viernes, 27 de marzo de 2020

Tres relatos a propósito de pandemias, epidemias y muerte


Tres relatos sobre pandemias, Epidemias y Muerte

Edgar A. G. Encina
Artículo publicado en la revista universitaria Quehacer




Primero
Castigo divino
En el canto 24 del segundo Libro de Samuel descubrimos que David, hombre de Belén y patriarca de la tribu de Judá asentada en lo que hoy ubicamos al sur de Palestina, se encontraba enfrentado con Saúl, cabeza de las tribus de Israel, al norte. Es un momento definitorio para David que a la postre conquistaría a sus enemigos israelitas y arameos, sumaría los territorios de Transjordonia y Cananea, rechazaría en definitiva a los filisteos y restauraría las ruinas del reinado con la unidad territorial.
El relato pasa por el 900 a.C., aproximadamente, en el que Israel transita del régimen tribal al monárquico. Jehovah ha ordenado a David «el censo del pueblo» de Israel y Judá «para que sepa yo su número». Éste a su vez se lo ha encargado a Joab y a los jefes del ejército ir a realizarlo a Jordán, Aroer y «la ciudad que está al fondo del valle», a Gad, Yazer, Galaad, «al país de los hititas», Cades, Dan, Sidón, Tiro, Negueb de Judá «y a todas las ciudades de los heveos y de los canacos». Los trabajos llevaron nueve mesas y cuando estuvo realizado Joab presentó los resultados que había hecho «aumentar la población otras cien veces más». David, apenado con su Dios le confiesa su pecado, a lo cual:
Al día siguiente, cuando se levantó David, el Señor dijo al profeta Gad, a quien David consultaba: «Anda y di a David: Te propongo tres castigos; elige uno de ellos, y yo lo llevaré a cabo». Gad se presentó a David y le dijo: «¿Quieres que venga un hambre de tres años en tu país, o que tengas que huir durante tres años ante tu enemigo que te perseguirá, o que haya tres días de peste en tu país? Elige y dime qué debo decir al que me envía». David dijo a Gad: «¡Estoy en gran aprieto! Pongámonos en manos de dios, porque es grande su misericordia, antes de caer en manos de los hombres». Y David eligió la peste.

Segundo
Culpa al gobierno
En Edipo rey de Sófocles el argumento que traza la historia es, más que Edipo asesine a su padre Layo y se case con su madre Yocasta, que deberá enfrentar un tremendo problema social. El rey cuenta con gran popularidad que, empero, se ve amenazada por los estragos de una epidemia que acosa al pueblo. La peste de Tebas será el contagio que desatará eventos de pánico y actos de excesos, los cuales exhibirán obscuras conexiones y expondrá delitos innombrables.
¡Oh Edipo, que reinas en mi país! Ves de qué edad somo los que nos sentamos cerca de tus altares: unos, sin fuerzas aún para volar lejos; otros, torpes por la vejez… El resto del pueblo con sus ramos permanece sentado en las plazas en actitud de súplica… La ciudad, como tú mismo puedes ver, está ya demasiado agitada y no es capaz todavía de levantar la cabeza de las profundidades de la sangrienta sacudida. Se debilita en las plantas fructíferas de la tierra, en los rebaños de los bueyes que pacen y en los partos infecundos de las mujeres. Además, la divinidad que produce la peste, precipitándose, aflige la ciudad. ¡Odiosa epidemia, bajo cuyos efectos está despoblada la morada Cadmea, mientras el negro Hades se enriquece entre suspiros y lamentos! Ni yo ni estos jóvenes estamos sentados como suplicantes por considerarte igual a los dioses, pero sí el primero de los hombres en los sucesos de la vida y en las intervenciones de los dioses… Pues, si vas a gobernar esta tierra, como lo haces, es mejor reinar con hombres en ella que vacía, que nada es una fortaleza ni una nave privadas de hombres que las pueblen.

tercero
Mutua propia
The Masque of the Red Death es un cuento de Edgar Allan Poe publicado por primera vez en 1842 en Graham’s Magazine. El relato penetra en lo profundo del «príncipe Próspero» que «cuando sus dominios quedaron semidespoplados [a causa de la Muerte Roja] llamó a su lado a mil caballeros y damas de su corte, y se retiró con ellos al seguro encierro». Ausentes, en medio del dolor ajeno, como en isla al centro del océano, estos seres se vieron recluidos en una fortaleza, acaparando víveres y desconectando del mundo interior e ideando nuevos conflictos, cada ves más grotescos e infames. Todos fueron allí, para resguardarse de:
La «Muerte Roja» [que] había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora

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