Es la mano
siniestra.
Es la obscuridad y son las bestias
Edgar
A. G. Encina
El texto sirvió en la presentación de la novela Las bestias negras de Jaime Mesa en el Segundo Encuentro de Escritores del Festival Cultural Zacatecas 2016, el miércoles 23 de marzo.
Este texto, también, ha sido editado y publicado en el suplemento cultural La Gualdra, 245.
Este texto, también, ha sido editado y publicado en el suplemento cultural La Gualdra, 245.
Es la mano siniestra de la que cuelgan
los hilos. Detrás, todo negro. Obscuridad. Ni los brazos, ni el cuerpo, ni el
rostro; negrura reinante en la portada de Las
bestias negras (2015,
Alfaguara) de Jaime Mesa (Puebla;
1977).
No es su ópera prima, esa fue con Rabia (2008,
Alfaguara) y, luego, LosPredilectos (2013, Alfaguara).
¡Esta cabrón! Lo está porque a ese lóbrego paisaje se suma el título, en letras
doradas, que anuncia los demonios, los propios chamucos; aquellos que todo
mundo carga en un morralito por doquier y, sin querer, sin saberlo, sin
esperarlo, escapan brincando, saltando nos abordan para dejar salir los miedos
o las fobias o al pillo recóndito que de a poco vamos enmascarando. Es la mano
siniestra de la que cuelgan los hilos, la portada de esta novela de 253 páginas
de la que en su contraportada se lee en las últimas líneas que estamos frente a
«[…] una obra que muestra la miseria en la que puede acabar la cultura, si
llega a manos de la persona incorrecta».
Las
bestias negras es una semana en la historia de Eliseo
Sota, pero no de siete días cualesquiera, ni la fotografía de un hombre en
particular. Es, más bien -me atrevo-, el retrato generalizado de una especie
reinante. Eliseo Sota es el director cultural de una ciudad cualquiera, una
como hay 32 posibilidades en México, que ha aprendido a navegar entre las aguas
de la política estatal, que ha reconocido el lenguaje de sus jefes y de los
empresarios, que ha descubierto el truco en ser oído más no escuchado por el
círculo socio-cultural a que debe dirigirse y, sobre todo, que ha conformado un
equipo de devotos colaboradores; fieles puestos a prueba en todo momento, arrastrados
a vivir como reflejo de agua encharcada. Una semana, siete días que desatan los
demonios luego de que en un periódico local apareciera la foto de Eliseo junto,
muy junto al sobrevalorado artista italiano Marcelo Combs –sí, el mismo de Los predilectos-.
Aún sonreía
cuando en un alto a dos calles de la oficina en las manos de un voceador vio la
portada de un periódico con una foto mostrando las siluetas de dos hombres
besándose. Le pareció curioso pero cuando bajó la mirada para buscar el botón
de apagado del estero sintió dos garfios de carnicero rasgándole el estómago.
Luego fue como un cincel sobre los pulmones y enseguida la imagen clara de que
aquel traje, peinado desgarbado y boca eran suyos. Le arrebató al vocero un ejemplar
y arrancó sin que le importaran los gritos inertes, productos del asombro del
voceador. Aventó el periódico en el asiento del copiloto y sintió el dolor de
cabeza como sin nunca se hubiera ido.[1]
Allí, el huracán prende
al viento el «Lunes después del festival» que diera Fito Paez, seguro «La rueda
mágica»[2] o «Historia
de amor»[3]
ayudaron a propiciar el ambiente. Allí, mientras el huracán se prende al
viento, también se desata la historia de ese equipo de devotos colaboradores. Reza
Martínez, Caterina o Nydia y Leonardo Osorno, son los mosqueteros que resisten
los caprichos de Sota contestando el teléfono a deshoras, asistiendo a eventos insufribles
desde el primer instante, soportando gritos y despreciables vilipendios, resistiendo
el carácter volátil y pelmazo del líder a la hora de llevar a cabo un proyecto
y hasta satisfaciendo su apetito sexual. Sin embargo, cuando éstos dan la
apariencia de ser la presa fácil, dócil y amaestrada del jefe, se han
convertido, a su vez, en esos pequeños demonios que alimentan a uno más grande,
más voraz, más imperfecto y, aún cuando pareciera absurdo o inconexo, le han
moldeado gracioso y penoso. Son diablillos espantados que agitan una bestia
negra más grande, más pesada, más lenta, más torpe. Son diablillos en un
círculo; presa y cazadores que sólo al final sabrán que «El poder en esos
espíritus pequeños los liberaba del miedo: una enfermedad que tarde o temprano
sería curada».[4]
Sí. La instantánea del
beso gay no tuvo las repercusiones socio-políticas que Eliseo temía, sin
embargo, sirve a Jaime Mesa para contarnos de a poco, con alargados párrafos de
páginas enteras cuando los devenires mentales lo merecen, sobre este racimo de
personajes que siempre tienen por qué sufrir, por qué quejarse, por qué
ocultarse. Sí. Una vida, no más de la decena ficciones. Una vida, quizá una
decena de ficciones y todas desembocando en un hombre al que «Cualquier
psicólogo de medio pelo se lo pudo haber hecho saber [lector]: Eliseo era un
perverso que por su condición rompía límites. No había misterio ante ese
diagnóstico clínico. Ellas eran un grupo de neuróticas sin autoestima».[5]
Y de entre ese cuarteto
que parece llevarse el entramado novelesco surgen Gloria y Eucario. Como
dulces, prueban al lector. Ella, Gloria, es la esposa de Eliseo; también vive
insufribles momentos. Él, Eucario, primero observador, luego periodista venido
a más en kilos y en edad y a menos en todo lo demás. Como dulces, prueban al
lector. Ella, se ha cansado de los sueños por volver a París o de salir todos
los sábado a cenar, beberse una botella de vino y llevar su propio ritual sexual.
Él, que en lo más interesante, se muestra fetichista:
[…] no se trataba
de celos hacia el poder que ese hombre generaba en su mujer, si no al no saber,
al ser una persona externa y quedarse fuera de la jugada de la información.
Nunca había estado cerca de la gente que tomaba las decisiones. Ahora sentía
como si el azar lo hubiera llevado a un lugar desde donde tuviera al alcance
los pensamientos de un político en día de elecciones, cuando todo el pueblo va
en una dirección y el político sabe explicarse esos movimientos y está
tranquilo. Envidió ese estado de conocimiento. Envidió […][6]
En la obscuridad de la
portada de la que sólo vemos la siniestra mano que mueve los hilos, las letras
doradas del título son advertencia y resignación. Advertencia de un mundo
interno anochecido, de la intensión anecdótica que cifra prosaicos devenires,
de los rumores de un autor que escribe -¿ficción o realidad?- como si estuviera
en un escritorio viendo pasar a aquel, a ese hombre en fino traje, y con ojo
fino distinguir sus actuares. Resignación porque en sus líneas todo el tiempo
están los acentos empáticos, las notas afines; están los acentos que nos hacen
señalar a este o aquel personaje como alguien conocido, como alguien al que le
queda el saco.
[1] Jaime
Mesa, Las bestias negras, México,
Alfaguara, 2015, p. 27.
[2] «La
rueda mágica» es del disco Grandes
canciones, 2008.
[3] «Historia de amor» (4’,29’’) aparecen en Locura total, 2015. El disco fue grabado
en conjunto con Maulinho Moska.
[4] Op. Cit.
Las bestias negras, p. 253.
[5] Op. Cit.
Las bestias negras, p. 240.
[6]
Op. Cit. Las
bestias negras, p. 110.
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