Pecado de confianza
Conjetura 1. El libro sobrevive al covid19
Edgar
A. G. Encina
Artículo publicado en la revista digital Quehacer
Imagen del callejón de los libreros en Palermo, Sicilia
La crisis fue nombrada. Es letanía
rastreable a la par que las formas de escritura y las maneras de transmisión
del conocimiento han sido modificadas. En su recurrencia retórica el fin de los
tiempos se aproxima a una velocidad que nos pegará el tortazo a la vuelta de la
esquina. En lo que nos toca de esos aprietos hay que anotar el origen dos
fechas determinadas. La primera, en 1971 con el arranque del Proyecto Gutenberg
con el que Michael Hart pretendió crear la biblioteca digital para
universalizar todo el conocimiento. Alejandría virtual. La segunda, cuando a
inicios del 2000 Riding the Bullet de Stephen King en par de días vendió
medio millón de ejemplares en su versión electrónica, con costo de 1.2 dólares.
Las nuevas tablillas mostraron agua al sediento y luz a los oficiantes del
apocalipsis.
Con
inexplicable necedad los propagandistas insisten en el fin del sector librero,
ignorando la lección de Pedro y el lobo de Prokófiev. Al final nadie
creerá lo que sucede frente a su nariz. El principal objetivo de la campaña
alerta el cambio de formas de consumo, del físico a por el digital, a la vez
que intenta alentarlo. Aunque ni uno es tan grave, porque la venta de obras
electrónicas no ha superado el 20%, ni el otro es tan malo, porque con las
estrategias comerciales al final todos compraremos por lo menos un libro y
somos más de siete mil millones de personas.
Claro que la crisis del
libro pasa por el consumo, porque producción hay. Quien lo reciente son las
editoriales emergentes y las librerías independientes; aquellas que no han
alcanzado a estabilizar su margen de ganancia o su modelo de negocios se
regionaliza sin posibilidades de enfrentar riesgos. Para las grandes firmas
editoriales el negocio va. Para las cadenas de librerías el negocio va. Para
los afamados autores el negocio va. La triada avanza fuerte y avezada. Empero, este
músculo debilita en general al consumidor que al final tendrá que resignarse a
leer los mismos títulos y ese sí es un peligro del que poco se habla. ¿Quién en
su sano juicio no aspira a publicar en algún sello de Planeta, Penguin Random
House, Harper Collins o Santillana?
Lo que hemos visto a
partir del confinamiento traído para protegernos del Covid19 es la generación
de grandes e imaginativas iniciativas desde los más desvalidos. Editoriales
pequeñas que hacen descuentos, obsequian un título o elaboran mapas en conjunto
para mercadear mejor tus preferencias; librerías que no cobran envío, te
atienden en línea o por teléfono desplegando todo el saber del oficio e
implementan tarjetas de cliente frecuente; escritores que obsequian su trabajo
con promociones en línea, abriendo el acceso a su obra y dando cursos en línea.
Así, mi primera reflexión es que el libro no está muerto, faltan milenios para
tal; que los grandes consorcios no se han visto afectados, a pesar de que
algunos han mostrado su peor rostro; que las editoriales, librerías y autores independientes,
de barrio y emergentes han abierto una venturosa ventana sin igual, porque el
mundo volvió a percibir que si el vecino va, que si el mecánico va, que si en
la mercería va, todos van.
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