martes, 29 de marzo de 2016

Algunos tópicos en «Las bestias negras» de Jaime Mesa

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Es la mano siniestra. 
Es la obscuridad y son las bestias




Edgar A. G. Encina


  El texto sirvió en la presentación de la novela Las bestias negras de Jaime Mesa en el Segundo Encuentro de Escritores del Festival Cultural Zacatecas 2016, el miércoles 23 de marzo.
Este texto, también, ha sido editado y publicado en el suplemento cultural La Gualdra, 245.


Es la mano siniestra de la que cuelgan los hilos. Detrás, todo negro. Obscuridad. Ni los brazos, ni el cuerpo, ni el rostro; negrura reinante en la portada de Las bestias negras (2015, Alfaguara) de Jaime Mesa (Puebla; 1977). No es su ópera prima, esa fue con Rabia (2008, Alfaguara) y, luego, LosPredilectos (2013, Alfaguara). ¡Esta cabrón! Lo está porque a ese lóbrego paisaje se suma el título, en letras doradas, que anuncia los demonios, los propios chamucos; aquellos que todo mundo carga en un morralito por doquier y, sin querer, sin saberlo, sin esperarlo, escapan brincando, saltando nos abordan para dejar salir los miedos o las fobias o al pillo recóndito que de a poco vamos enmascarando. Es la mano siniestra de la que cuelgan los hilos, la portada de esta novela de 253 páginas de la que en su contraportada se lee en las últimas líneas que estamos frente a «[…] una obra que muestra la miseria en la que puede acabar la cultura, si llega a manos de la persona incorrecta».
Las bestias negras es una semana en la historia de Eliseo Sota, pero no de siete días cualesquiera, ni la fotografía de un hombre en particular. Es, más bien -me atrevo-, el retrato generalizado de una especie reinante. Eliseo Sota es el director cultural de una ciudad cualquiera, una como hay 32 posibilidades en México, que ha aprendido a navegar entre las aguas de la política estatal, que ha reconocido el lenguaje de sus jefes y de los empresarios, que ha descubierto el truco en ser oído más no escuchado por el círculo socio-cultural a que debe dirigirse y, sobre todo, que ha conformado un equipo de devotos colaboradores; fieles puestos a prueba en todo momento, arrastrados a vivir como reflejo de agua encharcada. Una semana, siete días que desatan los demonios luego de que en un periódico local apareciera la foto de Eliseo junto, muy junto al sobrevalorado artista italiano Marcelo Combs –sí, el mismo de Los predilectos-.
Aún sonreía cuando en un alto a dos calles de la oficina en las manos de un voceador vio la portada de un periódico con una foto mostrando las siluetas de dos hombres besándose. Le pareció curioso pero cuando bajó la mirada para buscar el botón de apagado del estero sintió dos garfios de carnicero rasgándole el estómago. Luego fue como un cincel sobre los pulmones y enseguida la imagen clara de que aquel traje, peinado desgarbado y boca eran suyos. Le arrebató al vocero un ejemplar y arrancó sin que le importaran los gritos inertes, productos del asombro del voceador. Aventó el periódico en el asiento del copiloto y sintió el dolor de cabeza como sin nunca se hubiera ido.[1]

Allí, el huracán prende al viento el «Lunes después del festival» que diera Fito Paez, seguro «La rueda mágica»[2] o «Historia de amor»[3] ayudaron a propiciar el ambiente. Allí, mientras el huracán se prende al viento, también se desata la historia de ese equipo de devotos colaboradores. Reza Martínez, Caterina o Nydia y Leonardo Osorno, son los mosqueteros que resisten los caprichos de Sota contestando el teléfono a deshoras, asistiendo a eventos insufribles desde el primer instante, soportando gritos y despreciables vilipendios, resistiendo el carácter volátil y pelmazo del líder a la hora de llevar a cabo un proyecto y hasta satisfaciendo su apetito sexual. Sin embargo, cuando éstos dan la apariencia de ser la presa fácil, dócil y amaestrada del jefe, se han convertido, a su vez, en esos pequeños demonios que alimentan a uno más grande, más voraz, más imperfecto y, aún cuando pareciera absurdo o inconexo, le han moldeado gracioso y penoso. Son diablillos espantados que agitan una bestia negra más grande, más pesada, más lenta, más torpe. Son diablillos en un círculo; presa y cazadores que sólo al final sabrán que «El poder en esos espíritus pequeños los liberaba del miedo: una enfermedad que tarde o temprano sería curada».[4]
Sí. La instantánea del beso gay no tuvo las repercusiones socio-políticas que Eliseo temía, sin embargo, sirve a Jaime Mesa para contarnos de a poco, con alargados párrafos de páginas enteras cuando los devenires mentales lo merecen, sobre este racimo de personajes que siempre tienen por qué sufrir, por qué quejarse, por qué ocultarse. Sí. Una vida, no más de la decena ficciones. Una vida, quizá una decena de ficciones y todas desembocando en un hombre al que «Cualquier psicólogo de medio pelo se lo pudo haber hecho saber [lector]: Eliseo era un perverso que por su condición rompía límites. No había misterio ante ese diagnóstico clínico. Ellas eran un grupo de neuróticas sin autoestima».[5]
Y de entre ese cuarteto que parece llevarse el entramado novelesco surgen Gloria y Eucario. Como dulces, prueban al lector. Ella, Gloria, es la esposa de Eliseo; también vive insufribles momentos. Él, Eucario, primero observador, luego periodista venido a más en kilos y en edad y a menos en todo lo demás. Como dulces, prueban al lector. Ella, se ha cansado de los sueños por volver a París o de salir todos los sábado a cenar, beberse una botella de vino y llevar su propio ritual sexual. Él, que en lo más interesante, se muestra fetichista:
[…] no se trataba de celos hacia el poder que ese hombre generaba en su mujer, si no al no saber, al ser una persona externa y quedarse fuera de la jugada de la información. Nunca había estado cerca de la gente que tomaba las decisiones. Ahora sentía como si el azar lo hubiera llevado a un lugar desde donde tuviera al alcance los pensamientos de un político en día de elecciones, cuando todo el pueblo va en una dirección y el político sabe explicarse esos movimientos y está tranquilo. Envidió ese estado de conocimiento. Envidió […][6]

En la obscuridad de la portada de la que sólo vemos la siniestra mano que mueve los hilos, las letras doradas del título son advertencia y resignación. Advertencia de un mundo interno anochecido, de la intensión anecdótica que cifra prosaicos devenires, de los rumores de un autor que escribe -¿ficción o realidad?- como si estuviera en un escritorio viendo pasar a aquel, a ese hombre en fino traje, y con ojo fino distinguir sus actuares. Resignación porque en sus líneas todo el tiempo están los acentos empáticos, las notas afines; están los acentos que nos hacen señalar a este o aquel personaje como alguien conocido, como alguien al que le queda el saco.





[1]      Jaime Mesa, Las bestias negras, México, Alfaguara, 2015, p. 27.
[2]     «La rueda mágica» es del disco Grandes canciones, 2008.
[3]     «Historia de amor» (4’,29’’) aparecen en Locura total, 2015. El disco fue grabado en conjunto con Maulinho Moska.
[4]     Op. Cit. Las bestias negras, p. 253.
[5]     Op. Cit. Las bestias negras, p. 240.
[6]     Op. Cit. Las bestias negras, p. 110.

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