El rodeo, la deuda y la selfie
Edgar A. G. Encina
Este artículo fue publicado en el número 106 de Crítica. Fondo y forma,
y forma parte de un número que repasa la trayectoria de Alejandro García Ortega.
En octubre de 2015, para ser preciso en
el número 40 del primer año de esta Crítica.
Fondo y forma, Alejandro García Ortega (León,
Guanajuato, 1959) respondió un cuestionario que entonces
titulé «La imposible vida sin literatura». Los tópicos fueron: ¿qué es la
realidad?, ¿es la ficción parte de la realidad?, ¿cómo está presente la
realidad en la ficción?, ¿cómo observa la academia a la ficción?, y ¿es la
ficción la respuesta a nuestras preguntas? Se trataron de cinco preguntas que
buscaban provocar al disciplinado académico, al escritor de ficción, al lector
insaciable y al maestro que se convirtió en colega y amigo. Al tiempo,
aludiendo a las Lecciones de los maestros
(Siruela, 2011) de
George Steiner (París, 1929),
anotó sus «Cinco títulos para entender la vida»: Sobre héroes y tumbas de Ernesto Sábato (Argentina, 1911-2011), Conversación en la catedral de Mario
Vargas Llosa (Perú, 1936),
Cuentos Completos de Guy de
Maupassant (Francia, 1850-1893),
Poesía completa de César Vallejo (Perú, 1892-1938) y Los niños y la muerte de Elisabeth Kübler-Ross (Suiza, 1926-2004). En la
relectura, pondero la necesidad bibliográfica de conocer las ediciones que
pensaba, las que tiene en su biblioteca y las que entrañan profundos placeres.
De éste personaje hay
muchos tópicos por escribir. Por ejemplo, que fue el maestro de casi treinta
generaciones en la Unidad Académica de Letras y de sus clases, obras
magistrales que acompañó siempre con un ensayo personal; del caótico orden en
su escritorio y los enredos de su mítica biblioteca, abierta sin prejuicios y bondadosa
para todo interesado; de sus labores como director y coordinador de cartera en
el spauaz; de su obra y posición
frente a la literatura y la lingüística, y del colega-amigo que —a propósito o
no— invariablemente dejaba una lectura, un tema, un autor en la mesa —de tarea—.
Aunque, claro, también están otros tópicos como tareas institucionales que van
de la publicación de sus Lecciones,
al abrigo de su biblioteca, que es la colección literaria-humanista más amplia
en el centro-norte del país.
Al tiempo que escribo
estas líneas, me es posible declarar que he leído sus Encuentros y desencuentros (acercamientos al campo literario en
Zacatecas) (Ediciones de
Medianoche, 2008), El
problema de los bandos (spauaz, 2004),
La noche del Coecillo (Tlacuilo ediciones, 2008),
(Perdóneseme la ausencia) (uaz,
1983),
La fiesta del atún (U. de Guadalajara | U. de Guanajuato, 2000),
El aliento de Pantagruel (U. de Sinaloa, 1998), A usted le estoy hablando (Tierra Adentro, 1980) y Narciso y el estanque: indagaciones en torno
a la literatura mexicana (uaz,
1998). Y, a la vez, revisar que en la mesilla de los pendientes están el Salsipuedes (Tlacuilo, 2007), Cris Cris, Cri Cri (Lectorum, 2004),
El nido del Cuco. Escondrijos y vuelos de
algunas obras literarias del siglo xx
(Nuevas Letras, 2006)
y Six de veinte (Taberna Libraria, 2016).
Escribir de aquel
cuestionario, de los posibles flancos de escritura y de su producción
bibliográfica ha tenido la intención de evitar hablar de frente sobre Alejandro
García. Sin embargo, el rodeo ha sido inútil. Intenté esquivarlo por dos cosas.
La primera, me obligaba confesar la deuda que tengo con él. En el cajón del
escritorio están tres manuscritos inéditos que leyó en el Seminario
«Manuscritos e Impresos; Lecturas, Lectores» de 2014, 2015 y 2016. Se tratan de
joyas ensayísticas sobre el proceder bibliográfico, la cultura escrita y —lo
más interesante— las claves para entender su construcción y proceder como
bibliómano lector y maestro escritor. Esos documentos no han visto la luz
pública y el pendiente se alarga. Seguro él entiende, sabedor como el mejor de
las peripecias y entresijos que trampea la publicación de un libro.
La segunda, sugerir su
figura como bibliómano y lector. En el otoño de 2015, en un viaje en tren de
cinco horas que me llevó de Madrid a Bilbao para conocer su casco antiguo y el
Museo Guggenheim [www.guggenheim-bilbao.eus],
leí El último lector (De
bolsillo, 2014) de Ricardo Piglia (Argentina,
1941-2017). Aquel libro me permitió varias reflexiones, una de
ellas fue pensar la necesidad de reconocer, a partir de la confesión personal,
los horizontes «lecturales» de nuestros autores. De vuelta, a los pocos meses,
le comenté a Alejandro sobre este libro, del mapa que traza Jorge Carrión (España,
1976)
en Librerías (Anagrama,
2013)
y de la posibilidad de que su ponencia tuviera alguno de esos acentos. El
resultado fue una selfie en dos
textos que viajan por los libros fundamentales, las colecciones selectas que
alimentan sus libreros y por las editoriales vivas y muertas que montan puentes
entre autores y temas.
Al tiempo que redacto
estas líneas, un alumno ha llamado a la puerta del cubículo. Pregunta por la
validez de la literatura que se hace en Zacatecas. Seguro algunas arañas le
caminarán en la azotea, pienso. Le miro sordamente y sin responder guió su
mirada con el dedo índice a una sección del librero. Quieto, frente a esos
libros, empezó a curiosear mientras espero que le descubra, maestro.
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