lunes, 27 de abril de 2020

Pecado de confianza


Pecado de confianza
Conjetura 1. El libro sobrevive al covid19

Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista digital Quehacer


Imagen del callejón de los libreros en Palermo, Sicilia



La crisis fue nombrada. Es letanía rastreable a la par que las formas de escritura y las maneras de transmisión del conocimiento han sido modificadas. En su recurrencia retórica el fin de los tiempos se aproxima a una velocidad que nos pegará el tortazo a la vuelta de la esquina. En lo que nos toca de esos aprietos hay que anotar el origen dos fechas determinadas. La primera, en 1971 con el arranque del Proyecto Gutenberg con el que Michael Hart pretendió crear la biblioteca digital para universalizar todo el conocimiento. Alejandría virtual. La segunda, cuando a inicios del 2000 Riding the Bullet de Stephen King en par de días vendió medio millón de ejemplares en su versión electrónica, con costo de 1.2 dólares. Las nuevas tablillas mostraron agua al sediento y luz a los oficiantes del apocalipsis.
            Con inexplicable necedad los propagandistas insisten en el fin del sector librero, ignorando la lección de Pedro y el lobo de Prokófiev. Al final nadie creerá lo que sucede frente a su nariz. El principal objetivo de la campaña alerta el cambio de formas de consumo, del físico a por el digital, a la vez que intenta alentarlo. Aunque ni uno es tan grave, porque la venta de obras electrónicas no ha superado el 20%, ni el otro es tan malo, porque con las estrategias comerciales al final todos compraremos por lo menos un libro y somos más de siete mil millones de personas.
Claro que la crisis del libro pasa por el consumo, porque producción hay. Quien lo reciente son las editoriales emergentes y las librerías independientes; aquellas que no han alcanzado a estabilizar su margen de ganancia o su modelo de negocios se regionaliza sin posibilidades de enfrentar riesgos. Para las grandes firmas editoriales el negocio va. Para las cadenas de librerías el negocio va. Para los afamados autores el negocio va. La triada avanza fuerte y avezada. Empero, este músculo debilita en general al consumidor que al final tendrá que resignarse a leer los mismos títulos y ese sí es un peligro del que poco se habla. ¿Quién en su sano juicio no aspira a publicar en algún sello de Planeta, Penguin Random House, Harper Collins o Santillana?
Lo que hemos visto a partir del confinamiento traído para protegernos del Covid19 es la generación de grandes e imaginativas iniciativas desde los más desvalidos. Editoriales pequeñas que hacen descuentos, obsequian un título o elaboran mapas en conjunto para mercadear mejor tus preferencias; librerías que no cobran envío, te atienden en línea o por teléfono desplegando todo el saber del oficio e implementan tarjetas de cliente frecuente; escritores que obsequian su trabajo con promociones en línea, abriendo el acceso a su obra y dando cursos en línea. Así, mi primera reflexión es que el libro no está muerto, faltan milenios para tal; que los grandes consorcios no se han visto afectados, a pesar de que algunos han mostrado su peor rostro; que las editoriales, librerías y autores independientes, de barrio y emergentes han abierto una venturosa ventana sin igual, porque el mundo volvió a percibir que si el vecino va, que si el mecánico va, que si en la mercería va, todos van.


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