jueves, 30 de noviembre de 2023

Categorizar los Booktubers


Los otros autores
Categorizar los Booktubers

  

Edgar A. G. Encina

   

Se me ha ido el nombre del teórico de las redes sociales que fue el primero en advertir que las personas propensas a exhibirse no se percatan de cómo son percibidas y que en sus afanes por la búsqueda de notoriedad estas conductas se han agravado y masificando. Cuando leí esto, si la memoria no me falla, había poco más de una docena de plataformas e YouTube preparaba su gran despegue, así que, aunque se entendía, no tenía los ejemplos que a borbotones invaden ahora. Esta reflexión sin fuente ha venido bien para simplificar una eficiente y antidemocrática coartada de análisis de las personas que gustan mostrarse —¿será inmolarse?— en videos y disemina lugares comunes que niegan la decadencia visual que nos avasalla, afirma Loris Zanatta y Cecilia Denot en su Manual de autodefensa intelectual (Edhasa, 2023).

Con justicia para la realidad debe anotarse que en el ordenador y en el móvil no sólo reinan individuos ridiculizándose y/o caricaturizando a otros, están también quienes se toman enserio su imagen y lo que desean proyectar. El ejemplo lo pongo en los Booktubers. Estas figuras, con distancia del desdén que algunos intelectuales les miran, suelo entenderlos cada vez más como autores, aunque la categoría aún no la clarifico. Hacen labores de divulgación con algo de crítica desde el formato audiovisual y elaboran desde el conocimiento de campo y el empirismo, estrategias discursivas y narrativas más o menos ecualizadas a ciertos valores estéticos, con acento en los gustos e intenciones personales. Nada que no halla hecho un crítico o divulgador libresco desde/con las maneras tradicionales.

Para justificar y categorizar a estos Booktubers como autores hecho mano de, por ejemplo: Foucault, Barthes, Bouza, Raboni o Leal, que exploran los entornos de la pregunta ¿qué es un autor? El que ha venido bien para abrir la discusión, lo noto con los estudiantes de grado y posgrado, ha sido Gonzalo Lizardo que, en «Fábula de los autores que se bifurcan» en El grafópata o el mal de la escritura (Era, 2020), afirma que: «En la actualidad, apenas se espera de un autor algo mejor de lo que se espera de cualquier ser humano cuando mucho, que sea talentoso, inteligente o ingenioso, emotivo o emocionante, universal y único».

Lizardo suma a la categoría econiana —de/por Eco— de autor modelo, autor real y autor liminal la de autor apócrifo, en/por Borges, para afirmar que «la noción moderna de autor se ha bifurcado una y otra vez, multiplicándose por los senderos de una página, para compensar de algún modo el histórico menoscabo de su prestigio… o para reproducir mejor la factura del sujeto moderno: esos hombres y esas mujeres que viven y medran, vaciando a cada instante entre el alma y la piel, la vigilia y el sueño, el interdicto y la trasgresión, el saber y el placer, la libertad y la tranquilidad, lo real y sus ficciones, el Yo y el Otro». De allí parto para intentar categorizar a los Booktubers, autores bifurcados que avientan otra pala de arena al autor muerto que vuelve de su tumba para hacer escribir en video.

 

 

sábado, 11 de noviembre de 2023

En memoria de Armando González Quiñones

 


José Gutiérrez Solana, El bibliófilo, 1933



Los últimos guardianes

En memoria de Armando González Quiñones

 

Edgar A. G. Encina


 Una versión de este documento ha sido publicado 
en el número 9/2023 de Memoria Universitaria

  

Pasada la hora y media de Indiana Jones y la última cruzada (Paramount Picture, 1989) Harrison Ford, en el papel del afamado arqueólogo, se encuentra cara a cara con el último de los tres hermanos que perdidos durante Las Cruzadas (1096-1291) buscando el Santo Grial. Adentrado en la sala y por los túneles que dan al Tesoro de Petra, el aventurero debe enfrentarse al anciano guardián que, decaído por la edad, apenas puede sostenerse en sí y a su espada. El hombre debió esperar más de 700 años para su relevo, el cual ahora sólo debe atinar a beber de la copa original con la que Jesucristo departió en la última cena.

Esa escena, claro que con más detalles, se la comenté un par de ocasiones a Armado González Quiñones para decirle que el era uno de esos tres hermanos, aunque lo que el protegía no eran copas diamantinas ni exuberantes, sino libros viejos. La primera vez lo tomé por sorpresa y no pudo o supo responder. En el segundo momento estuvo un poco guasón y se prestó a decir, o en todo caso mascullar, los nombres de quienes podrían ser los otros hermanos. Empezó por fraguar su inventario, al que contribuí con un buen directorio, que superó con facilidad los tres nombres; guardo el ejercicio en la memoria sin afanes propagandísticos para evitar recelos.

Me he enterado de su partida un par de días tarde, por letra de Esaí Ramos Montoro que en un menaje me cuestionaba si conocía a «este señor». Particularmente, al momento que escribo estas líneas, he visto en Facebook notas de condolencias firmadas por Alma Ríos, Alejandro Félix Cherit, Bernardo del Hoyo, pero nada en ningún medio local. No sorprende. Es la trayectoria final de todo gran amante de la letra impresa; vida discreta y silencio fraterno. Quién lo extraña está en casa y no sólo es la familia. ¡Ah, los bibliófilos! Su partida estuvo iluminada por una interesante trayectoria de la que otros han comentado.

Conocí a Armando por su hermano Arturo. «Habla con él, me dijo. Sabe mucho de libros y las cosas que te interesan». Tuvo razón.  Un día me presenté en su casa y al abrir, detrás de él un chico, creo su sobrino, llegó cargadísimo de libros, la mayoría polvorosos y viejos. «Me dijo Arturo que estás investigando sobre libros mexicanos» y antes de que pudiera afinar el dictamen ya estaba abriendo uno y otro y otro libro, para explicarme qué encontraría y qué debía preguntarme. Así fue mi amistad con ese erudito; con un libro de por medio porque ¿de qué otra cosa podríamos hablar?

A Quiñones le interesaba particularmente el siglo XVI, los fondos privados, las bibliotecas históricas, las librerías y hablar. Fue un generoso dialogante del que siempre había por aprender. Me parece prudente dejar un par de comentarios finales. El primero destaca sus aportes como investigador y escritor en impresos como A 450 años de la circulación del libro en Zacatecas (IZC, 2000) e Historia de las bibliotecas en Zacatecas (CONACULTA, 1992). El segundo agradece los guiños bibliográficos y la guía para continuar las pesquisas; con sus recomendaciones terminé de escribir, por ejemplo, Las librerías de viejo en la Ciudad de México (UAZ, 2021) y proyectar la investigación sobre la extinta Librería del Prado.

Descansa en paz, maestro.




jueves, 12 de octubre de 2023

Los límites de la biblioteca particular

 

Martin Koole, The well read gril, Dutch, 1956.



Los límites de una biblioteca particular

 

Edgar A. G. Encina

 

Una versión de este documento ha sido publicada en el vol. IV, No. 8 de Memoria Universitaria

 

Samuel Pepys, inglés que vivió en el siglo XVII, aseguraba que la biblioteca de un caballero debía estar organizada «en pocos libros y en el espacio más reducido», alimentada con los mayores temas que al propietario interesaran y salvaguardando otros que no, porque los libros tienen la obligación de decir lo que se quiere oír y lo que se niega a escuchar. Esta biblioteca debía contener la cantidad precisa de tres mil libros, cifra que media entre el peligroso exceso y la brevedad de lo insustancial. Así, recuerda Joaquín Rodríguez en Bibliofrenia o la pasión irrefrenable por los libros (UACh, 2016), que «La cantidad que Pepys estableció después de una vida delicada al acopo, el coleccionismo, el expurgo y la catalogación, fue de tres mil, cantidad que hoy puede verse integra e inalterable en el Magdalene College de Oxford». Anotación aparte es que la colección poseía el carácter de la inquietud, pues continuamente los ejemplares cambiaban de lugar dependiendo de las exigencias e intereses.

Con diferencia en la literatura del tema, sobre todo las de los siglos XVIII y XIX, Pepys hacía latente el problema de los límites del amor por los libros. La bibliofilia, que es la pasión irrefrenable por los libros, tiene demarcaciones, aunque poco se ha dicho sobre estas y más se ha escrito sobre los riesgos que encara dejarse llevar hasta bibliomanía. El tope, que para un lector más o menos avezado del siglo XXI parece corto, en el tiempo que se planteó representaba un universo bibliográfico extenso y coherente con la realidad. Empero, de tomar la recomendación del inglés ¿qué criterios deberían considerarse para cercar los límites de una biblioteca particular?

Una posible solución la plantea Georges Duhamel, francés que vivió de 1844 a 1966, en su Carta sobre los bibliófilos (Trama, 2021). El autor, «Médico escritor en su juventud, escritor médico en su madurez» anota José Luis Checa Cremades, presenta como alternativa el Beauve livre. La idea central reside en que el lector-coleccionista ponga especial atención en los libros hermosos, que son los livre d’amateur. La forma de reconocer un ejemplar con/de tales características estriba en notar que en su elaboración y composición se honraron las «costumbres cultas [del libro], [con la participación de] artesanos especializados, un material apropiado, ilustradores hábiles, papeles ricos y sólidos y telas de calidad, una encuadernación impecable».

Tanto para Pepys como en Duhamel, a pesar de separarlos un par de siglos, el epicentro de la biblioteca está contenido en un lector/público culto e interesado en la materia. También, en ambos, el tema económico es insustancial; se da por dicho que entre un libro y la atracción de por medio no debe privar la bagatela del dinero. La propuesta del francés es interesante, porque no sólo invita a buscar en los anaqueles de la historia, sino también a fijarse en las propuestas editoriales contemporáneas donde en muchos casos, como en los sellos Piel de salmón, La Dïéresis, La tinta del silencio o El dragón rojo, por nombrar un selecto grupo, retoman los conocimientos del pasado con un juego de elementos actuales y propuestas arriesgadas, lúdicas y fascinantes. Visto así, tres mil beauve livre son pocos y cifra promedio de bellos impresos para todo amateur.




martes, 26 de septiembre de 2023

Las tristezas del libro

 


las tristezas del libro

 

Edgar A. G. Encina

 Una versión de este documento fue publicada en la revista Memoria Universitaria
volumen 4, número 7, septiembre de 2023, p. 40

 

Escribo este artículo la semana que corre del 17 al 23 de septiembre alegrado por la librería de uso El Árbol que comunica la presentación de su versión digital, en la que han «trabajado durante algunos meses». Tienen en almacén público más de dos mil títulos a los que se suman otros cada semana. El evento es una respuesta algo tardía al desfavorable ambiente nacional que se cierne sobre la industria de los impresos. Apenas el ocho de septiembre Marco Antonio Flores Zavala en la columna «Travesías», publicada en el diario NTR, señaló el cierre de la Librería André-a, una de las emblemáticas en la ciudad y la región. Si bien el bajón de cortinas responde a varios factores, es indudable que la grave crisis por la que atraviesa el sector aceleró el evento.

         Históricamente los hacedores y ofertadores de libros nunca han vivido el paraíso, pero es que ahora predican por el desierto. En México existe una librería cada seis municipios y los números se ponen más raquíticos si lo llevamos a las editoriales. Aún en épocas doradas, como la de Aldo Manucio o el boom latinoamericano, los nubarrones siempre se han dejado sentir. Es un dicho multiplicado que los libros no hacen millonarios, pero sí dan de comer y proveen de satisfacciones al espíritu. Sin embargo, hay momentos de fractura que presentan mayores conmociones y todo parece indicar que estamos atestiguando un sismo de gran magnitud.

         La numeralia presentada por el Instituto Zacatecano de Cultura respecto a la Feria Nacional del Libro en Zacatecas celebrada del 18 al 26 de agosto provee indicios del problema. Los datos son los siguientes:

*        19, 036 asistentes.

*        1,338 jóvenes.

*        815 niños.

*        8 talleres.

*        7 actividades de fomento a la lectura.

*        5 actividades infantiles.

*        72 editoriales y librerías participantes.

*        29 presentaciones editoriales.

*        14 presentaciones artísticas.

*        2 conversatorios.

*        2 lecturas en voz alta.

*        12 creadores provenientes de 12 estados.

*        Atención en 6 municipios.

Falta el informe financiero, el reporte de gastos y el análisis costo-beneficio para un estado en el que, según datos de Gobierno, existen al menos 69 mil personas económicamente activas. Más que señalar que a la fiesta de los libros le faltó carnaval, en el análisis general continúan haciendo falta acciones para fortalecer el evento como:

*        tener un estado invitado por edición,

*        tejer un sistema funcional para que autores, libreros, editores y promotores acudan a escuelas, principalmente secundarias, preparatorias y licenciaturas, a leer, a escuchar, a dialogar;

*        la programación de libros exprofeso comprometidos por instituciones gubernamentales y de educación, e

*        incentivar a que el sistema editorial apueste con sus propios recursos por autores regionales sin depender del subsidio.

El primero de septiembre Milenio publicó «La agonía del libro en México» de Rafael Pérez Gay, el cual es un retrato de la situación nacional, en el que apunta que: «Entre las muchas destrucciones que este gobierno le ha impuesto a la sociedad mexicana, no la menor de ellas es la del libro, la frágil y debilitada industria editorial se acerca al punto más bajo de productividad con todo lo que ello implica: editoriales medianas y pequeñas en riesgo de desaparecer, librerías en serios problemas financieros, rendimientos negativos, desempleo, menos lectores».

Para sustentar la hipótesis de que el gobierno-estado, en todos sus niveles, ha abandonado los bienes de consumo editorial, remite al informe de Gerardo Jaramillo, ex director del FCE y Educal, el cual aseguró «que se acabaron los apoyos directos e indirectos a la industria editorial mexicana mediante diversos esquemas: ferias de libro nacionales y extranjeras, coediciones, compra de libros para bibliotecas públicas o sistemas como el bachillerato o la educación superior por las reducciones definitivas al presupuesto»

         Si bien esta columna inició con un párrafo agridulce que celebra el catálogo en línea de una librería de uso y el cierre de otra, al final la realidad avasalla. El cambio de ruta esencialista de las políticas públicas sobre el sector editorial, libresco y bibliográfico han puesto al libro en un desierto donde nada crece. He sido disperso, pero no inocente, con estas líneas porque, por donde se le vea, esto puede ir a peor en niveles demenciales.





lunes, 7 de agosto de 2023

(sobre) Calendarios

 Francois Durif, Cancella le tue tracce, Villa Medici, Roma, 2023.


Calendarios

 Edgar A. G. Encina

Una versión de este ensayo ha sido publicado en
el vol. IV, núm. 2, p. 25 de Memoria Universitaria

  

¿Quién y con qué criterios se elaboran los calendarios escolares? Esta doble pregunta siempre viene a mi cabeza al inicio de todo ciclo escolar. En agosto y en enero. Nunca he encontrado respuesta, aunque luego de los años tengo la idea de algunas posibilidades. Cuando egresé de la licenciatura y hacía pininos en la Secretaría de Educación estatal acudí a una invitación al Gimnasio Marcelino González. Llegué puntual, primer error de aquella mañana, porque el lugar estaba abarrotado y me ubicaron en las últimas gradas. A medio evento la presentadora pidió que explicara unas plantillas que habíamos diseñado en equipo, segundo error, porque al descender por esa larga escalinata sentí la mirada de los profesores que, seguro, pensaban que era medio tonto o tonto y medio, al sentarme allá arriba cuando debía estar presto en las primeras sillas. La falta fue que no me presenté a la entrada y seguí las instrucciones de una señora mandona que me dijo: «para arriba, joven, que acá son los importantes». La verdad, tuve miedo de decirle que yo era el licenciado García, porque de esos abemos a racimos. Expliqué mi plantilla y en seguida el Secretario, con ese mayúscula, el gran jefe pluma blanca, explicó el calendario escolar oficial que llevaríamos. Fue entonces cuando dijo: «¿Preguntas?» y yo, que tenía dos años en ese menjurje de fechas, levanté la mano. No pudo evitarlo, me habían cambiado de lugar y ahora estaba en tercera fila, enfrente de él. Nunca habíamos intercambiado nada, ni el saludo. Recuerdo que hasta contacto visual hicimos. «Señor, dije, ¿quién elabora el calendario y cuáles son los criterios para su armado?». El hombre se puso amarillo: «un comité en la Ciudad de México». Listo, listillo, dejó el micrófono, volvió la moderadora, todos aplaudieron y a la porra, todos de vuelta a casa.

Aquella respuesta me provocó imaginar un alto edificio, como los que vemos en las películas que retratan New York o Tokio; a hombres y mujeres sentados en un salón de juntas en el piso mil quinientos, decretando que esas fechas eran/son las ideales para que los chicos tengan el mejor aprendizaje y los profesores puedan desempeñarse de la manera más adecuada, contemplando siempre su salud emocional. El retrato no ha cambiado. Sigo imaginando a ese claustro de sabios determinando que los universitarios mexicanos deben iniciar sus sesiones la segunda semana de agosto y la tercera de enero, y los niños y adolescentes hasta la tercera de agosto y la primera de enero. Así igual para los recesos veraniegos y decembrinos. En el centro de aquella sala de juntas tienen un aparatejo similar a la Quija que les anuncia con precisión lo supremo, sin contemplar nada más porque los trabajadores de la educación somos seres mágicos y los estudiantes una especie de centellas luminosas que dan sentido al universo.

Kurt Schwitters, Collage, 1920

En Europa, por ejemplo, el calendario está determinado por el clima. Para ellos lo importante es que en verano, a unos 30 o 40 grados centígrados, los estudiantes estén vacacionando, no encerrados en cuatro paredes con pésima ventilación. Mejor encerrados en invierno; una boina o bufanda resuelve el problema. En Estados Unidos los calendarios se acomodan a las necesidades de los condados, más que de los estados o la nación, aunque siempre respetando días feriados como el 20 de febrero, «Día de los presidentes», o el 10 de noviembre, el «día de los veteranos». Esos condados piensan de la misma manera: evitar las clases en el alto de las olas calurosas. Algo debe haber allí, ¿no? En México, como en la mayoría de Iberoamérica, el jaloneo se produce entre dos poderes que quieren hacerse presente en la vida de los ciudadanos: el poder político y el poder religioso. Allí tenemos ganancia y podemos estirar el estío dos semanas en abril. En otros países lo que sucede es que existen días feriados regionales o locales que pueden responder a eventos históricos o religiosos o tradicionales, que en nuestro calendario no existen y debería considerarse, al menos como enunciación, aunque sin inhabilitarlo.

Pero, volvamos, ¿quién y por qué hacen los calendarios escolares de esa manera? Quizá hay una turbia política escolar que desea que las clases se celebren, por ejemplo, ahora en agosto, en uno de los meses más calurosos; seguro tienen información que les dice que los alumnos adormilados por el clima en realidad desatolondran un lugar del cerebro que les hace verse así, pero en realidad están entendiendo perfectamente que el cuadrado del decaedro es la suma de la responsabilidad ecuatorial de quién sabe qué cosas. A qué caray.




viernes, 7 de julio de 2023

Cuídate de la locura y lee diccionarios

 


Cuídate de la locura y lee diccionarios

 

Edgar A. G. Encina

Una versión de este documento ha sido publicada en la revista digital Memoria Universitaria, número 5, julio 2023, p. 50.

 

 

Los filólogos ortodoxos tienen un singular lema para el descanso veraniego: cuídate de la locura y lee diccionarios. La primera parte de la expresión responde a que es una época peligrosa por las altas temperaturas, a que es el tiempo ideal para las lecturas suaves y a que es cuando apuran los proyectos para ser terminados antes de que vuelva el ajetreo. Parece vano, pero visto a la distancia hay que tomar el sabio consejo de cuidar no deshidratarse, de leer algún novelón de moda y de que se debe priorizar pensando en cerrar el año con cierta dignidad.

Respecto de la encomienda: lee diccionarios, no siempre la he tomado a pie juntillas, aunque para este año me lo estoy pensando dos veces. Hace algunos días El país publicó «La cadena del libro explicada a un paseante», donde Javier Rodríguez Marcos hace una entretenida lista de términos de los que, amen de no estropear la recomendación, cito lo siguiente:

·         Literatura: ingrediente ocasional de algunos libros.

·         Autoficción: resultado de que una persona se mire en el espejo y vea un personaje.

·         Soledad: estado del escritor entre dos mesas redondas.

·         Novelista: todo ciudadano español mayor de 40 años.

Para atender el canon, he dispuesto de dos lecturas: el Diccionario de literatura para esnobs y (sobre todo) para los que no lo son de Fabrice Gaignault, traducción de Wenceslao-Carlos Lozano (Impedimenta, 2011) y Te voy a hacer una autocrítica. Diccionario para entender a los humanos de Perroantonio (Trama 2016), que es la «versión furiosa de José Antonio Blanco».




El primero es defensa ligera de los individuos sine nobilitate y de los prejuicios literarios que siempre llevan izada la bandera de la razón. Dice, por ejemplo, que Marguerite Duras fue:

Hacendada (y escritora) francesa, famosa por haber alquilado durante varios años una mansarda al gran escritor español Enrique Vila-Matas. Solía llevar jersey con cuello vuelto. Poco apreciada por los esnobs literarios, que se burlan de su infinita pretensión y su absoluta falta de humor: y a quien no les duelen prendas para reconocer sus preferencias por un registro femenino de figuras más auténticas y tendidas por mucho más interesantes, como Nathalie Sarraute, Violette Leduc, Béatrix Beck y, por supuesto, Hélène Bessette.

El segundo título fue escrito con navaja; el auto rebana cuellos y somete al lector en un peligroso filo del que pende la autocrítica y la mordaz verdad. Dice, por ejemplo, que la «ideología» es la:

Tumoración cerebral en forma de abultamiento córneo en la zona frontal del cráneo producida por la sedimentación amalgamada de ideas predigeridas y consignas. Provoca fruncimiento de ceño, restringe el campo de visión, tuerce la perspectiva y causa aberración óptica y cromática. En los casos más graves, el individuo afectado pierde sensibilidad general y tiende al autismo y a embestir a otros congéneres con la testuz. En el aspecto motriz genera gesticulación y verborrea, así como respuestas condicionadas de tipo pavloviano. Es una dolencia de muy difícil cura y a lo único que puede aspirar el terapeuta es a reducir con utensilios quirúrgicos l tamaño del tumor. Los comunistas chinos, sin embargo, dicen haber dado con un método, al que denominan reeducación (en inglés, torture) que atempera los síntomas de la dolencia.

 

Así que atendiendo el lema, recomiendo el descanso y la lectura de diccionarios o, como en mi caso, la relectura.




martes, 6 de junio de 2023

Soñar con palabras, soñar con subtítulos, soñar en otra lengua

Soñar con palabras, soñar con subtítulos,
soñar en otra lengua

 

Edgar A. G.Encina

 

Para Benito D’Amore

  

Una versión fue publicada en la revista Memoria Universitaria

 

No recuerdo donde leí un estudio que al investigar los diálogos en los sueños descubrieron que estos no se producen en el mismo nivel del subconsciente, sino que son producto de un desdoblaje en otro nivel de conciencia. Es paradójico, porque otros sonidos como el motor de un avión o el canto de las aves o la caída de algún objeto, sí parecen producirse en la cintilla original del sueño, permítame el eufemismo. Los olores, los colores, las emociones, hasta el vibrar del viento en la piel se produce en el mismo sueño, salvo los diálogos. Las conversaciones con otros y consigo mismo se articulan en otro lugar de la mente, poniendo en ejecución otras partes físico-neuronales que complejizan la articulación.

¿De dónde viene el lenguaje?, ¿cómo se produce?, ¿qué condiciones se tienen que dar para que este nazca y se desarrolle? Son preguntas intrigantes. El lenguaje es el síntoma evidente de nuestro desarrollo neuronal y consciente. Por ejemplo, si un niño de cinco años no ha aprendido a comunicarse oralmente se debe atender, porque es probable que exista daño cerebral y/o psicológico, o si un adulto apenas se comunica con no más de cien palabras estará sumido casi sin remedio a vivir en las sombras de la caverna. Las palabras que utilizamos, cómo las usamos y enlazamos, y la función que le proveemos es un espejo que refleja lo que somos sin ocultar nada. Eso que decimos en una convivencia luego de beber dos copas de vino, en el supermercado al preguntar por un producto, en la acera para pedir que nos abran el paso, la advertencia que escuchamos cuando algo está caliente o frío o lo que decimos cuando hacemos el amor, nos deja en cueros. El lenguaje es lo que somos.


En 2017 Ernesto Contreras filmó Sueño en otro idioma, con guion de Carlos Contreras, en Los Tuxtlas y Playa Roca Partida, Veracruz. La cinta cuenta la historia de una lengua moribunda. Es un ejercicio ficticio que relata los últimos días y el fallecimiento del sikril. El relato se funda en la vida de un par de ancianos, últimos hablantes, peleados irreconciliablemente a causa de una disputa arrastrada desde la juventud, y que un filólogo se da a la tarea de entrevistarlos por lo individual en lo que encuentra forma de acercarlos. Es una historia triste, ahogada y poderosa, en la que José Manuel Poncelis, en el papel de Isauro, es dependiente absoluto de esa lengua y Eligio Meléndez, como Evaristo, hace de Hermes para cerrar sus días. Es en la hora con treinta minutos que se produce la conciliación con un mágico diálogo. Asistimos a una fiesta donde dos viejos son el centro de la escena diciendo quién sabe qué cosas para luego soltar a carcajadas. Ignoré lo que se comunicaban, como lo hacían todos los otros personajes en la cinta, pero me alegré junto a ellos con la misma sensación de cuando se está junto a niños y jóvenes que se desternillan. En adelante, la película irá apretando los nudos con escenas que confirmarán lo que he intentado exponer: los suspiros desfallecientes de una lengua.

         Por su parte, en Los muertos indóciles (De bolsillo, 2019) Cristina Rivera Garza se ha percatado que sueña con otra lengua que no es la primera, pero que es la materna. Escribe: «Y todo habría estado bien si no hubiera ocurrido la proverbial noche del proverbial día en que tuve el proverbial sueño en la Segunda Lengua. No recuerdo la anécdota onírica (aunque estoy casi segura de que había un tren en todo aquello), pero recuerdo, casi a la perfección, el súbito despertar». Soñar en la segunda lengua, para el caso en castellano, marcó las prioridades creativas comunicativas de la autora que dejó la primera lengua, el inglés, para hacer la vida con la familia, los colegas y la calle. Para la escritora, su segunda lengua, que está viva y mantenida por casi 500 millones de hispanoparlantes, es la que se reproduce en sus sueños, igual que para Evaristo e Isauro es el sikril, residente sólo en ellos.

         Aquí me intriga ese proceso del sueño hablado. Uno, del que sólo conoce un lenguaje, allí se ha desarrollado y quizá perezca. Otro, del que es bilingüe o multilingüe. ¿Qué partes del cerebro se articulan en los sueños para hablar otros idiomas sin que se quiebre el entendimiento? La última ocasión que hablé con Benito D’Amore fue sobre eso. Benito, italiano residente en Inglaterra visitaba a su hija Anna en México cada dos años. Para nosotros su presencia fue un jolgorio. Era hombre de difícil llevadera porque en una frase de diez palabras mezclaba el italiano, inglés y español mexicano. Esa ocasión, sentados en la sala de Miguel Muñoz, le pregunté cómo soñaba, en qué idioma lo hacía, y creo que me respondió que igual a como hablaba, haciendo un batidillo, porque también pienso que había hecho del castellano su primera lengua, como lo es para sus nietos. Benito, a su manera, soñó su propia versión de sikril.



martes, 25 de abril de 2023

De autómatas, robots e inteligencias artificiales

 

JF Ptak Science Books Pots 1927


De autómatas, robots e inteligencias artificiales
notas para que el cuñao estocástico deje de parlotear

II/III

 

 Edgar A. G. Encina

Una versión de este documento fue publicada en la revista Memoria Universitaria

   

Es en el minuto 31 de The best offer que se produce la primera mención de Vaucanson. El filme, dirigido por Giuseppe Tomator en 2013, retrata la vida de Virgil Oldman, protagonizado por Geoffrey Rush, un experto crítico de arte y afamado subastador que es presa de un ardid en el que participaron media decena de individuos para robarle una invaluable colección de retratos femeninos. La historia de la cinta importa menos para las intenciones de estas líneas que la aparición del autómata, figura mecánica que funciona por engranajes y sistema de cuerdas, como lo hacen los viejos relojes. Esta figura o elemento, según se le quiera ver, se muestra a lo largo de la historia como un objeto de interés científico, artístico y económico.

Jacques Vaucanson, que vivió en la Francia del siglo xviii, construyó en 1737 El flautista, figura de un hombre en tamaño real que hacía tocar la flauta y el tambor, El tamborilero y El pato, que contenía aparato digestivo funcional. En la cinta refieren como «personaje» a su mayor creación el «androide» que le dio fama y fortuna, pues «movía la cabeza, se inclinaba y respondía» a preguntas que le hacía el público y pagaba por verle o escucharle contestar. Las escenas provocadas por esos seres mecanizados sin alma llevaron a interrogaciones y desconfianzas narradas en alucinantes crónicas por los diarios de la época. Es extraño y paradójico que no nos hayamos interesados por revisar filosófica e historiográficamente este tipo de eventos, sobre todo del siglo xix que produjo invenciones como la electricidad, el telégrafo, el automóvil, el linotipo, la cámara fotográfica…

El salto es temporal y conceptual es peligroso, será la ciencia ficción del siglo xx que ponga los puntos sobre las íes. Por ejemplo, Yo, robot de Isaac Asimov en 1950 seguido por ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick en 1968, se plantean la posibilidad de que estos seres no-humanos puedan marcar evoluciones de raciocinio con niveles de conciencia para interactuar con los sí-humanos. En México la bibliografía literaria de máquinas vivientes —si se me permite la expresión— es extensa, quizá las producciones más destacadas en tiempos recientes son: La era de los clones de Blanca Martínez (Ramón Llaca y Compañía, 1998) y Los viajeros: 25 años de ciencia ficción en México por Bernardo Fernández (GA editores, 2010).

Elektro-moto-man y su perro, Westinghouse, Exposición universal, 1939

Autómatas y robots o androides son los antecedentes de la Inteligencia Artificial de nuestro siglo. Los tres tienen su origen en el ingenio mecánico y su alimento sustancial en el germen del arte, que ha sido la otra inteligencia acompañante. Sin variación evolucionan. Los autómatas, dice el Diccionario de la rae: son «Instrumento o aparato que encierra dentro de sí el mecanismo que le imprime determinados movimientos» y «Máquina que imita la figura y los movimientos de un ser animado». Los robots, por su parte, más allá del aspecto humanoide, tienen independencia de su creador-manipulador y, como en 1920 Karel Ƈapek lo expuso en Rossumovi univerzální roboti y más adelante perfeccionó Alan Turing, alcanzan mayores posibilidades de acción gracias a la mezcla de entendimientos computacionales y algorítmicos.

Fue en 1945 que John McCarthy, Claude Shannon y Marvin Minski acuñaron el término de Inteligencia Artificial, en el proyecto Dartmouth Summer Research Project on Artificial ingelligence. A partir de entonces se darán saltos hacia delante en las teorías y aplicaciones tecnológicas hasta el punto en que nos encontramos. La lectura histórica argumenta que todo es parte de una evolución, que los diarios sensacionalizan porque es su trabajo y la fórmula fácil de ventas. La lectura filológica asoma en la atribución de rasgos y características a una forma conceptual no-humana creada por el sí-humano. Los terrores continúan siendo los mismo, con la salvedad que la ia se ha mostrado algo libre con el lenguaje como un «cuñao estocástico», dice Julio Gonzalo, que encadena palabras por estadística. Estas invenciones continúan siendo imitaciones humanas a las que hay que darles cuerda, como al reloj del abuelo.

 



miércoles, 5 de abril de 2023

Literatura y electricidad: tropos literarios y futuros imaginarios

 

Ilustración de Francesco Bongiomi




Literatura y electricidad

Tropos literarios y futuros imaginarios

I/III

 

 

Edgar A. G. Encina

Una versión de este artículo ha sido publicada en la revista Memoria Universitaria

  

Benjamín acaparó la plática al sentarnos a la mesa en la cena del último jueves de los jueves de cena y desahogo. Lo noté tenso, nervioso, desde el inicio. Llegó energizado, con las pupilas igual a cuando uno se ha tomado tres o cinco tazas de café sin pasar del mediodía. Se le sentía movible, inquieto, irradiante de calor. Volteaba constantemente arriba, a la nada, con la evidente actitud de quien desespera por decir algo, pero el tópico de la discusión no llevaba a ello. Si no mal recuerdo, a su llegada nos poníamos al día con la terrible noticia de una conocida a la que recién le había sido diagnosticado cáncer de ovarios. Fue al sentarnos a la mesa, con el primer bocado de la ensalada que se abrió por completo; contó que venía de una reunión interesantísima en la que le presentaron los pormenores y beneficios de los paneles solares. «Son una maravilla», dijo, «basta una inversión de entrada que, al corto plazo, máximo tres años, se ven los rendimientos». No puedo decir que no sorprendió, sobre todo porque a él sólo le interesa hablar de moda, televisión, Twitter y las triquiñuelas en el trabajo que ha llevado a que el director de la oficina a comprarse auto nuevo o viajar a un lugar nevado.

Benjamín nunca da nombres cuando se trata de cotilleo, suelta el hilo y lo recoge con la sutileza de guardarse los apellidos, aunque a veces queda claro de quién habla. No es un hombre envidioso, a sus 43 años ha terminado de pagar la hipoteca, tiene un trabajo que no es el ideal pero no le frustra, recién ha celebrado los primeros cinco años de matrimonio con Eliseo, Riqui, el perrhijo al que castraron en navidad, ha dejado de ser el remolino que enloquecía a todos, y está a meses de ser su propio jefe en una empresa que ya ha arrancado donde ofertan viajes para «adultos de criterio», dice la publicidad. Es parsimonioso, cauto, medido, aunque no maquiavélico; prefiere escuchar, reír, comer y beber tequila con jugo de naranja y cereza. Una ocasión al no encontrar jugo, preparó con agua mineral, Tang, manzanas y mezcal «el mexicano volador», una bebida que exorcizaba todo espíritu a la velocidad del rayo. Esta ocasión fue otro, como he dicho, uno ansioso primero y luego exitado-hablador, casi dictatorial.

Ilustración de Saul Steinberg publicada en American Federation of Arts, 1954 

«Los paneles solares…, bla, bla, bla… Los paneles solares…, ble, bli, blo». No fui atento con su charla dominante, casi a gritos. Dejé de tomar atención cuando le pregunté si cambiaría del giro de los viajes exclusivos a la venta de esas cucarachas. «¡No! Pero es importante que sepan que…», me volvió a perder. Camino de vuelta a casa, en el auto preguntó mi pareja qué pensaba de los bichos estos que habían concentrado la mesa y fui sincero: «ni idea, cariño, tenía la cabeza metida en otra cosa», y concluimos en que ella se encargaría. Compró la idea y yo seguí buscando en los archivos mentales un papel con el que no podía dar. Tenía en la cabeza Electricidad de Ray Robinson (Sexto piso, 2008), porque en mucho se asemejó a la situación: relatos de hombres puestos en femenino, el uso de onomatopeyas sin consideración, anécdotas de enfermedades, dolores, acuso de violencias y despertares. Sin embargo, buscaba algo más.

Para alivio de mis trastornos conecté con la neurona adecuada dos días después, a media clase. Me detuve, apunté en la agenda y volví a las labores. Escribí: «Baby H.P.», Confabulario (Planeta, 1999). En el cubículo recuperé la lectura para entender porqué me había obsesionado con el recuerdo. En el cuento, Juan José Arreola narra la existencia de un aparatejo que se inserta en el cuerpo de los niños para crear electricidad. Este invento se ciñe al sistema óseo, tal parece de manera natural, sin molestias ni rechazo, para almacenar con el movimiento energía que después puede ser utilizada en la licuadora, la secadora o lo que se ofrezca. Era eso. Era que la obsesión por la energía y sobre todo por el ahorro y consumo de electricidad que había leído en un relato extraviado en la memoria. Pensé, luego, si la luz es preocupación sólo de adultos y si existía relación con lo místico, religioso y paradójico; solté el tema, porque no estoy para desgastar energía en laberintos y sinsentidos.






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