Flowers and Christmas Tree, Bruce Yardley (British; 1962)
La novela y la vida que hubiera…
Edgar A. G. Encina
Petra
Hartlieb (Munich; 1967)
ha escrito la novela que me hubiera encantado escribir. Sin misterios, el
título atrae; me seduce Mi maravillosa
librería. Sin misterios, el primer párrafo desvela el secreto que recorren
sus 233 páginas:
Hemos
comprado una librería. En Viena. Escribimos un email con unas cifras,
ofreciendo una cantidad que no teníamos, y al cabo de unas semanas llego la
respuesta: acaba usted de comprar una librería. Algo así sólo te pasa en eBay,
cuando te dejas arrastrar y pujas más allá de lo que en realidad querías, como
cuando a la niña se le antoja muchísimo el Lego de Harry Potter, y entonces vas
y escribes esa cantidad y no aparece nadie, maldita sea, que ofrezca más. Y
ahora hemos pujado, con un dinero que no tenemos, por una librería que está en
una ciudad donde no vivimos. Y la hemos conseguido. ¿Y ahora qué? Pues ahora
tenemos que apechugar con el asunto.[1]
Sin
misterios. Ha escrito la novela con que me hubiere gustado presentarme como
autor novel de ficción; con una narrativa suave y cautivadora, de relato ligero
pero arrebatador, de tonos armoniosos y con una trama simple pero inteligente
que me permitiera los juegos y las posibilidades de alguien que aspira a ser
leído por un público de mediano a exigente que encuentre interesantes mis ideas
y los juegos. Hartlieb lo ha hecho, se ha puesto por delante y, en sueños, me
veo rebuscando en viejas libretas y antiguos apuntes, rearmando otra anécdota,
repensando aquel posible cuento, imaginando una nueva historia.
¿Pero,
se preguntarán, qué tiene de maravilloso que alguien escriba sobre una
librería, a la que ha comprado –por cierto- siguiendo un impulso y no la razón?
O, quizá, se cuestionan ¿cuál es la maravilla, si de librerías estamos fritos
en referencias por cuanto autor estudiamos? No mucho. Bien poco, probablemente.
Sólo es asunto de afinidad, de placer; de pasión. No mucho, pero en lo personal
cuando este o aquel autor anota que en su biblioteca la luz del sol entra por
poniente y sus libreros son de madera pintada en azul que ya destiñe, o cuando
este o aquel autor dice que en aquella librería encontró el rostro del que
quería que alguno de sus personajes se enamorara cuando la chica que le atendió
le entregaba tal libro con unos enormes ojos verdes y grandes pestañas de las
que parecían soplar fuertes huracanes, o cuando este o aquel autor recuerda que
en el mercadillo su librero de toda la vida le sorprendió con aquella primera
edición que sólo él sabe reconocer y valorar, o cuando este o aquel autor no
sólo dicen las obras favoritas o que más le han influido, también dicen cuáles
libros son; los recuerdan como si continuaran en sus manos, frente la vista y
señalan la edición, el año, la portadilla y uno que otro detalle más; entonces,
ahí es que ese no mucho, que ese bien poco, puede comprenderse.
Tal
vez, quizá no mucho. Tal vez, bien poco puede ser. Pero, es la re-creación del
goce, el placer solaz. Es una partida en la que todos los lectores alineamos;
ya para defender, ya para atacar. Es una fiesta o pasatiempo o retozo o juerga,
que produce este placer que nos agita y que nos detiene, que nos sacia o se nos
posterga, descubierto, hace ya mucho tiempo, en los libros. Y, en esa librería
maravillosa de Hartlieb late una aventura, a la Indiana Jones, de los libros
que me hubiese encantado vivir y contarla «[…] pues nosotros amamos los libros
(por no decir que somos unos locos de los libros), aunque no vaya absolutamente
nada con nuestro tiempo, marcado por la obsesión de crecer y la borrachera del
beneficio».[2]
Hartlieb
no sólo ha escrito la novela que me hubiera encantado escribir, también ha llevado
una vida que me embriagaría vivir. No es que se trate de un cuento de hadas,
esos sólo los chicos majos los añoran; pero, se trata de un sueño, un ideal, un
proyecto de vida. Si no escribir una novela que más de diez hayan leído y
criticado, sí, al jubilarme de profesor universitario, poner mi librería,
atendida a sol y sombra por mí y, aunque con una página web bien decente que
juegue con las maneras de las revistas electrónicas, que mantenga el toque tradicional,
donde los libreros sepan de libros, lean libros y les encante hablar de libros.
Si no escribir una novela que es contar historias, sí ser librero de los
buenos, de esos que saben de los libros que venden y cuentan historias; de esos
que venden libros porque al leerlos quieren que lo lean sus cercanos y todos
los demás. Si no escribir una novela, sí tener una librería; no un bar, no una
cabaña en la sierra, ni una casa en la playa; porque mi vida sin libros no la
veo, no la acaricio como se acaricia el cabello de la mujer que adoras o pasas
los dedos sobre las páginas de esta novela que no he escrito, que
me hubiera encantado escribir y que he disfrutado leer hasta la saciedad.
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