miércoles, 2 de diciembre de 2020

Apuntes para una idea en "Sitiar" en Miguel Ángel Cid

 

La mirada que sostiene el mundo

Apuntes para una idea en Sitiar de Miguel Ángel Cid

 

Edgar A. G. Encina

 

 

 

En Las memorias de Adriano, biografía ficcionalizada por Marguerite Yourcenar, el emperador escribe consejos, confesiones y reflexiones para Marco Aurelio, su descendiente al trono. En medio de un oleaje de admoniciones sensitivas profundamente reflexionadas, destacan los «tres medios» que éste posee par evaluar la existencia humana: uno es el estudio de sí mismo, otro la observación de los hombres y el último los libros.[1]De cada cual destaca valores y contrariedades, gracias, concesiones, desamparos e impugnaciones, aunque en el último se detiene para afirmar que:

Los escritores mienten, aun los más sinceros. Los menos hábiles, carentes de palabras y frases capaces de encerrarla, retienen una imagen pobre y chata de la vida…la cargan y abruman con una dignidad que no posee…Los poetas nos transportan a un mundo más vasto o más hermoso, más ardiente o dulce que el que nos ha sido dado… Para estudiarla en toda su pureza, los filósofos hacen sufrir a la realidad casi las mismas transformaciones del fuego o el mortero hacen sufrir los cuerpos… los historiadores nos proponen sistemas demasiado complejos del pasado…[y] Los narradores, los autores de fábulas milesias, hacienden como los carniceros, exponen en su tabanco pedacitos de carne que las moscas aprecian. Mucho me costaría vivir en un mundo sin libros, pero la realidad no está en ellos, puesto que no cabe entera.[2]

 

El emperador no agregó pintores ni dibujantes, porque no le significaba igual la pintura o la imagen que un libro. Empero, sí habría que sumar al inventario de mentirosos no sinceros a los artistas visuales porque también estrujan, crujen y hacen chillar a las imágenes sin alcanzar jamás la dignidad real de la vida. Encantadores de ciegos que en sus líneas marcadas y en sus trazos difuminados esconcen un mundo injusto, doloroso y plagado de traiciones.

            Me atrevo a señalar a uno de estos embusteros o magos que para conversar del dolor arrojan tinta verde o de la soledad abandonan toda imagen tangible; que para narrar su día a día se esfuerzan por desnudar las vistas y que para tomar fuerza en el trajín de las labores se alimentan de un rayo cruzando el cielo. En este caso, nuestro personaje utiliza un perfil mayor; se presenta como Atlas, salvo que acá no tiene que cargar el mundo sobre sus hombros. Se ha impuesto una tarea mayor; separar el piso del cielo, hacer que la distancia que mengua entre nuestra cabeza y las nubes sea sólo considerada por su propia voluntad y poder. ¿Cómo es posible dar fe del acto? Sencillo, tiene un arte fabuloso e infalible; se ha colocado todos los días a la misma hora en el mismo lugar con silencioso ritual para detener el tiempo y adjudicarse la vista de un escenario que sería impensable sin él.

            Miguel Ángel Cid se encuentra allí, sin saberlo, poseedor de una especial genética cultural, alimentada desde los poros por una extraña y única sensibilidad que le permite apropiarse del mundo de forma impar. En su prolífico ensayo fotográfico Sitiar, se esconde detrás el Atlas que soporta la distancia del mundo habitable y lo registra como agenda para recomponer los detalles. Es un ejercicio disciplinado convirtiéndose en, escribe Yolanda Alonso en la presentación de la edición digital, «una manera de detenerse y respirar, tomarse un instante del día y del paisaje para sí. Nosotros mismos como espectadores podemos encontrar este momento de consuelo al recorrer las páginas».

            El ritual hace posible el mundo y la toma de sentido de la vida. Si bien para Adriano emperador se trata de falaces lecciones que pretender apoderarse de lo sígnico de la vida, lo que Sitiar exhibe es la mirada contemplativa en la que, dice el autor, «Toda pasión tiene la posibilidad de no tener algún fin», como el fuego o el viento frío o la sonrisa detrás del cubrebocas. En este libro hay, luego, un tiempo detenido y sostenido; el flashazo de la instantánea en la que vemos que es posible que el cielo no caiga sobre nuestras cabezas. La mirada que sostiene el mundo.



[1]      Cfr. Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano, traducción de Julio Cortázar, México, De Bolsillo, 2011, p. 26.

[2]     Op. Cit., Marguerite Yourcenar, pp. 26-27.

viernes, 30 de octubre de 2020

La historia reciente de Emilio Carrasco

 


Amor por la imagen, tuya mujer
Emilio Carrasco, la enseñanza del viejo maestro

 

Edgar A. G. Encina

 Las siguientes líneas son la presentación del catálogo Emilio. Una Historia reciente. Pintura y grabado, editado por la Galería de Arte Contemporáneo Irma Valerio, en 200.

 

 

Uno. Pilpoul [1]

Luego de que Eva fuera provocada por Shaitan, la serpiente, a comer del fruto de la ciencia, Dios, molestó, la expulsó del paraíso. Adán, postrado ante la escena se encontró en un camino que bifurcaba. Por un lado, quedarse a vivir eternamente en el paraíso construido para él y su compañera. Por el otro, irse, seguirla, permanecer en un mundo imperfecto, colmado de provocaciones inesperadas, con la muerte asechando a cada halito de respiración. No le fue difícil, aprendió cuando dejó ir a Lilith, esa ocasión decidió seguir a Eva: su eterna enamorada llena de pasión y suspicacia, la fiel compañera, la amante devota. Prefirió morar en ella, sentirla, poseerla, oírle gritar orgasmos dulces, a estarse en silenciosa soledad en un lugar que, aunque perfecto, no le era propio.

         Sin embargo, antes de partir Adán dejó su marca en el paraíso. Un acto esencial que nos trasciende; antes de irse nombró las cosas. Todas, cada una de ellas, ya objetos ya animales ya plantas ya lo tangible tuvo –tiene- un nombre. Fue más allá, denominó, también, a los sueños, a sus propias creaciones e imágenes que aún no tocaba o concebía en cuerpo: lo intangible, igualmente, obtuvo su título. Fuera, en el exilio, continuó con su labor cimentando el mundo a partir del lenguaje; dio sentido en la vida. Adán se convirtió a sí mismo en el primer maestro, no sólo por su conocimiento o longeva vida sino porque con su marcha del Edén y al nombrar el universo forjó nuestro libre albedrío creacional: la poiesis humana frente la poiesis sobrenatural.

         Ya en el mundo, Adán meditó, disfrutó, supo la vida, saboreo a Eva y murió. Se transformó en polvo para, de entonces a siempre, viajar en el viento, sentirle en los poros o respirarle. El «primer hombre», dice el mito, da vida a los hombres originales: hizo de los abuelos los personajes que construyeron, le dio los ojos a la mujer que amamos, puso el espíritu al amigo insondable…

 


Dos. Agôn [2]

Emilio Carrasco (octubre de 1957) es pintor. Emilio tiene un dolor en la cadera que le limita el movimiento. Sufre el mal de los grandes en su oficio: la vista le engaña, no la pierde sólo cambia. Mientras toma los pinceles, se lo repite como si orara en voz queda, parece un vendedor de biblias en la calle antes que un pintor. Cuando se acerca a su óleo que antes hubo «fondeado», sabe que ha encontrado, en el cigarrillo que está entre sus dedos y la tinta embarrada en su ropa, el tema esencial de esa obra, su obra. Carrasco, pinta.

         Emilio Carrasco es más que un pintor. Explora en la litografía, el arte postal, los ex libiris, el dibujo… Emilio tiene más que la faceta del hombre en su taller; hace las veces del académico, del amigo que ya no bebe alcohol, del tejedor de recuerdos, del padre que sonríe... Carrasco lee imágenes, las que brillan o las que le llaman. Escucha música, cualquiera porque en su preferencia no vive el estilo sino el ambiente melódico que le hace sentirse acompañado.

         Emilio es Adán en la tierra. La similitud de su quehacer provoca la ilusión que los difumina. Ambos, con la palabra o la imagen, recuerdan que lo esencial está en lo simple, en lo que nos es más propio, en el «ser» [sein] del que escribe Heidegger. Nombrar el mundo adánico, pintar el mundo carrasqueano, es la descripción sincera nacida del interior, sosegada, humilde, expresada en la realidad, los sueños, los recuerdos. En su obra no existe pobreza alguna ni lugar indiferente.

         La «imaginería» de Emilio Carrasco está cargada de la connotación elemental que el arte nos provee. Imaginería porque le viene de/con la imagen: quimeras reminiscencias aprehendidas. Evocación fundamental que reside en «amar con el corazón» (loving by heart), superior al «amor al arte», escribe Robert Graves. Cada una de sus obras tienen el elemento inocente y primigenio: el amor por el cuerpo, amor por la imagen, tuya mujer, que te deslizas en formas sugerentes, entre colores y telas y tintas…

Emilio Carrasco abandona la idea de pintar el paraíso edénico porque este no existe más. El Olimpo del maestro está en los cuerpos de Lilith, de Eva, de la imagen femenina que se le ha quedado en la memoria. Sus trazos figurativos no requieren traducción, su labor es tan elemental y suprema como nombrar las cosas; en este caso, haciendo uso de la herencia picasseana, recordar el cuerpo, el afuera femenino que es a la vez un hacia dentro.

El secreto del maestro Emilio Carrasco revela el valor del trabajo, no del mandato divino, y del aprendizaje, como el que tuvo Adán. Sus figuras son mujeres que nacen igual al hombre, como Lilith, mujeres que nacen de la costilla del hombre, como Eva, mujeres superiores, como todas las hechuras halladas en su obra. Son las mujeres guardadas, imaginadas, poseídas, trazadas, adentradas, perversas, intuitivas, como cajas de Pandora, las que hacen ver al artista de primer orden, interiorizado en un profundo conocimiento que llega a la profundidad de toda parcela sin observar: la relación de la forma y el contenido es extremosa.

Emilio Carrasco, como antes lo hizo Catulo, sabe que en sus mujeres esta la vida sin muerte: Quod o patrona virgo/plus uno maneat peremno saeculo (¡Oh Musa, vivir siempre joven más de un siglo). La eternidad del artista.








[1] Se entiende por la palabra Pilpoul la discusión escolástica sobre un problema religioso.

[2] Se entiende por la palabra Agôn un conflicto esencial (ontológico) y latente siempre.

lunes, 26 de octubre de 2020

Brevísima historia de una fotografía


Brevísima historia de una fotografía
la humanidad viva

 Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista Quehacer Universitario

  

Una mujer de cabello oscuro y con un niño en brazos lee sentada al pie de uno de los escalones más simbólicos de Shakespeare and Co. Antiquarian Books. La imagen se sitúa a la entrada de la mítica librería que recibe con sus estantes famélicos de lectores, los cuales parecen abalanzarse tras de cualquier resuelto aventurero que cruce el umbral. Es una imagen que se repite hasta el cansancio, pero sin ella absorta en las páginas de ese impreso ni el hombre de atrás también concentrado en otro ejemplar ni el dependiente que parece vigilarla con clara expectativa. El niño, por su parte, parece atender la lectura como rumor o arrullo o vaporoso canto, mientras juguetea con el zapato en su pie. No es una fotografía de la guerra ni sus estragos, acá no hay crisis o personas sin techo ni pandemias e imposibilidades para la vida; sólo es tiempo congelado que da parte del símbolo más alto que las librerías alojan, la de la paz interior, la de la tranquilidad exterior, la de ella dando sin escatimar ni desestimar.

En la contrahuella del escalón pone «Live for humanity» en tipografía suave, como si desconfiara del tropiezo, pero acudiendo a la fina percepción del subconsciente. En otro sitio se ubica la otra legendaria frase: «There is so much stubborn hope in the human heart» de Albert Camus. La primera, la que interesa ahora, ha sido atribuida a George Whitman, fundador del negocio que se regocijaba citándola como lema de vida y es referida en la variada bibliografía que la librería ha inspirado en su siglo de existencia, como La librería más famosa del mundo de Jeremy Mercer (Malpaso, 2014).

La fotografía, por su parte, es de Cynthia Copper-Benjamin, aunque en una época hubo quien se la atribuía erróneamente a George Plimton, Lawrence Ferlinghetti o Zadie Smith. Las reproducciones más afamadas son las de Vanity Fair France en una colección de sus mejores fotografías y en The Guardian en artículo titulado «Shakespeare and Company: a “socialist utopia masqueranding as a bookstore” – in pictures». Empero, las más glamurosas de sus multiplicaciones la ofrecen la misma Shakespeare and Co. Una es en la colección Shakespeare and Company, Paris: A History of the Rag and Bone Shop of the Heart, editado por Krysta Halvesrson, con prólogo de Jeannette Winterson y epílogo de Sylvia Whitman; impreso en pasta dura que contiene ensayos, poesía, fotografías y piezas de archivo reunidas para el 65 aniversario. La otra es en una postal de 1 euro que por lo general va protegida por sobre de cartulina suave azul que lleva inscrito: «Outside of a dog, a book is a man’s best friend, inside of a dog, its’s too dark to read. Groucho Marx».





miércoles, 7 de octubre de 2020

Se busca librero


¡Se busca librero!
los requerimientos en el muro
Decálogo

 Edgar A. G. Encina
  Artículo publicado en la revista Quehacer


 Rodnei Casares, venezolano con residencia en Medellín y uno los editores principales de Libros del Fuego con espectro que se expande por Venezuela, Colombia y Chile, publicó en la pared de un viejo edificio sus diez puntos que todo librero debe saber y dominar, también visible en #Librodeldia. El autor de este singular edicto elaborado a las maneras novohispanas vierte las reflexiones alimentadas desde su labor en la dirección de las librerías Alejandría i, Ludens i, Alejandría ii y el grupo editorial Alfa, además con la consolidación de la creación del Premio Libro del Año de la Librería Venezolana. Dejo las lecciones, que también aplican a los bibliotecarios, editores y promotores culturales:

 

A raíz de la convocatoria que hiciéramos para

El Premio Libro del Año otorgado por las librerías

he tenido la oportunidad de asistir

a varias entrevistas radiales en las últimas semanas.

En dichos encuentros, aparte de hablar del premio,

he conversado sobre el papel del librero

en la sociedad actual. Traigo a colación esto

porque la mayoría de los entrevistadores

han coincidido en una pregunta,

¿Quiero ser librero, qué debo hacer?

En otras entregas he contado un poco por encima como

ha sido mi formación. En esta, haré una lista con algunas

de las cosas que debemos hacer si queremos

dedicarnos a este oficio.

 

1.- Lo primero, y más importante, es que te gusten los libros | y la lectura. Cualquiera puede vender zapatos o electrodomésticos, | pero vender un libro no es nada fácil. | En las librerías tendrás que atender a un público que, | en la mayoría de los casos, ha estudiado más que tú,

así que tendrás que saber muy bien de qué hablas.

2.- Tener buen oído, ¿Te acuerdas aquellas clases sobre las normas | del buen hablante y el buen oyente? Pues este será el momento para ponerlas | en práctica. Humanamente es imposible leer todo lo que sale, así | que si sabemos escuchar aprenderemos sobre aquellos libros que no hemos leído, | esas historias que los lectores se mueren por contar. | Aprovecha esos momentos y agranda tu biblioteca mental.

3.- Tener buen ojo, sí, el manejo de los sentidos es muy importante en este oficio. | Cada persona que entra a una librería viene buscando algo, | pero muy pocas veces sabe qué. Entones, si no pregunta directamente, | déjalo que se sienta cómodo entre los libros, | que mire las mesas y los estantes. Eso sí, nunca dejes de verlo, | aprende sobre el lenguaje corporal, en el momento que el cliente necesite algo | lo demostrará. Es ahí donde amablemente acudirás en su ayuda y entablarás la conversación.

4.- Hay que tener claro que todas las librerías tienen un fin comercial, en eso nos podemos comparar | con la zapatería o la tienda de ropa. Entonces, recuerda que cuando vas a comprar una camisa siempre te la mides | primero a ver si es tu talla, y segundo a ver si va contigo. Igual pasa con los libros, leer algunas líneas a ver si la historia lo atrapa, entonces, permíteles a los clientes revisar | los libros que quieran, siempre que los manejen con cuidado. Si haces esto tendrás media venta asegurada.

5.- Respeto a los lectores. Todos los gustos son distintos, y así como hay mucha gente que sabe más que nosotros | también hay los que saben menos y han leído muy poco. No importa si el autor que busca sea alguien que a nosotros no nos agrade. | Lo que importa es que está leyendo, en algún momento crecerá como lector y avanzará. A veces hay que llevarlos con más lectores que se están iniciando, si los tratamos despectivamente se van a alejar de nuestra librería.

6.- Investiga. Mantente al tanto de todo lo que pasa en el mundo editorial averigua la vida de los autores favoritos, sus necesidades, reconocimientos académicos. Está pendiente de los premios literarios, oye los programas donde se hable de libros, lee las páginas de cultura. Todos los detalles son importantes al momento de lograr una venta.

7.- Invierte tiempo y dinero en tu carrera. Es muy importante visitar las ferias de libros, nacionales e internacionales, en estos eventos hay muchas actividades para libreros. Además, solo estando en contacto con personas con intereses comunes vas a crecer dentro de la carrera.

8. Visita librerías, que el trabajo no se quede en las ocho horas reglamentarias. Sólo viendo la oferta que tienen los otros puntos de venta podrás mejorar tu stock.

9. Los niños y jóvenes serán los lectores de mañana. Esos son tus clientes más importantes: mantén un espacio para ellos, déjalos que se familiaricen con los libros, consiéntelos, guíalos, está muy al pendiente de sus gustos y, sobre todo, pregúntale sobre el libro anterior. Dale la oportunidad que te cuente la última aventura que acaba de culminar.

10. Por último, un consejo que aplica para todo lo que te propongas en la vida: divierte con lo que hagas, ama tu trabajo, y sobre todo realizado con pasión.




jueves, 17 de septiembre de 2020

Otra de piratas

 


Otra de Piratas
y lo que hay en el camino

 

Edgar A. G. Encina
 Artículo publicado en la revista QuehacerUAZ

 

El miércoles 9 de septiembre Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) incendió Twitter. «Si quieren verse generosos, regalen las nalgas, culeros, no mis libros en pdf!» [sic], escribió en respuesta a que cierto personaje había estado haciendo eso; obsequiar fragmentada y/o totalmente Temporada de huracanes (Random House, 2019) a cuanto hijo de vecino le solicitara. De inmediato, los medios que reprodujeron la información tomaron partido en contra de la postura de la autora, atenuándola con algo de simpatía y acusando a los altos costos que los libros tienen en el mercado legal. Al final hemos visto —una vez más— la cobertura suave, rudimentaria e incompleta que no pondera ni debate ni se posiciona.

Paradójicamente, esa semana, la que corrió del 6 al 12 de septiembre, el editor de una editorial emergente-independiente me hizo llegar vía inbox «La vida entrepiratas», porque «va de tus temas», acertó. 40 páginas correspondientes Labalada de Rocky Rontal (unam-Antílope, 2017) donde Daniel Alarcón (Perú, 1977) «nos lleva a descubrir la sonoridad de un puñado de relatos que resuenan a lo largo y ancho del continente… acerca[ndonos] a las vidas que tratamos de esconder y que muchas veces catalogamos como desechables, aunque no lo sean», previene la página literatura.unam.mx.

Es «La vida entre piratas» un momento físico, real y tangible al que atendemos desde varios relatos con el mismo deshilado: la potente empresa de piratería editorial peruana que acomete voraz a las trasnacionales y empresas locales/regionales que se dedican al negocio de editar, imprimir y distribuir libros. Esos piratas dan:

trabajo a más gente que los editores formales y vendedores de libro, y su impacto económico combinado fue estimado en cincuenta y dos millones de dólares, el equivalente aproximado al cien por ciento de las ganancias de la industria. Los piratas operan a plena luz del día: los vendedores salen a las calles de la capital, con sus pesadas pilas de libros que ofrecen a los autos detenidos en el tráfico, o tienden un pedazo de plástico azul en la vereda, para exhibir la mercancía de manera que todos puedan verla. Están frente a las escuelas, institutos y edificios de gobierno, o deambulando por los pasillos de los mercados donde la mayoría de los limeños hacen sus compras.

 

Entre los temas de fondo que asoman el tweet de Fernanda Melchor y el relato-investigación de Daniel Alarcón, destaco dos:

La primera, la libertad expresa con que hace uso un tercero de un bien creativo ajeno. Respecto de las leyes patrimoniales de México en ese caso no hay mucho por hacer, basta con ampararse en la afirmación de que la reproducción es de carácter personal y sin files de lucro, porque «Las limitaciones de los derechos patrimoniales … lo permiten. | Fotocópiele o reproduzca en pdf, que es su derecho», invita Impronta Casa Editorial.

La segunda, la rodante percepción de gratuidad que desbarata todo lo que tiene que ver con los derechos de autor, enfatizado ámbitos culturales y artísticos. La percepción apunta a que el común se ha quedado con la idea de que la literatura, la música o el teatro, por ejemplo, son bienes de consumo sin costo ni valederos para la remuneración económica. Lo contrario sólo aplica cuando el producto proviene de una plataforma multinacional como Netflix, Spotify, Amazon Prime Reading y otras. Estamos frente a la humareda de la gratuidad azuzada desde internet.

            En medio del par de asuntos se ha extendido la justificación de la precariedad del consumidor. ¡Precariedad la del autor-creador que exponiendo su trabajo queda expuesto! Vaya paradoja. Aunque, por otro lado, la estadística de mercadeo aduce que la lectura de pdf’s aumenta las ventas del libro físico. Chocante, lo menos. Quizá funciona similar a la música que luego de escuchar a su artista en sus audífonos está dispuesto a hacer el gasto del concierto. Sin embargo, en literatura —hasta no leer los datos que guardan celosamente las editoriales— hay mucho qué estudiar.




jueves, 10 de septiembre de 2020

De series y novelas

 

Interiores de la biblioteca del palacio de Buckingham


Grandes esperanzas
De series y novelas

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 Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista Quehacer universitario

 

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Este fin de semana pude ver la tercera temporada de The Crown, la serie escrita por Peter Morgan, musicalizada principalmente por Hans Zimmer y producida por Stephen Daldry y Peter Morgan, que recrea el ascenso y la monarquía de la reina Isabel ii de Inglaterra. Culpo a los algoritmos de mi llegada tardía, aunque también celebro el retraso que me deja fresco al estreno siguiente, el de la cuarta temporada el 15 de noviembre. Ignoro los motivos que me impidieron buscarla directamente en la plataforma, porque tenía los antecedentes de haber leído algunas críticas y comentarios que ponderaban la producción, la calidad visual y la fineza tratada en asuntos políticos y relaciones de poder. Lo que he visto no desmejora con las anteriores entregas en ningún aspecto. Por el contrario, encuentro algunos valores estéticos y actuaciones que sobresalen en el manejo narrativo de la serie que provoca no soltarle hasta el final.

De lo anterior, lo que más me ha llamado son las vistas a la sala privada de la familia y al despacho principal en el Palacio de Buckingham. Ambos escenarios comparten por igual un fantástico decorado, con estantes de libreros pegado por las cuatro paredes y atestado por guiño ejemplares de elegantes portadas. En medio de estos escenarios que en su recubrimiento que no dejan centímetro libre para otro impreso aparecen los cómodos sillones y una televisión o el distinguido escritorio victoriano cargando algunos documentos y enceres de trabajo. Sin embargo, a la reina no se le verá leer. 

Preciso, ella jamás leerá libros allí, que sí documentos oficiales y cartas. Contrario a la imagen preconcebida, en esos espacios que son para el recogimiento personal o las labores cotidianas no hay lugar para la lectura lúdica ni el ojeo fortuito, a pesar de que se sugieren los libros como joyas. ¿Sería un mero acto voluntarioso e inocente pensar en Isabel como lectora de literatura? Ignorante del tema, acudí a las fuentes y en medio de la vorágine de títulos recomendados, me he pedido la traducción que Jaime Zulaika realizó para Anagrama de The Uncommon Reader (Una lectora nada común) de Alan Bennett. Ha sido esta y no otra porque acá se sugiere que la:

reina de Inglaterra que, un buen día, descubre en su jardín el vehículo de una biblioteca móvil del ayuntamiento, aparcado junto a las puertas de las concias de Palacio. Sorprendida, se acerca, ausculta, pr

egunta y decide llevarse un libro. Empieza entonces todo el periplo de los miércoles en los que la reina cambiará un libro leído por otro nuevo. Dejará su estatura hierática que sólo se ocupaba del «deber», para acercarse al mundo de los libros, que le mostrarán vidas ajenas, sentimientos humanos y experiencias diferentes, con verdadero

 detalle. Su consejero es un joven pelirrojo que trabaja en la cocina palaciega y cuya pasión siembre fue la lectura [ha escrito Jacinta Cremades en El cultural].

 

Lo he hecho porque conozco el trabajo y humor característico de Alan Bennett en las traducciones de Anagrama con las novelas Con lo puesto, Dos historias nada decentes y La dama de la furgoneta, de la que han hecho película. A pesar de que noviembre parece aún lejano, me he querido preparar para la siguiente entrega de la serie animando poco o mucho las grandes esperanzas de que la reina al fin lea en estos lugares y, también, iniciar una línea de tiempo para imaginar qué puede estar leyendo en la recámara, antes de dormir.


Sin descripción disponible.


De las Presentaciones de libros

  Jan Saudek, Marriage presentaciones de libros Notas para un ensayo   Edgar A. G. Encina       No recuerdo donde leí a Mario ...