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Runas vikingas
notas al encuentro
notas al encuentro
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Edgar A. G.
Encina
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Encontramos
las runas vikingas en una tienda de artesanía oriental. Fue lo único que llamó
mi atención, mientras Santi se entretenía con las cajas de madera e Iraís con
los aromáticos. Parece una caja de dominó, pero con menos fichas. Me detuve de
inmediato. No pregunté. Salte la advertencia de «No tocar». Tomé una caja
amarilla con decorados en verde y saqué una de las tablillas. Honestamente,
ignoraba por completo con lo que me encontraría. Me tropecé con un signo que
parecía la punta de una flecha, sólo la punta, dirigida a la izquierda. La
segunda y tercer ficha, una especie de pez y un uno con la cabeza al contrario,
terminaron por aturdirme. ¿Qué eran bien a bien esos signos? Pero, no pregunté.
Debajo de la cajilla en una pegatina blanca el costo: 250 pesos. No pregunté.
Si ignoraba con toda precisión qué tenía en las manos, más ignorante lo era de
su costo real. Pudiera ser una ganga o un timo, no importó. El hombre que me
atendió puso junto con la caja una hoja con la significación de las runas que
forró de un plástico adherente. Al final, Santi se llevó una pequeña cajilla de
madera con forma de baúl en la que dijo aún no sabía que depositaría e Iraís un
par de paquetes de incienso y un aromático líquido de aceite de manzanilla.
Todo en una bolsa de plástico verde.
Al llegar a casa lo puse en el buró sobre una novela que me he prometido
leer pero que ni siquiera he intentado hacerlo. Opté por una cajilla roja con
decorados florales en verdes y negruzcos y delineados por un tono ocre que hace
las de hilo dorado. Su interior es negro, las tablillas amarillas, las runas en
plata. Antes de indagar qué son estas runas vikingas he vuelto a mi Biblioteca
a buscar el lugar en el que se quedarán. He dejado saber qué son porque me
atrae la idea de poseer algo tan cercano a la escritura primera, aquella que en
las tablillas inició por contar las posesiones para saltar a contar historias.
Junto a la Odisea y las pocas obras
griegas que aún quedan, he pensado que ese es su lugar. Ahí, donde una
escritura original contada por un ciego dio luz a los que vemos con lentejillas
este mundo. Pienso que la cajilla es más que un elemento decorativo, que sus
runas son más aún que letras esotéricas para la magia, la reflexión o el uso
ritual. Pienso que la cajilla es un libro, que sus runas son capítulos de una
historia o narraciones independientes que se cuenta sin fin o se entrelazan
entre sí y con todas, como Rayuela.
Que lo que tengo es el eco de una primera escritura, como la que vemos en las
pirámides egipcias o mayas o aztecas, tan cercana a los códices y a los papiros
egipcios que vuelven a los libreros guardianes poderosos, inquebrantables. Que
estas runas aún cuando tengan sus antecedentes nativos en la Europa del norte,
en la Europa fría, son cercanísimas a mí porque destilan en ellos los trazos
del génesis, del umbral señero, de la intención de decir, de contar, de en la
escritura no morir… Que las tablillas junto con su caja a manera de cofre pueden ser rastro de aquella Biblioteca
nórdica en la que cada una de sus salas estaban dedicadas, a su vez, a cada letra del abecedario
haciéndola «La Enciclopedia de los muertos (toda una vida)», narrada por Danilo
Kiš, en la que todas las obras se encuentran encadenadas a su anaquel, haciendo
imposible su reproducción y transformando la lectura en un ejercicio parcial,
de olvido inmediato dice Jorge Carrión en sus Librerías.
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