viernes, 30 de octubre de 2020

La historia reciente de Emilio Carrasco

 


Amor por la imagen, tuya mujer
Emilio Carrasco, la enseñanza del viejo maestro

 

Edgar A. G. Encina

 Las siguientes líneas son la presentación del catálogo Emilio. Una Historia reciente. Pintura y grabado, editado por la Galería de Arte Contemporáneo Irma Valerio, en 200.

 

 

Uno. Pilpoul [1]

Luego de que Eva fuera provocada por Shaitan, la serpiente, a comer del fruto de la ciencia, Dios, molestó, la expulsó del paraíso. Adán, postrado ante la escena se encontró en un camino que bifurcaba. Por un lado, quedarse a vivir eternamente en el paraíso construido para él y su compañera. Por el otro, irse, seguirla, permanecer en un mundo imperfecto, colmado de provocaciones inesperadas, con la muerte asechando a cada halito de respiración. No le fue difícil, aprendió cuando dejó ir a Lilith, esa ocasión decidió seguir a Eva: su eterna enamorada llena de pasión y suspicacia, la fiel compañera, la amante devota. Prefirió morar en ella, sentirla, poseerla, oírle gritar orgasmos dulces, a estarse en silenciosa soledad en un lugar que, aunque perfecto, no le era propio.

         Sin embargo, antes de partir Adán dejó su marca en el paraíso. Un acto esencial que nos trasciende; antes de irse nombró las cosas. Todas, cada una de ellas, ya objetos ya animales ya plantas ya lo tangible tuvo –tiene- un nombre. Fue más allá, denominó, también, a los sueños, a sus propias creaciones e imágenes que aún no tocaba o concebía en cuerpo: lo intangible, igualmente, obtuvo su título. Fuera, en el exilio, continuó con su labor cimentando el mundo a partir del lenguaje; dio sentido en la vida. Adán se convirtió a sí mismo en el primer maestro, no sólo por su conocimiento o longeva vida sino porque con su marcha del Edén y al nombrar el universo forjó nuestro libre albedrío creacional: la poiesis humana frente la poiesis sobrenatural.

         Ya en el mundo, Adán meditó, disfrutó, supo la vida, saboreo a Eva y murió. Se transformó en polvo para, de entonces a siempre, viajar en el viento, sentirle en los poros o respirarle. El «primer hombre», dice el mito, da vida a los hombres originales: hizo de los abuelos los personajes que construyeron, le dio los ojos a la mujer que amamos, puso el espíritu al amigo insondable…

 


Dos. Agôn [2]

Emilio Carrasco (octubre de 1957) es pintor. Emilio tiene un dolor en la cadera que le limita el movimiento. Sufre el mal de los grandes en su oficio: la vista le engaña, no la pierde sólo cambia. Mientras toma los pinceles, se lo repite como si orara en voz queda, parece un vendedor de biblias en la calle antes que un pintor. Cuando se acerca a su óleo que antes hubo «fondeado», sabe que ha encontrado, en el cigarrillo que está entre sus dedos y la tinta embarrada en su ropa, el tema esencial de esa obra, su obra. Carrasco, pinta.

         Emilio Carrasco es más que un pintor. Explora en la litografía, el arte postal, los ex libiris, el dibujo… Emilio tiene más que la faceta del hombre en su taller; hace las veces del académico, del amigo que ya no bebe alcohol, del tejedor de recuerdos, del padre que sonríe... Carrasco lee imágenes, las que brillan o las que le llaman. Escucha música, cualquiera porque en su preferencia no vive el estilo sino el ambiente melódico que le hace sentirse acompañado.

         Emilio es Adán en la tierra. La similitud de su quehacer provoca la ilusión que los difumina. Ambos, con la palabra o la imagen, recuerdan que lo esencial está en lo simple, en lo que nos es más propio, en el «ser» [sein] del que escribe Heidegger. Nombrar el mundo adánico, pintar el mundo carrasqueano, es la descripción sincera nacida del interior, sosegada, humilde, expresada en la realidad, los sueños, los recuerdos. En su obra no existe pobreza alguna ni lugar indiferente.

         La «imaginería» de Emilio Carrasco está cargada de la connotación elemental que el arte nos provee. Imaginería porque le viene de/con la imagen: quimeras reminiscencias aprehendidas. Evocación fundamental que reside en «amar con el corazón» (loving by heart), superior al «amor al arte», escribe Robert Graves. Cada una de sus obras tienen el elemento inocente y primigenio: el amor por el cuerpo, amor por la imagen, tuya mujer, que te deslizas en formas sugerentes, entre colores y telas y tintas…

Emilio Carrasco abandona la idea de pintar el paraíso edénico porque este no existe más. El Olimpo del maestro está en los cuerpos de Lilith, de Eva, de la imagen femenina que se le ha quedado en la memoria. Sus trazos figurativos no requieren traducción, su labor es tan elemental y suprema como nombrar las cosas; en este caso, haciendo uso de la herencia picasseana, recordar el cuerpo, el afuera femenino que es a la vez un hacia dentro.

El secreto del maestro Emilio Carrasco revela el valor del trabajo, no del mandato divino, y del aprendizaje, como el que tuvo Adán. Sus figuras son mujeres que nacen igual al hombre, como Lilith, mujeres que nacen de la costilla del hombre, como Eva, mujeres superiores, como todas las hechuras halladas en su obra. Son las mujeres guardadas, imaginadas, poseídas, trazadas, adentradas, perversas, intuitivas, como cajas de Pandora, las que hacen ver al artista de primer orden, interiorizado en un profundo conocimiento que llega a la profundidad de toda parcela sin observar: la relación de la forma y el contenido es extremosa.

Emilio Carrasco, como antes lo hizo Catulo, sabe que en sus mujeres esta la vida sin muerte: Quod o patrona virgo/plus uno maneat peremno saeculo (¡Oh Musa, vivir siempre joven más de un siglo). La eternidad del artista.








[1] Se entiende por la palabra Pilpoul la discusión escolástica sobre un problema religioso.

[2] Se entiende por la palabra Agôn un conflicto esencial (ontológico) y latente siempre.

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