La
Tacopedia, antes que tratado
de arte o Enciclopedia del Taco o texto
informativo u obra documental, es un vademécum
para el panzón o el que anhela la panza llena de corazón contento, es un libro
sagrado para el regordete que se infla los cachetes con tres órdenes de pastor
todas las noches y se las pasa con una coca de 200 mililitros, es el índice de los
postulados para el barril sin fondo que el domingo va por su kilo de maciza y
se lo engulle en el comedor con su cheve sudada, es una guía para el gusto
culposo que se esconde tras la dieta, es la sumæ
que adoctrina a la niña bonita que se le quema el agua o se le rompen las uñas
cuando levanta el comal.
La
Tacopedia, antes que un libro
divertido u obra lúdica, es -en poco menos de 320 páginas- el recuento de los
animales que hay «pa’ taquear»: la res, el cerdo, el carnero, el cabrito y
otros; el recetario de los tacos a la parrilla, al carbón, en la plancha, de
costilla y cecina, de bistec o en fajitas; para los que gustan de los alambres
o las brochetas, el burrito percherón, las piratas, los gaoneras o la discada;
para los que los piden invariablemente con queso, campechanos, en choreada, con
piña asada o en nixtamal; para los que se sienten internacionales y se van con
las árabes, las gringas o se ponen blancos con los del pastor de pollo, de
pescado y de barbacoa de carnero; es la línea para los que los prefieren al estilo
villamelón, califa del león, alambre al sartén, de adobada estilo al pastor, de
cabeza, de canasta, de frijoles refritos, con adobo de res o de chicharrón
prensado; para los que se dan tiempo y buscan los de horno de hoyo, en el horno
de ladrillo o al estilo Jalisco la birria tatemada, las carnitas estilo
Michoacán, las quesadillas de sesos de cerdo y para los que sea pero tacos en
salsa de cerveza o los paradisiacos de cochinita pibil.
La Tacopedia, antes que libro formado a la manera de revista
chilanga y la edición no sea más de lo mismo, es la afirmación -mi afirmación-
que en el bar he venido haciendo de vez en cuando, sobre todo cuando en la fría
madrugada el hambre arrecia. En México existen sólo dos figuras intocables: la
virgen de Guadalupe y los tacos, aun por encima de la Bandera o la figura
presidencial o la selección nacional o la hermana que le avientan los carros.
De la primera, María de Guadalupe, ya se ha dicho y escrito mucho y todos
–creyentes o no- coincidimos: nombrarla es presentarla, nombrarla es invocarla
y mejor no sigo por ahí porque nombrarla es nombrar la madre, la mía y la tuya.
De los segundos, los tacos, nadie dice improperios, ni vandaliza, ni profiere
maldiciones. ¡El taco es el taco! Y, a diferencia de alguna de su parentela
como las enchiladas, las quesadillas, los sopes y las gorditas, nadie le fija
cuerpo de taco a nadie. Hablar mal del taco es ir más allá del pecado mortal.
El taco es sufijo de grandeza, en el futbol con el «pase de taquito» y en la
vagancia «todo cabe en una tortilla». El taco, pues, es el top del top ten, sus
propiedades medicinales lo atestiguan, por sus complementos los atesoran, su valor
identitario es indudable y, además de esto y mil cosas que no he nombrado, es
el signo de virilidad que nadie reconoce hasta que lo ve pintado en las
historietas y lo reflexiona.
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