Historias
de contraportada
las bibliotecas de Alejandro Arteaga
Edgar A.
G. Encina
Fue en el
verano de 2024 que conocí fortuitamente Centuria de Giorgio Manganelli (Anagrama,
2006). Lo tomé de una banca, en una estación de espera, donde había quedado olvidado
y aguardé en el sitio, leyéndolo, a que alguien apareciera, pero no sucedió. Luego
de cuarenta y cinco minutos haciendo fila para un vuelo que nos llevaría a Roma
y avanzadas unas treinta páginas no dudé en traerlo conmigo. Lo leí de ida y releí
de vuelta; hice anotaciones, subrayé líneas y separé con boletos y papeles tres
o cuatro de los relatos que mejor me cayeron. De vuelta en casa me sentí
aliviado al ver que nadie lo buscaba; no había anuncios que señalaran el secuestro
ni noticiero que contara su pérdida ni tuitero alarmado.
Centuria.
Cien breves novelas-río
tiene las maneras de la seductora. Uso el término en femenino porque es novela-de-novelas,
que viste de amarillo con en los calores del temporal y usa tacones altos. Te
hace creer que eres el arrojado galán conquistador, aunque en realidad es ella la
que tiende la trama. Sus maneras son los relatos no mayores a una página que pueden
ser anotaciones para una extensa historia. Me quedo con la sensación que se
trata de hilos sueltos por un autor que quiso hacer frente al olvido.
Después, en la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara de 2024, Alejandro Arteaga me regaló su Biblioteca
mínima y Biblioteca portátil, contenidas en un «estuche especial» junto
con Epílogo para fantasmas (Gabinete portátil 2024). Apenas tuvimos
tiempo para hablar un par de minutos e intercambiar algunas ideas que, como
aquellos hilos, esperan para hacerle frente al olvido. La primera edición de Biblioteca
mínima, con la que obtuvo el Premio Bellas Artes de Minificción Edmundo
Valadés 2019, fue editada por el INBAL y Rhythm & Books. Biblioteca portátil
consiguió el Premio Nacional de Cuento Corto Eraclio Zepeda 2023.
En un principio encontré algunas
relaciones entre el trabajo de Manganelli y Arteaga. Los dos tendían la
creación de obras con estructuras similares: historias que no exceden la
página, relatos que marcan indicios para una historia de mayor aliento, una
prosa que tiene la precaución de cuidar cada adjetivo pero se soslaya en la
intriga y en el veremos. El trabajo literario de ambos, además, había sido encasillado
injustamente en la minificción; molde al que no pertenecen pero que la crítica
resolvió de esa forma, amén de que ellos encuentren su lugar en un estante
propio.
Después encontré que las bibliotecas
de Arteaga van más allá. No son textos de fácil abordaje. Su obra es una fusión
de discursos narrativos textuales y visuales. A cada historia le acompaña la
imagen de una portada que puede ser o no y que, a su vez, propone una lectura de
la tradición gráfica y la recepción literaria en el país. Sueltas, son un escaparate
de la cultura libresca iberoamericana que emula los quehaceres visuales de casas
editoriales; un autor que escribe historias desde las portadas. Esa es la clave
en Arteaga; escritor que edita. Su motivación son los ejes materiales del
relato, piensa en la historia, en el libro y en sus soportes. Seguro a Gerard
Genette le habría gustado para una conferencia.
Luego los relatos. Alguna vez pensé
en una colección que se diera a la tarea de trabajar cada una de las posibilidades
paratextuales a la manera que Juan Francisco Turrientes hace en Colofones.
La marca del oficio (Laurel, 2023). Arteaga se dedicaría a estudiar las contraportadas
con el resultado del orfebre. Refiero a continuación el primer párrafo de «Un
libro para mi muerto [de] Celia San José»:
Cuando
terminé la lectura cerré este libro, lo dejé sobre la mesa, me quité el sombrero
imaginario, me puse de pie solemnemente y comencé a aplaudir. Este libro es una
literatura -pensé-, en este libro está el mundo (pero también su antídoto). No
era de noche. No llovía. Ningún ruido en la calle. El mundo -y el mundo del
libro, de este libro- se había detenido en la última línea. Se detuvo. Podría
haber escrito una reseña común, lo intenté días más tarde, enumerar sus innumerables
temas, hablar del barroquismo, de los terrores de infancia, de mi miedo a la
muerte, de mi vida pobre de mujer pobre. No pude.
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