[Im]posibilidades
de una lectura
Edgar A. G. Encina
El texto sirvió en la presentación de la edición Exégesis e intertextualidad en la literatura, la historia y la educación en el marco del Festival Cultural Zacatecas 2016, el sábado 2 de abril.
(uno)
Listas
Son el «Canto ii» de la Iliada y
el apartado «vv» de Teogonía – quizá-, la sección de sus
respectivos relatos que más apremian una lectura conjunta al blog de notas. Es
casi imposible seguirlas. Para continuar sus líneas narrativas recomiendo -porque
así debí hacerlo- llevar notas al texto y seguimientos libreta aparte que
permitan entrar al laberinto y salir bien liado. Se puede salir, al fin sólo se
trata de algo tan efímero como leer, pero cayendo bache tras bache y llegando a
la salida medio tundido, medio raspado y sin saber qué pasó. Así, recomiendo el
cuadernillo y las apostillas, para, más o menos, escudriñar en las respectivas
tramas. En el primer título, Homero (s.
viii a.n.e.) enlaza hombres y nombres hasta perderse
en el infinito cielo azul de un mar que, allá donde nuestra vista se pierde,
parecen hacer el amor. En el segundo título, Hesíodo (s. vi a.n.e.)
describe el árbol genealógico de los dioses que de una se hacen mil y cientos
hijos. Iliada, con una anécdota
abrillantada, inicia «Cual devastador fuego bosque inmenso de una montaña en
las cumbres abrasa, y el resplandor de lejos se divisa, así a través del éter
hasta el cielo llegaba el fulgor resplandeciente que despedía el divino bronce
de los guerreros según avanzaban…».[1] Teogonía parte con «Gea [que] alumbró primero al
estrellado Urano con sus mismas proporciones, para que la contuviera por todas
partes y poder ser así sede siempre segura para los felices dioses».[2]
A
estas maneras narrativas Umberto Eco (Italiano;
1932 a 2016) les llama «La lista o el elenco» o el catálogo y
Martín Solares (Mexicano; 1970)
«Directorio». Eco, sostiene que si es del infinito estético que se deduce la
finita contemplación es, contraparte de la sugerida, casi real, casi física de
ese infinito, que no termina, que no acaba en forma.[3] Por
ello, nunca acabar, jamás terminar por ejemplificar en una parte, finitud, a la
totalidad, infinidad. Solares, con tono bullicioso, dice que es/son la lista de
los poderosos y bien aventurados hombres del tiempo que, enterados de la
redacción del apartado, pagaron porque sus nombres aparecieran allí.[4]
Márquetin modo antes de Cristo. Publicidad pre-eléctrica. Desvela, esta
interpretación, un censo potentado y cultural; opulento empadronamiento que
encontró en la literatura la suerte de la inmortalidad.
Exégesis
e intertextualidad en la literatura, la historia y la educación
es un poco de ambas posturas. En sus 448 páginas compila 30 artículos de casi
40 autores, algunos repiten. Finito retrato del infinito corpus que se extiende día a día, texto a texto. Estamos,
claramente, frente al directorio de los que solventaron la edición, su edición,
aunque también podría surgir otro elenco in-nombrado que hicieron de este
trabajo su posible registro. Lista de quienes escribieron y lo que escribieron;
similar a Homero que nombró las naves y sus capitanes u Hesíodo que citó al
dios naciente y sus atributos. Tiempo transcurrido. Tiempo detenido. A más de
dos mil quinientos años de diferencia, descubrimos que nuestras formas muchas
veces han quedado inmóviles. Exégesis e
intertextualidad…, es un poco de ambas posturas y poco más, apuntes
cambiados de las maneras que hemos encontrado, que tenemos para escribir, leer
y ser leídos.
(dos)
In-formato,
sin total.
El libro es el mejor soporte físico que
la humanidad encontró para transmitir conocimiento. De mano en mano, de piel a
piel; va, se asienta en el librero o en la mesilla, se oculta en el bolso o
debajo de la almohada, se pierde o se encuentra o se hurta. Su historia es la
más enamorada radiografía del pensamiento y de los sentimientos humanos por lo
nombrable, quizá más han escrito poetas y filósofos. El libro es el mejor
soporte físico que la humanidad encontró para transmitir conocimiento y,
además, es el más divertido.[5] Se
abre, se cierra; amante discreto, silencioso, puntual. Ahora se le suman otras formas,
cual camaleón adoptan lo mejor posible sus maneras, y, sin embargo ahí radica
parte de su fracaso. ¿Has leído en la tableta o en el kobo, desde el celular o
la computadora? Yo sí. Algunas más placenteras, pocas, que otras. Me sigue
siendo imposible dar un tirón de cien cuartillas en la pantalla del ordenador o
en el móvil; los ojos me arden, la espalda se encorva doliente, las tentaciones
de la red me acosan, los pendientes están así, pendientes de toda distracción. En
la tableta o en el kobo la experiencia mejora, sin embargo considero los
hábitos táctiles, olfativos y sensitivos, imprescindibles.
Tradicional
o no, el formato físico de Exégesis e
intertextualidad…, no me va. Aquí le traen en disco, híper delgado que no
pasa de los 17 gramos. A mí me lo hicieron llegar por una ligar a través de
Onedrive, su peso es en otras medidas. De entrada la barrera física, los
límites. Si es en disco, se requiere el equipo que lo lea, no todos los ordenadores
llevan integrado un lector de esos. Si es por la red, es necesaria la conexión
y determinar el soporte que lo bajará. Nadie pasa la página. Nadie toda su
portada. Nadie huele sus páginas. Nadie. Nadie habrá de cortarse la yema de los
dedos con sus hojas; sus peligros son otros. Tradicional o no, el formato
complica al lector, le requiere además que la lectura, condiciones precisas;
ahí otro más de los límites de los camaleones del libro. Antípoda. Desafiante a
algunas reglas «italocalvinistas», aquí se lucha con alejar cualquier otra idea
o con desear ver la tv o con huir a la hamaca,[6]
pero con una cerveza, por ejemplo. Antípoda. Tradicional o no, la ambigüedad
del plano de Exégesis e intertextualidad…,
ya me ha entretenido. Por un lado, es parte de una herencia repitiendo el
modelo de aparecer en páginas por méritos y, por el otro, se adentra a espacios
apenas explorados en los que sus resultados sabemos poco más que nada y que,
bien o mal, la academia ha determinado como uno más de sus refugios, sabedora
de que el «[…]objeto material, como mediador entre el contenido y el lector de
un texto, también es contenido».[7]
Lo
he dicho antes: 448 páginas de Exégesis e
intertextualidad…, que debí leer en el ordenador y en la tableta, que por
principio me llevó a divagaciones, a fronteras. Sorprendido. La edición corrió
a cargo de cuatro coordinadores y dos correctoras de estilo; de un
editor-diseñador y de cinco sellos auspiciadores, así se hacen notar en la
carátula, además –reitero- de los 30
artículos de casi 40 autores. La división interna está pensada en 4 ejes
temáticos: «La literatura y lo femenino», «El erotismo en tiempo de brujas»,
«De historia, literatura y política», «Literatura de aquí y de allá». Sin
lector total, ediciones tipo como esta localizan sólo al lector intencional, aquel
que va dirigido, sólo a este o por aquel o sobre esos tres artículos o que
indaga una referencia tercera. Lector intencional que se incumbe por un
fragmento y, sin temor, obtiene o consigue, sin recelo a quedar desconectado,
pues así los fragmentos bien pueden formar este o aquel corpus, según se trate «[…] de visiones culturales, con lo que se
deben buscar salidas para su difusión, una justa lectura en su traza…[…]».[8] Es
esto, es aquí, el acento mejor marcado de Exégesis
e intertextualidad…, que en su intención se haya el interés o no, por
leerle.
[1] Homero,
«Canto ii vv» en Iliada, p. 595.
[3] Cfr. Umberto Eco, El vértigo de las listas, Italia, Lumen, pp. 15 a 18.
[4] Esta
acotación aparece en un foro de Escritores mexicanos (Zacatecas, 2016) en que
Martín Solares a pretexto de la presentación de su novela No manden flores habla de literatura.
[5] Cfr. Manuel Dávila, Los territorios del libro. Paradojas, aporías y desvelos, Madrid,
Trama, 2015.
[6] Cfr. Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, Barcelona, Brueguera, 1980,
119pp.
[7] Berenice
Reyes Herrera, «Formatos de la creación literaria zacatecana a fines del siglo xix» en Exégesis e intertextualidad en la literatura, la historia y la
educación, México, Taberna libraría editores, 2015, p. 416.
[8] Op. Cit.
Ana María D’Amore y Salvador Lira, «Símbolo, conflicto y cultura: la traducción
de minificciones regionales» en Exégesis
e intertextualidad…, p. 445.
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