la que nadie se atreve hablar. Son líneas que habitan una especie de limbo entre-el-bien-y-el-mal, sin ser Caronte. Es tinta, que en la búsqueda por redimirse, alienta a no leer la obra maldita a punto de leerse o envía las almas, sin remedio, al sufrible infierno donde todo es indescriptible -como la pasión, los orgasmos y el vino- pues ahí están las vidas que nunca nos fueron, pero deliciosas les cobijaron nuestras miradas. Así, el prologuista literario vive un purgatorio per se, servidumbre en el limbo que gustoso decora con ideas entintadas.
Maldito autor. Maldita, doblemente, la obra. Maldito el prólogo. Maldito su lector. Excomulgadas sus palabras. Condenadas sus ideas. Castigados sus personajes. Rechazadas cada una de sus líneas. Miserables sus mundos ficticios. Son la vista frente a un espejo que sólo refleja la pared a nuestra espalda, estigmatizando su proterva invitación. Inculpados todos. Y, en la lista de los castigos el mayor será para el prólogo y/o prologuista. Hay de él si no está a la altura de la obra y/o del autor. Menesteroso su espíritu de no poseer la eficiencia de/en los trucos del creador que presenta o desdichada su alma cuando su anunciamiento no rellene la grandilocuente esfera del arte. Seducir. Desnudar. El merolico que a la entrada del burdel augura el mejor sexo, las pieles más suaves, los labios más prístinos-carnosos, las manos más delicadas… Choro mareador, que deje sin habla sin aliento, sin oportunidad a cerrar las páginas.

De las Presentaciones de libros

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