viernes, 15 de noviembre de 2024

De las Presentaciones de libros

 

Jan Saudek, Marriage



presentaciones de libros

Notas para un ensayo

 

Edgar A. G. Encina

 

 

 

No recuerdo donde leí a Mario Muchnik asegurando que las presentaciones de libros no sirven para vender libros. Tengo en la memoria Editar Guerra y Paz (Gris tormenta, 2021), Editar para toda la vida (Trama editorial, 2021), en conversación con Juan Cruz Ruiz, y Oficio editor (El Aleph editores, 2011), pero no la certeza. Junto a la afirmación el argentino enlistó otros elementos y/o estrategias más prácticas como que el autor debe acudir a programas radiofónicos y televisivos, aceptar entrevistas para la prensa, firmar ejemplares y compartir fragmentos de su vida personal, como el café al que acude con mayor frecuencia o la librería que prefiere o el teatro a que asiste.

Muchnik sabía su negocio. Las presentaciones continúan produciéndose y también todo lo demás junto a talleres literarios, círculos de lectura, diplomados de escritura y la exposición pública de los autores que, la más de las veces, los acerca a un circo donde no son los actores principales. El eje de la discusión está en que poner en libreros privados el mayor número de los libros editados lo más pronto posible, tema considerado herejía por largo tiempo y en amplios sectores culturales que romantizaron al libro porque, como escribe Gabriel Zaid en ¿Adivinos o libreros? (Librería del Prado, 1986):

Quisiéramos creer que la cultura y el comercio se excluyen. Que lo culto circula y se adquiere de maneras no comerciales, más cercanas al culto y a lo oculto. Que tiene algo de brebaje iniciático, que se da a beber a los elegidos y se adquiere por grados, bajo el control y la garantía de origen de la Iglesia, la Academia, la Universidad, el Estado, el Establishment.

Quizá es por esa cuestión -¿o prejuicio?- iniciática que continúan organizándose presentaciones de libros. Philippe Ollé-Laprune relata en México: visitar el sueño (FCE, 2011) que sólo acá ha visto en estos eventos la asunción del escritor. Primero el autor se postra sobre los asistentes, generalmente sobre un toldo que se levanta treinta o ciento veinte metros sobre los asistentes. Luego se hace acompañar de dos o tres seres, sin importar procedencia o credenciales, que lo revisten de elogios. Al final poco importan sus palabras. Es cierto, en el país poco se dan las lecturas abiertas de obra y la situación directa autor-auditorio/lector.


Gérard Castello-Lopes, París, 1958

        Mi teoría es que, al menos en México, se hacen presentaciones de libros porque es una manera estatificada de demostración de patronazgo. Aquí están los autores y sus obras, dice el «ogro filantrópico». Aquí están los autores y sus obras, se afana la burocracia en reproducir una y otra vez pretendiéndose parte de la cultura letrada. Muchas ocasiones este evento es el único momento en que se puede adquirir ese libro, casi siempre auspiciado por los impuestos del contribuyente, porque al mes estará en la bóveda gubernamental del desprecio al libre pensamiento. Aquí están los autores y las obras, dice muchas veces la editorial que ya vendió todo el stock al propio escritor y ha puesto su interés en el otro cliente, otro que dice que escribe y está dispuesto a demostrarlo pagando.

 

martes, 8 de octubre de 2024

Presentación editorial "Vertientes educativas. Ensayos poliédricos"

 


Presentación editorial de
Vertientes educativas. Ensayos poliédricos


Coordinado por: Sonia Robles Castillo, Ma. de Lourdes de la Rosa Vázquez y Edgar A. G. Encina


Edición de la Universidad Autónoma de Zacatecas y del Centro de Actualización del Magisterio


Presentación de El bibliófilo enamorado en la FIL Monterrey 2024

 Feria Internacional del Libro Monterrey 2024


Presentación editorial de
El Bibliófilo Enamorado de Alexis Martin


Estudio: Edgar A. G. Encina
Traducción: Cynthia García Bañuelos 
Ilustraciones: Martín Olivera

Edición, Universidad Autónoma Metropolitana 






jueves, 26 de septiembre de 2024

Males bibliófilos. Los libros plegados

 


Males bibliófilos
DEl libro plegado al biblioTocapelotas

 

Edgar A. G. Encina

una versión de este documento ha sido impresa
en la Gaceta Universitaria de septiembre de 2024

 

 

Uno

The Church of Dead Girls de Stephen Dobyns es una novela de suspenso publicada a finales del siglo xx por Metropolitan Books. Se trata, sólo para reseñar a vuelo de pájaro, de un trabajo consistente con la línea de creación del prolífico y reconocido autor norteamericano al que la crítica le ha catalogado en el género de la literatura negra. Por lo poco que he explorado, tengo la impresión de que el libro obtuvo un buen empujón de ventas gracias a los comentarios elogiosos realizados por Stephen King. Adquirir un ejemplar nuevo, sobre todo del castellano, no es sencillo. Traducida por Gabriel Zadunaisky al español para Círculo de lectores en el 2000, La capilla de la muerte recrea o ficcionaliza —¿cómo saber la diferencia?— la vida de una pequeña localidad próxima a New York en la que han desaparecido tres niñas, provocando la desconfianza en los forasteros y despertando rumores, terror y rencores en los tradicionales habitantes de la localidad. Lo sé porque así anota la descripción de la trama en la página de la editorial, no porque me haya dado a la lectura de las más de cuatrocientas páginas de la historia, tema en el que, por el momento, continuaré así hasta que adquiera un segundo ejemplar, porque el que tengo me impide soslayarme.

         La reseña física de un ejemplar de segunda mano que se oferta en Amazon afirma que La capilla de la muerte fue encuadernada «en tapa dura de editorial con sobrecubierta ilustrada». El impreso en mis manos no tiene la sobrecubierta, aunque sí mantiene el tono negro acéfalo de la tapa; como caja mortuoria impoluta que no permite manchas ni rasgaduras. El libro —esto es importante para el relato— lo he adquirido en una tienda que vende objetos decorativos, no en una librería. Se ubicaba en un estante alto, puesto sobre muebles que ofrecían prendas de vestir y utensilios kitsh «para que la casa se vea bonita», según recuerdo dijo la encargada. Me decidí a adquirirlo por sus hojas que, para ponerlo en palabras bibliografiantes, habían sido «intervenidas» por un desconocido «artista argentino» que vive de ello sin firmar sus creaciones, quizá renuente a hacerse acreedor a la fama de mutilador o doblador de libros. Esta «intervención» no es otra cosa que el plegado de las páginas para formar imágenes más o menos sencillas, como palabras cortas o flores o animales o lo que se le venga a la cabeza. Sabía de la preexistencia de esta «manifestación artística» por medio de las redes sociales y los stickers que de pronto comparten para dar saludos o desear buenos días, pero que hasta entonces creía se trataba de diseños gráficos no reales.



         Por treinta euros, poco más de seiscientos pesos mexicanos, me traje a casa La capilla de la muerte que con sus hojas se conformó una calavera. Al principio pensé que se trataba de un intento por intertextualizar la apariencia atáudica de la edición con lo mortuorio de la figura. Después encontré que la «intervención» había ido dos pasos adelante y guardé la esperanza que ese desconocido hombre, que vive de doblar hojas, busca relacionar el cuerpo de las historias con los libros y así, para consuelo de tontos, asestar un golpe sordo al imperante capitalismo. Aún no sé cómo interpretar esta última idea porque el libro de Amazon está tazado en cuatro mil pesos, unos doscientos euros, y en IberLibro está en un euro más envío, veinte pesos. Aquí hay artimaña engañabobos o la obra no se vendió en España, porque en México es más bien desconocida, o no me entero.

Hasta allí todo funcionaba más o menos con un sonrojo que podía manejar hasta que me enfrenté al momento de ponerlo en el librero. ¿Dónde debía ir? ¿En la sección de libros por leer o de novelas norteamericanas o de libros de arte o sólo verlo como objeto de decoración? Opté, y no he cambiado de idea, por la última. Se trata de un libro objeto; como tal lo considero, observo y mimo. No es para leerse, pero sí para verse y sacudirse alguna vez, porque su nueva forma invita a la acumulación de polvo y bichos. Para atenuar el sentimiento mezclado entre culpa, fraude y cinismo, he anotado el título para leerlo el verano del próximo año después, claro, de adquirir otra edición, quizá en epub, porque no estoy dispuesto a leer sobre este amasijo de páginas dobladas, enrolladas, engordadas ni a caer en esa trampa que han tendido las librerías digitales.








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martes, 13 de agosto de 2024

El asedio contra las librerías. Dos fotografías y un apunte.

 

Richard Debenkorn, Interior whit view of ocean, 1957 


El asedio contra las librerías

Dos fotografías y un apunte

 

Edgar A. G. Encina

 

 

El 22 de julio la Revista Gatopardo publicó las «Librerías independientes de la Ciudad de México, espacios de resistencia» escrito por Jair Ortega de la Sancha. El reportaje da cuenta de las experiencias de Polilla Librería, administrada por Cecilia Castro y Daniel F. Álvarez, Glaciar Libros Helados, fundada por Daniel Bolívar y Alfonso Santiago, y U-tópicas, administrada por Luis Castro Hernández y Laura Linares (directora de comunicaciones). Polilla Librería y U-Tópicas, vale anotar, tienen su propio sello editorial. El artículo sirve para evidenciar las desventajas con que las librerías independientes mexicanas libran sus batallas por la subsistencia frente al asedio de las librerías de cadena y la escases de culturas políticas estatales. Para ello, enfatiza la ausencia de incentivos fiscales y la omisión de apoyos técnicos, y exhibe la vitrina de la disparidad, donde la que la balanza artística apuesta más por otras expresiones como la música o el cine o el teatro, desdeñando al ámbito libresco. En general, coinciden los libreros en señalar la inexistencia de programas públicos que estimulen la apertura y robustecimiento de librerías o editoriales, en la ausencia de apuestas por la profesionalización del sector, en la falta de alicientes para la exportación de títulos y el poco interés gubernamental por que circulen impresos producidos por editoriales emergentes.

         Tres días después, el 25 de julio, circuló en redes sociales un Comunicado de la Red de Librerías Independientes dirigida al presidente del Fondo de Cultura Económica, Francisco Ignacio Taibo Mahojo, y a la opinión pública. La RELI, que al momento es integrada por cincuenta librerías, exhibe en ese breve escrito —por ponerlo en lenguaje futbolístico— una cancha de juego dispareja en la que el FCE aprovecha la organización de eventos para ofrecer títulos por debajo de los precios que los libreros pueden ofrecer sin sufrir mermas financieras. Estas «ventas de descuento» afectan a todo el ecosistema del libro porque «estos beneficios deberían ser equitativos y extensivos a los lectores de todas las librerías del país y no sólo a aquellos que pueden acudir a las administradas por el Estado» en contadas ciudades.

         Más allá de que el artículo de Gatopardo se queda miope al mirar sólo librerías chilangas y no considera que a las problemáticas en los estados se les suma, por ejemplo, el cobro de piso, el coyotaje cultural y el volumen de ventas, lo que alcanzamos a distinguir es un par de retazos de una historia que transexenalmente se ha venido contando. Sin importar el tinte ideológico del gobierno municipal, estatal o federal, año con año damos cuenta del desprecio e ignorancia con el que el mundo libresco es desdeñado, incomprendido y asfixiado. Al parecer nos situamos en un punto álgido en que el Estado mexicano tiene y alimenta comportamientos monopólicos propios de los consorcios capitalistas, afines al más puro espíritu neoliberal. De no transitar por una política pluralista libresca que apueste por los creadores, productores y consumidores, como la ley del precio único, estamos claros que el cierre del año será crítico. Ursula K. Le Guin llamó comercial fatwas a esos ataques al libro, ¿será esta la versión mexicana de la expresión? Tiempo al tiempo.

          

 

domingo, 16 de junio de 2024

De la Feria del Libro Madrid 2024

 


El ronroneo de los escritores

  

Edgar A. G. Encina

Una versión de este documento ha sido publicado
en el número de junio de la Gaceta Universitaria

  

Para el número 53 de Texturas (Trama, 2024) Víctor Sarrión disecciona «Una desventaja competitiva para los autores y editores españoles». Entre las cosas que pone sobre la mesa destaco un par: las diferencias minoritarias en los montos y el retraso en el pago de derechos a los autores españoles con respecto a otros países de la comunidad europea, y el aumento de las descargas ilegales a falta de una regulación clara y específica. Se trata de consideraciones mayúsculas que afectan al sector en puntos nodales del espectro editorial, desde la creación y producción hasta la oferta y demanda, las cuales afectan a la hora de rivalizar con los vecinos y las trasnacionales, y poner títulos atractivos en las mesas de las librerías.

            Al momento que escribo estas líneas me encuentro realizando una estancia de investigación en el Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía de la Universidad Complutense de Madrid, coincidiendo con la 83ª Feria del Libro de Madrid, celebrada en los altos del Parque del Retiro. La feliz coincidencia me permite anotar algunas coincidencias y acentos que veo con respecto a lo que vivo en la cotidianeidad mexicana y relacionarlo con lo de Sarrión.

            Valoro la calidad de los asistentes a este tipo de fiestas. No se entienda mal que seguro entre nosotros caminarán ángeles, humanos y monstruos desdentados. Refiero a que las Ferias de libros a las que asista son fundamentalmente limpias. Con diferencia a otro tipo de eventos festivos, acá no hay tiradero de papeles ni estrambóticos retumbos o alaridos tequileros. Es «pura realización», como narra José F. Elizondo (Aguascalientes, 1880-1943) en «En la feria del libro» (Revista de Revistas, 1924) y que en un artículo en Biblioteca Universitaria (2019) celebraba no se tratase más de la «feria de la bala» sino del estadío de la redención.

De la Feria de Madrid en El Retiro, a la que he visitado esporádicamente desde 2013, lo que más me ha impresionado de siempre es el latiente corazón de sus stands. Cada «casita» lleva su propia agenda, su propia personalidad, su propia vida. Por lo general, en las Ferias de Libros se deja para los organizadores el peso de las presentaciones, de las firmas de libros, del ronroneo con los autores. Eso significa que el visitante suele tener un cronograma de actividades que corre por una sola avenida, quizá con algunas calles alternas con pequeñas salas de prensa o foros preconcebidos, pero sin sobresaltos ni alternancias.

Acá es como cuando uno va dejando libros abiertos, en la página quince o en la doscientos, en la mesilla de noche, en el comedor, sobre el sillón de lectura, en el jardín, en el auto, en la oficina. Lecturas detenidas porque en la mañana apetece una novela de Julia Navarro o David Hernández de la Fuente, pero si se está en el trabajo están indicados Armando Petrucci y Julien Lefort-Faureau, o si se va al médico a Adriana Hidalgo o Guillermo Schavelzon. Porque así somos cuando leemos; caprichosos y discontinuos, porque un libro no es el mismo en la cena o en el autobús, y de la misma manera nuestra proximidad a la Fiesta.

            En ese tenor las desventajas que Víctor Sarrión descubre en el sector editorial español se ven atenuadas por el jolgorio de la Feria que tuvo un clima veraniego con lluvias esparcidas. En ese sentido, me pregunto cómo afectan a las mediciones y cómo, los que hacen libros en España, miran el devenir. Seguro que el gran reto continúa enfocado en las maneras de hacer frente a la creciente descarga digital ilegal de títulos y la piratería, pero el número de lectores, que en otros lugares del mundo es el nudo de la existencia, no pasa por desvelarles.

 


 

 

 

 

sábado, 18 de mayo de 2024

ChapGPT en el ensayo, la academia y las universidades



ChapGPT en el ensayo y las Universidades

 

Edgar A. G. Encina

  

Al cierre de este semestre una estudiante entregó un ensayo en el que abordó varios aspectos de la propuesta editorial de Los Libros del Perro. Se trató de un documento que cumplió con los aspectos formales que la academia exige a una persona en etapa formativa del grado como número de cuartillas, cantidad de obras citadas, metodología y/o teoría establecida, desarrollo coherente. Presentó buen tejido de ideas con soporte más o menos conciso y argumentos peliagudos que nos provocaron al debate —una vez más— sobre qué elementos distinguen a una casa editorial independiente de los grandes sellos y de la producción estatal y paraestatal.

         La discusión entre el grupo se produjo en la búsqueda por distinguir los elementos autónomos que las editoriales emergentes e independientes tienen a la hora de seleccionar temas, autores y maneras, aunque personalmente me había enganchado en un detalle del texto. Es, fue la primera vez que alguien presentaba un escrito, en alguno de mis cursos, con referencias formales al uso de ChatGPT. Lo señalé de forma pública e hice hincapié en la honestidad intelectual de citarlo, porque en anteriores sesiones había descubierto otros casos con nodos argumentales y párrafos explicativos que no congeniaban con las maneras escriturales. De aquí me quedo con dos preguntas: ¿cómo y por qué los estudiantes utilizan ChatGPT en sus labores escolares? Y ¿cuáles son las implicaciones éticas, académicas y neuroeducativas?



         Los estudiantes, confesaron, utilizan esta herramienta para sus labores académicas. Lo tienen normalizado. No es que me halla sorprendido, en los manuales de edición y corrección de estilo que trabajo en mis cursos solicito que se aclare cuándo y cómo lo hacen. El evento de que lo viera por vez primera es lo que me limpió la visión, como hacen los limpiaparabrisas del auto. Se ha tratado de una experiencia iniciática de la que debo avanzar. Por ejemplo, sé —porque le pregunté— que esta herramienta que han dado en llamar Inteligencia Artificial puede ayudar a verificar la gramática, estilo, coherencia, claridad y concisión, organización, referencias, citas y contenido relevante. Por ahora no hace las labores del corrector de estilo ni del dictaminador, sino del opinador que —veo algunos comentarios de expertos— repite una bonita letanía redactada por un algoritmo que busca quién sabe qué.

         De camino a casa he tenido una experiencia bífida. Por un lado, he caído en cuenta de la necesidad de tomar par de cursos sobre IA. Por el otro, me vino a la memoria Petrarca. Quiero entender la funcionalidad de esa herramienta y lo que está provocando en el mundo académico y las investigaciones, para entender a qué me enfrento y cómo reaccionar. Por ahora sólo tengo prejuicios. Antes utilicé la imagen-analogía del limpiaparabrisas, pero la de Francisco Petrarca (1304-1374) esclarece mejor dónde me encuentro. Con La ascensión al Mont Ventoux (Cuadernos del Horizonte, 2019) del 26 de abril de 1336, el italiano «inicio de la actitud moderna ante el paisaje», superando a la contemplación sólo como estado de goce, introduciéndose «a lo desconocido». El relato cuenta que llegó a la cima de la montaña con Las Confesiones de san Agustín en mano. Con esa lectura pudo observar sobre las «cosas terrenales» y «admirar el alma», produciéndose una tensión entre la «mirada moral y la mirada estética», escribe Martínez de Pisón.



         Esta ascensión ha sido muy útil para soportar filosófica y estéticamente el arribo del pensamiento moderno y/o cómo vemos lo que vemos. Es la transición espiritual del Medioevo al Renacimiento. El viaje y la coronación de Petrarca en la cima de Ventoux representa, entre otras cosas, lo consciencia de los límites y la posibilidad de superarlos. Esto, más o menos, me sucede con la experiencia que relato al inicio. Siento la necesidad de llegar a la cima para visualizar los lindes de la IA en el mundo universitario y creativo y, entonces, saber si habré de entenderlos y, sobre todo, imaginarlos. Por ahora, está claro, apenas preparo una mochila y botella de agua. El camino será largo.

 

P.D. ChapGPT se ha ofrecido a revisar estas líneas. Me debato en hacer o no el ejercicio.

viernes, 19 de abril de 2024

Las portadas de libros Richar Baker

 


Las Portadas de libros de Richar Baker

 

Edgar A. G. Encina

Una versión de este documento fue publicada en la revista Gaceta Universitaria de abril 

 

He descubierto el trabajo de Richard Baker (Baltimore, 1959) en una tienda de accesorios para casa, durante las vacaciones de Pascua. Premeditadamente acudimos al negocio ubicado en el que puede ser el centro comercial más grande de Ciudad de México y de la América hispana. Iraís, mi esposa, buscaba una edición en oferta de La Boule que Villeroy & Boch diseñó como juego de vajilla en siete piezas. Mientras ella veía la posibilidad de llevarse una que mezcla colores negros y blancos, yo andaba los pasillos. A cada paso que daba lo hacía con cuidado, temeroso de tropezar con algún set de Harcourt o de tentear algo de Krosno o de Saarum.

En ese mar de lámparas, juegos de vasos y copas, de banderines y sets de no sé qué infinidad de artículos decorativos, apareció sobre una mesa de centro Beverly una caja que ponía Classic Paperbacks Memory Game. Paintings by Rchard Baker (Princeton Architectural Press, 2020). A juzgar por mi temeroso recorrido, aquello era lo único allí del mundo de los libros, además de los costosos libreros de Jafer, Casa Armida o De Toro Mu. Levanté el objeto para sopesar de qué iba y cuando lo tenía a la altura del pecho Santiago, mi hijo, espetó: «¿Qué haces? ¿No sabes que aquí es ver y no tocar?». «Esto me habló, respondí, y mira, no es tan caro como todo lo demás. Me lo llevaré». No aprobó la decisión, pero quiero pensar que lo hizo más por hambre que por otra cosa.



Luego fuimos a comer y regresamos al hotel. En ese lapso busqué por la internet quién diablos es/era Richard Baker. En castellano poca cosa. Algunas referencias de autores traducidos al castellano que hablan de su labor, pero poco. Parvadas de aves que se desintegran. Apareció un homónimo, autor de una zaga titulada Corsario dedicada al público juvenil, interesado en historias de piratas o aventuras de mares embravecidos. De nuestro Baker apenas descubrí que inició pintando bodegones y en el ambiente anglosajón goza de fama por sus esculturas, óleos e instalaciones representacionales inspiradas en las portadas de los libros que le han influido; que su trabajo se oferta a través de las Galerías de Arte de Albert Merola y Tibor de Nagy. Al parecer en México es un desconocido.

La trayectoria de Baker encontró, desde la década de 1990, en esta definitoria expresión artística su sello, el cual le ha llevado a formar parte de distintas colecciones norteamericanas y europeas e impartir cursos en las más prestigiosas universidades de occidente. Esa pequeña arca, más allá de ser un afiche de colección, me es útil para releer a Gérard Genette, cita primaria y obligada para teorizar en torno a los paratextos. La obra contiene, al menos, tres elementos sustanciales de interpretación: estatus pragmático en la forma direccional de comunicación, la sustancia de orden textual y el aspecto funcional que aporta cierto grado auxiliar accesorio al libro. El elemento retratista, desde mi enfoque, no dista de las funciones complementarias que realiza cualquier portada de libro, las cuales son atracción de público y presentación de obra (título, autor, editorial). Si usted ve, por ejemplo, la pintura de Poetry a moder guide to its understandign and enjoyment de Elizabeth Drew se preguntará, al menos de primera instancia, la calidad y los alcances del libro. La diferencia aquí es que el cuadro es mucho más grande que el libro y por ende más espectacular. Luego, el poder sensible del arte aquí se multiplica.



Nota histórico-contextual.

Fue hasta mediados del siglo XV que se estandarizaron los libros con portadas. La historia del libro situó al calígrafo alemán Peter Schoeffer (1425-1503) como el primer diseñador de portadas. Schoeffer trabajó junto a Gutenberg en aquel mítico taller de usos móviles. Después se popularizó la utilización de grabados de madera para decorar los bordes e interiores de las portadas. Quizá las grandes transformaciones ocurrirán en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las portadas comienzan a presentarse de forma austera, y con el siglo XIX, que enfocó gran parte de sus energías en la creación de tipografías. México no es la excepción, la Historia crítica de la tipografía en la Ciudad de México (Palacio de Bellas Artes, 1934-35) de Enrique Fernández Ledesma prueba la tesis. El siglo XX se caracteriza por la incursión de artistas en la conformación de portadas; una revolución visual se dio en toda la centuria. Basta ojear los distintos estudios en materia de cultura gráfica que se producen en las universidades para descubrir esa pluralidad de estrellas en el universo

 


 

lunes, 25 de marzo de 2024

Cómo sostener una columna literaria


R. van der Mejiden, Strawberries on a plate, Gouache, 33x35cms, 1979.


Cómo sostener una columna literaria

 

Edgar A. G. Encina

Una versión de este documento fue publicada en en el número de marzo, 2024, de la revista Gaceta universitaria

   

Debo enviar la colaboración para la revista universitaria en la que escribo. El editor, en un correo de tratamiento formal con salutaciones cordiales, acaba de recordándome que el tiempo apremia. Tic, tac. Cada segundo de cada minuto cuenta porque están formando el número del mes y faltan detalles, informa y señala con un dedo invisible que percibo flamígero. Supongo que soy uno de esos detalles, lo cual me proporciona un sentimiento huidizo que cambia del sosiego de no ser el único atrasado a la intranquilidad de posicionarme en la línea de salida y llegar en último, hacerlo en malas condiciones o de plano procrastinar con el evasiva más simplona que pueda traducirse como «lo intenté, no pude, no me dio la gana».

Cuando trabajé de periodista estar con las manecillas apuntando a la sien era el pan del día. No necesitaba del correo, WhatsApp o llamada telefónica del inmediato superior para saber que estaba a contrarreloj. Día a día en el oficio se está tarde. Sólo hay dos maneras para estar a tiempo o algo adelantado con las notas: las conexiones o el poder adivinatorio adquirido con la experiencia de rondar el mundillo. Hay que considerar que uno soporta el régimen de la premura por costumbre y —en mi caso— por la juventud. Este no es el caso. En este momento no se trata de redactar una nota informática ni de repasar el evento equis ni, mucho menos, de falsear la página con dos fotografías agrandadas.



S. de Vries, Chocolate eggs bag, Oil on panel, 1968.


Entre los supuestos de sostener una columna habita la pelotera idea de que se puede escribir con el reposo y marinado del tiempo, las lecturas, el acontecer, algo de política y —obviamente— reflexión, sino sesuda al meno coherente con la línea del relato. Nada más lejos de lo habitual. Conozco quien redacta desde la internet o alguna aplicación en el móvil, que le dicta al ordenador o arma algo con cinco palabras que anotó en la servilleta que utilizó en la comida de ayer y escuchó de la mesa de lado. Están, también, los que escriben de un hilo. Sin puntos ni comas ni estabilidad van de palabra a palabra como divina creatividad alumbrándonos. En estos casos las preguntas son, al menos dos, ¿quién los lee?, y ¿en qué momento dejaron de leerlos?

Está claro que escribo de lo que leo. Sé de la existencia de otras formas, he leído de ellas. Vivo en el «destino circular del grafópata o graphopathés» que Gonzalo Lizardo describe en El Grafópata (Era, 2020) como «aquel que padece la literatura como si fuera un mal crónico o un vicio lúcido, que se adquiere para contagio». Pero es que este mes ha sido de nadar en una piscina de oficios, hojas, legajos y carpetas burocráticas. Resisto a que los tonos impersonales, la líneas frías, los párrafos cargados de títulos y administrativos, de actas que responden y solicitan, descorazonen la columna. En descuido pueden colarse palabras que nos empujen a desarrollar, realizar, requerir, solicitar, fortalecer y responsabilizar a quién sabe qué cosas que el Estado fuerza.


S. de Vries, Milk, Oil on panel, 21x15cmx, 1968.


Ricardo Piglia apunta en El último lector (Anagrama, 2005) que «la lectura es un asunto de óptica, de luz, una dimensión óptica». La lectura es luz que se expande en tonos azules o mengua en amarillo. El Josefh K de El proceso (Akal, 2022) de Karka, individuo gris, opacado y deslucido, sólo leía la oficialía del trabajo y la demanda, lo que le condujo a dejarse morir, ¿recuerdas? A K le faltó asirse a algo, a una pequeña tabla, como lo hago ahora. En esa piscina, mar u océano una palabra flotó: acoger. El presupuestante, el estado, la oficina; todos se deben acoger. Se trata de un verbo transitivo que puede significar que algo o alguien sirve de refugio o que se admite en casa o compañía de otro. En ambos casos es el ejercicio de un abrazo que cubre y resguarda y, en el «doble sentido de lenguaje» mexicano que siempre tiende a lo sexual, es que alguien te coge, te toma, te posee, te hace el amor. Tampoco vayamos allá, sólo se trata de 700 palabras que buscan no ahogarse ni decolorarse ni excusarse.





lunes, 19 de febrero de 2024

Fotografías que se vuelven portadas

 

Gabriel Casas, Día del libro, Barcelona, 1932


Fotografías que se vuelven portadas
brevísima historia de un retrato

 

Edgar A. G. Encina


Una versión de este artículo fue publicada


Carlos Ruiz Zafón murió el viernes 19 de junio de 2020. A esa fecha le conocía por un par de artículos y reportajes, me parece que de La Vanguardia o Abc, pero no le había leído. Con la noticia de su deceso un grupo de amigos, mientras comentábamos la noticia, tuvimos la genial idea de comprar su tetralogía La sombra del viento. Magú, que había vivido en Barcelona por unos cinco años, fue la que tomó el mando; se aseguró de comprar el compendio que va en una caja conmemorativa y de hacernos saber la cantidad a desembolsar por cada uno de nosotros. De los cinco participantes ella era la que tenía mejores antecedentes porque aseguró haberle leído y, vale decir, una notada nostalgia por la ciudad Condal.

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Ruth Orkin Photo Archive, Comic book readers, New York, 1948


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Fred Brommet, Lecteur, París, 1949


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lunes, 22 de enero de 2024

Sobre el amor a los libros y a las personas

 

Hiroshi Sato, Window, óleo de 47x36cms., 2014



La sutil cercanía
Sobre el amor a los libros y a las personas

 

Edgar A. G. Encina

  

Para D. L.

Una versión de este documento ha sido publicada en Gaceta Universitaria
febrero 2024

 

El coleccionismo tuvo su explosión con la revolución industrial, a mediados del siglo XVIII, y sus ondas de expansión se desplegaron por todo el siglo XIX como una hidra que echaba raíces en todo sitio, en insospechados lugares. No es que antes no existiera tal actividad humana, pero estaba destinada a una élite que poseía los recursos económicos, tiempo de esparcimiento y educación para dirigir sus intereses. Una visita a los museos, teatros, centros y edificios culturales de ciudades antiguas nos da la oportunidad de observar que a esa élite le interesaban los muebles, el arte, las propiedades urbanas y campestres, y objetos nimios como porcelana, tapetes, joyas y libros. Sus intereses iban de lo macro a lo micro por la misma avenida. Lo querían todo y a la mano. La historia da la oportunidad de catar, sin importar la procedencia social, el interés que la humanidad ha abrigado por atesorar cosas más allá de los costos o rareza o fineza.

Con los decimonónicos atestiguamos los prolegómenos al gran banquete del que todos los glotones participamos. La posesión de esos pequeños y/o mayúsculos cuerpos se puede leer desde la obsesión por atajarlo todo como signo de la riqueza monetaria y estatus cultural. Más allá de los enfoques con que se estudie el fenómeno, aquella concentración de haciendas nos hablan de las delicatessen y singularidades de sociedades idas. Tazas para el té, jaulas para aves, cucharillas para los postres, cajones de oficios, cepillos para el cabello, gavetas de curiosidades, pedrería fina y exótica o libreros atestados, significaban para aquellas personas la posibilidad de reunir el mundo conocido en un espacio; un retrato integrador del mundo, la sociedad y el gozo que proveía al intelecto que «le deparaba un placer íntimo, sensaciones pacíficas, serenas, incluso quietistas cercanas», escribe Georges Duhamel en Carta sobre losbibliófilos (Trama 2021, 11).


George Van Hook, American, Oleo de 76.2x63.5cms., 1954


Escribo en pasado, aunque puede leerse en presente. Los coleccionistas que más atraen la mirada son lo que acumularon obras de arte. Museos, galerías, colecciones hacen gala y existen políticas estatales de protección y divulgación. No es mi intensión discutirlo sino subrayarlo, porque en mi interés están esas bibliotecas, librerías y colecciones privadas y públicas de libros que entran en el mismo radar. Pienso en mi exigua colección de bibliográfica y en cómo me he ido deshaciendo de algunos atesorando otros, menor en su cantidad. Con diferencia al afán coleccionista me he ido desprendiendo de libros y los que se van quedando deben pasar por tres pruebas. Dos de estos pulsos las comparto con Gerald Murnane expuestos en su Última carta a un lector (Gris Tormenta, 2023). El primero es que:

Tengo mi propia manera de determinar el valor de un libro; no solo lo que llaman una obra de literatura, sino cualquier clase de libro o, de hecho, cualquier pieza musical o cualquier así llamada obra de arte. En términos simples, podría decir que juzgo el valor de un libro de acuerdo con la cantidad de tiempo que el libro permanece en mi mente. Pero no puedo dejar pasar la oportunidad de explicar cómo la lectura de un libro o el recuerdo de un libro no son para mí lo que parecen ser para tantos otros (25).

Lo aplico por igual a todo lo que me rodea, incluso personas. Del amor a los libros he aprendido el afecto a todo lo demás. El segundo es que:

A través de mi larga vida, me he enamorado de varios cientos de personas y personajes femeninos. Nunca podría esperarse, por supuesto, que los personajes siquiera se percataran de mi existencia. Muchas de las personas eran igualmente ignorantes, y, de las que restan, muchas nunca se habían percatado de mis sentimientos hacia ellas. Del pequeño número que todavía queda, un mero puñado parecía reciprocar mis sentimientos, y de ese puñado me acerqué a tan solo dos o tres, dependiendo de la definición que uno tenga de cercanía (79).

         En ambas referencias priva la selección de la memoria y la valentía de acercamiento. Con diferencia a los libros que me acerco, con las personas soy más cauto, quizá hasta temeroso. En ambos casos busco la lealtad de la memoria y el corazón apasionado. Cuando pienso en esta relación siento que soy The Talented Mr. Ripley (Paramount Pictures, 1999) y cómo pudiendo tener la mayor biblioteca y el más preciado álbum de amores, prefiero un maletín que cargue con dos mudas de ropa, cinco libros y tu retrato.




 

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